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Apostolado en la Teología Moral

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Apostolado en la Teología Moral

Este elemento es una expansión del contenido de los cursos y guías de Lawi. Ofrece hechos, comentarios y análisis sobre este tema.

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Apostolado en la Teología Moral en Relación a Teología

En este contexto, a efectos históricos puede ser de interés lo siguiente: [1] Teología MORAL. Al intentar un somero análisis de la realidad del apostolado desde el punto de vista de la Teología moral, es preciso partir de los presupuestos de Teología dogmática desarrollados en el artículo anterior. «La Teología moral (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) refleja un hecho del que los cristianos de hoy casi han perdido la conciencia: que la moral es, sobre todo y ante todo, doctrina sobre el hombre», afirma J. Pieper (pról. a la ed. española de La Prudencia, Madrid 1957, 13-52). Llevando las cosas a una formulación extrema, podríamos afirmar con Eckehart que «las personas no deben pensar tanto lo que han de hacer como lo que deben ser» (cit. por J. Pieper, ib. 14). Algo similar cabe decir en casos análogos, como los propios del análisis de la Teología pastoral (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) o de la Pastoral litúrgica. En. la actualidad la Pastoral en su sentido más genuino propende a ser considerada como una Eclesiología existencial, es decir, como una ciencia «en que se expone la realización de la Iglesia tal como se plantea en cada momento» o una consideración de la Iglesia «como magnitud dinámica, socialmente estructurada, sometida a una historia cambiante y mudable, una magnitud que tiene que actualizarse hic et nunc para ser realmente lo que es y realizar lo que debe realizar» (H. Schuster, Ser y quehacer de la Teología pastoral, «Concilium», 3, 1965, 8-9).
Con esto queda delimitado el ámbito en el que ha de moverse una reflexión moral sobre el apostolado Así, pues, el apostolado desde el punto de vista moral arranca de la concepción cristiana del hombre que enseña la Teología dogmática. Señalemos, por tanto, que las exigencias de la Pastoral de una determinada época serán obligaciones morales de esa determinada época, y no quizá de otras. Nos interesa primordialmente el sentido fundamental que el apostolado tiene para la Teología moral, y no las diversas contingencias y diferentes formas que en cada época marcan la pauta a seguir de un concreto comportamiento apostólico. Así, p. ej., no tendría sentido insistir en la actividad misional (véase en esta plataforma: MISIONES) como exigencia concreta para unos determinados cristianos, allí donde la Iglesia esté en circunstancias tales que ese deber misional no exista (nos referimos al deber misional de evangelizar a los paganos, y no a la realidad por la que toda la Iglesia es siempre misionera, pues en esta realidad el término misionera está en relación con la idea de misión -la Iglesia es enviada por Cristo y el Espíritu- y no con la actividad que se desarrolla en las misiones o territorios donde la Iglesia aún no se ha asentado); y no obstante siempre será válido el deber apostólico; en cualquier circunstancia el cristiano está llamado al apostolado en virtud de su incorporación a Cristo por medio del Bautismo (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) y los demás Sacramentos (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general).
1. La vocación al apostolado. Sea cual fuere el punto de partida que la Teología moral adopte como fundamento para estructurar una doctrina sobre el hombre y su conducta en la historia, será válido afirmar que todos los cristianos están llamados al apostolado, que han recibido en el Bautismo una llamada de Cristo para realizar lo que entendemos por apostolado, al igual e inseparablemente que afirmamos su llamada a la santidad (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), a la plenitud de la vida cristiana. «El apostolado es para todos los fieles un aspecto del compromiso bautismal, que se configura como un ius nativum, propio de su condición de bautizados», y es una «verdadera vocación divina, no recibida de los hombres, por la cual los cristianos son llamados a contribuir al establecimiento del Reino de Dios. El Bautismo no supone sólo una gracia, sino una llamada divina a participar en la misión redentora de Cristo; es un compromiso, una responsabilidad, un deber que el fiel debe cumplir. Por el Bautismo, el hombre se hace partícipe del ministerio profético, sacerdotal y real de Cristo, y por eso, e inseparablemente de esa dignidad, le incumbe el deber de continuar en el mundo este ministerio, hasta que el Reino de Dios alcance su plenitud» (A. del Portillo, Fieles y laicos en la Iglesia, Pamplona 1969, 126-127). Especialmente se pone de relieve este deber en la Const. Lumen gentium del Vaticano II (cfr. no 9), y en los documentos conciliares que desarrollan los concretos deberes que existen en la Iglesia para las diferentes funciones y vocaciones (cfr. Decretos Christus Dominus, Apostolicam actuositatem, Perfectae caritatis, Ad gentes).
La vocación apostólica arranca, pues, del mismo ser cristiano, ya que es el Bautismo, y posteriormente los demás Sacramentos, lo que configura a Cristo. La razón fundamental del deber del apostolado está en la incorporación de todo cristiano al Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia (cfr. Lumen gentium, 7). «La característica fundamental del proceso de evolución del laicado es la toma de conciencia de la dignidad de la vocación cristiana. La llamada de Dios, el carácter bautismal y la gracia, hacen que cada cristiano pueda y deba encarnar plenamente la fe. Cada cristiano debe ser alter Christus, ipse Christus, presente entre los hombres. El Santo Padre lo ha dicho de una manera inequívoca: ‘Es necesario volver a dar toda su importancia al hecho de haber recibido el Santo Bautismo, es decir, de haber sido injertado, mediante ese sacramento, en el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. El ser cristiano, el haber recibido el Bautismo, no debe ser considerado como indiferente o sin valor, sino que debe marcar profunda y dichosamente la conciencia de todo bautizado’ (ene. Ecclesiam suam, parte I). Esto trae consigo una visión más honda de la Iglesia, como comunidad formada por todos los fieles, de modo que todos somos solidarios de una misma misión, que cada uno debe realizar según sus personales circunstancias» (J. Escrivá de Balaguer, Conversaciones, n° 58-59, 3 ed. Madrid 1969, p. 107-108). Cualquier cristiano, por el solo hecho de serlo, está llamado a procurar la salvación del prójimo, y a esforzarse en este empeño siempre y donde pueda, ya que en el Bautismo y la Confirmación ha recibido la misión de ser corredentor con Cristo.
No entraremos aquí ya en los medios para realizar el a.; estando en estrecha relación con la misma santidad y perfección cristiana, tanto si se trata del apostolado personal, como de apostolado organizados, directos o indirectos, los medios esenciales son los mismos (véanse, p. ej., los artículos a los que remitimos al final de éste). Dado que el objeto final a que tiende todo apostolado es fundamentalmente sobrenatural y espiritual (véase en esta plataforma: 1, 3), puede decirse, con frase concisa, que: «Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy `en tercer lugar’, acción» (J. Escrivá de Balaguer, Camino, n° 82). Junto con los medios espirituales y sobrenaturales, vendrán los medios evangélicos adecuados a los concretos deberes apostólicos de cada uno, y al objeto inmediato de cada forma de a.; de esos concretos deberes y formas de apostolado trataremos después de considerar al apostolado en general como exigencia de la caridad.
2. El apostolado como exigencia de la caridad. La plenitud de la vida cristiana se encuentra en la plenitud de la caridad (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general). «Querer alcanzar la santidad. significa esforzarse, con la gracia de Dios, en vivir la caridad, plenitud de la ley y vínculo de la perfección. La caridad no es algo abstracto; quiere decir entrega real y total al servicio de Dios y de todos los hombres; de ese Dios, que nos habla en el silencio de la oración y en el rumor del mundo; de esos hombres, cuya existencia se entrecruza con la nuestra. Viviendo la caridad -el Amor- se viven todas las virtudes humanas y sobrenaturales del cristiano, que forman una unidad y que no se pueden reducir a enumeraciones exhaustivas. La caridad exige que se viva la justicia, la solidaridad, la responsabilidad familiar y social, la pobreza, la alegría, la castidad, la amistad. Se ve en seguida que la práctica de esas virtudes lleva al apostolado. Es más: es ya apostolado. Porque, al procurar vivir así en medio del trabajo diario, la conducta cristiana se hace buen ejemplo, testimonio, ayuda concreta y eficaz; se aprende a seguir las huellas de Cristo que coepit facere et docere (Act 1, 1), que empezó a hacer y a enseñar, uniendo al ejemplo la palabra» (J. Escrivá de Balaguer, o. c. n° 62, p. 115-116). «Es la caridad depositada en nuestra alma la que tiene que empujarnos a amar al prójimo en Dios de forma efectiva (cfr. 2 Cor 5, 14), esto es, a procurar que él ame a Dios y que a su turno Dios le haga entrar en el reino de su amor. Y porque a menudo la acción directa de una determinada persona inspirada en el amor es la única que puede franquear al prójimo el acceso a Dios, es precisamente a ésta a quien Dios llama y obliga a realizar esta obra de caridad» (B. Háring, o. c., 71).
En alguna época de la historia de la Teología se consideró que la santidad y la perfección eran realidades relativamente diversas, y se señaló el deber del apostolado como un quehacer fundamentalmente relacionado con la actividad del sacerdocio ministerial (cfr. sobre esta materia las abundantes referencias que se encuentran en obras ya clásicas, como las de R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, en general las de J. González Arintero, y también apostolado Royo Marín, Teología de la perfección cristiana).Entre las Líneas En la actualidad se comprende que santidad (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) y perfección (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) cristiana van íntimamente unidas (cfr. Lumen gentium, cap. V), y que esa santidad cristiana, a la que todos estamos llamados por el Bautismo y los demás Sacramentos, exige asimismo el deber ineludible del apostolado, de proveer a las necesidades espirituales del prójimo. A diferencia de lo que pudiera desprenderse de algunas afirmaciones teológicas mantenidas en el pasado, la perfección cristiana (que para autores como Suárez parece ceñirse sólo a la práctica de las virtudes morales) no es separable de la vida teologal, es decir, de la práctica de las virtudes sobrenaturales de la fe, esperanza y caridad. No es extraño que semejante concepción de la vida cristiana, que entronca con una concepción eclesiológica a todas luces insuficiente, se encuentre hoy superada, y que, a tenor de esa superación, se comprenda que el mandato de la caridad hacia el prójimo (lo 13, 34-35) entraña el espíritu de servicio a los demás, común a todos los bautizados, que conduce al a.
3. La diversidad funcional en la Iglesia y el deber apostólico.Entre las Líneas En otro lugar (véase en esta plataforma: i) ya se ha explicado que la realidad del apostolado se estructura en la Iglesia a partir de la radical unidad que se da entre los fieles, por el hecho de ser fieles, y la pluralidad de funciones que se da en la Iglesia, según el reparto de dones y carismas. El deber de apostolado se estructura también a partir de esa radical unidad -todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo están obligados por la caridad a procurar la salvación de su prójimo- y de esa pluralidad de funciones que hace que cada fiel ocupe su peculiar lugar en la Iglesia y en el mundo. La Iglesia es una sociedad organizada jerárquicamente (Lumen gentium, 8), y consecuentemente son distinguibles las funciones características de la jerarquía de las funciones características de los laicos, bien entendido siempre que el apostolado de la Iglesia no se agota en el ejercicio de cada una de estas diversas funciones, sino que precisa de la totalidad del esfuerzo apostólico.
A. La función jerárquica y su deber apostólico. Como es sabido, la suprema función jerárquica es ejercida en la Iglesia por el Romano Pontífice, como Vicario de Cristo, y por el Colegio de los Obispos presididos por él. Corresponde a esta suprema función la vigilancia sobre toda la Iglesia y sobre el cumplimiento de su misión apostólica (véase en esta plataforma: PRIMADO DE SAN PEDRO Y DEL ROMANO PONTÍFICE; JERARQUÍA ECLESIÁSTICA). Entre los deberes que rigurosamente corresponden a la Jerarquía como tal, podrían enumerarse los siguientes:
a) Tiene el deber de enseñar la fe en el nombre y con el poder que Jesucristo le ha confiado (Lumen gentium, 35; V. MAGISTERIO ECLESIÁSTICO; PREDICACIÓN; CATEQUESIS; etc.).
b) Tiene el deber de reconocer y promover la dignidad y responsabilidad de los laicos en la Iglesia, y animarles en su propia y peculiar vocación apostólica (Lum. gent., 37; V. PASTORAL, PRAXIS).
c) Función principal de la Jerarquía es el ser fundamento visible de la unidad de la Iglesia para el cumplimiento de su misión apostólica (Lum. gent., 23; v. IGLESIA II, 2).
d) Compete a la Jerarquía el deber de ordenar adecuadamente la Liturgia (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) sagrada, que es el alimento de la vida cristiana, y por tanto del apostolado (Sacrosanctum Concilium, 22, 25, 26, 35, 42, etc.; V. DERECHO LITÚRGICO; RÚBRICAS).
e) «Cada Obispo que está al frente de una Iglesia particular, ejerce su autoridad pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que se le ha confiado, no sobre las otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal.Si, Pero: Pero en cuanto miembros del Colegio Episcopal y legítimos sucesores de los Apóstoles, están obligados, por institución y disposición de Cristo, a una solicitud por la Iglesia universal, que aunque no se ejerza por un acto de jurisdicción, contribuye en alto grado al provecho de la Iglesia universal» (Lum. gent., 23), y correlativamente hay que señalar igual solicitud para los restantes miembros de la jerarquía, cuyo grado inferior es el diaconado (véase en esta plataforma: oBlsPO; COLEGIALIDAD EPISCOPAL; PRESBÍTERO; etc.).
El ministerio apostólico de la Jerarquía es cuidadosamente analizado y expuesto por el Vaticano II al señalar la peculiar configuración que el sacramento del Orden (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general) confiere a quienes lo reciben, para servir de fermento y alimento en la misión apostólica total de la Iglesia, mediante su oficio de predicadores de la palabra, administradores de los Sacramentos, y rectores del Pueblo de Dios (véase en esta plataforma: Decretos: Christus Dominus, para los obispos, y Presbyterorum ordinis, para los presbíteros; igualmente el Perf ectae caritatis, para los religiosos). No es necesario extenderse aquí en consideraciones sobre lo que ha venido conociéndose como oficios eclesiásticos, que pueden encontrarse expuestos en sus lugares correspondientes (véase en esta plataforma: OFICIO ECLESIÁSTICO).

▷ En este Día de 24 Abril (1877): Guerra entre Rusia y Turquía
Al término de la guerra serbo-turca estalló la guerra entre Rusia y el Imperio Otomano, que dio lugar a la independencia de Serbia y Montenegro. En 1878, el Tratado Ruso-Turco de San Stefano creó una “Gran Bulgaria” como satélite de Rusia. En el Congreso de Berlín, sin embargo, Austria-Hungría y Gran Bretaña no aceptaron el tratado, impusieron su propia partición de los Balcanes y obligaron a Rusia a retirarse de los Balcanes.

España declara la Guerra a Estados Unidos

Exactamente 21 años más tarde, también un 24 de abril, España declara la guerra a Estados Unidos (descrito en el contenido sobre la guerra Hispano-estadounidense). Véase también:
  • Las causas de la guerra Hispano-estadounidense: El conflicto entre España y Cuba generó en Estados Unidos una fuerte reacción tanto por razones económicas como humanitarias.
  • El origen de la guerra Hispano-estadounidense: Los orígenes del conflicto se encuentran en la lucha por la independencia cubana y en los intereses económicos que Estados Unidos tenía en el Caribe.
  • Las consecuencias de la guerra Hispano-estadounidense: Esta guerra significó el surgimiento de Estados Unidos como potencia mundial, dotada de sus propias colonias en ultramar y de un papel importante en la geopolítica mundial, mientras fue el punto de confirmación del declive español.

Basado en la experiencia de varios autores, mis opiniones y recomendaciones se expresarán a continuación (o en otros lugares de esta plataforma, respecto a las características y el futuro de esta cuestión):

Puntualización

Sin embargo, especialmente porque las funciones eclesiásticas son el medio normal de vida de los ministros, conviene insistir en que desde el punto de vista moral, la función apostólica que ejercen exige también la donación de uno mismo, la entrega que se expresa con palabras paulinas como un «hacerse todo para todos para salvarlos a todos» (1 Cor 9, 22); según cuanto venimos señalando, ese hacerse todo para todos tiene que situar a la propia jerarquía por encima de las divisiones humanas, con objeto de construir en la caridad de Cristo.
Es particularmente importante señalar, como contrario al deber sagrado del apostolado de la jerarquía, todo cuanto de un modo u otro pueda contribuir al resurgimiento de lo que históricamente ha venido conociéndose como «clericalismo» (véase, si se desea, más sobre este último termino en la plataforma general), conflicto que tiene uno de sus aspectos fundamentales en el tema de la instauración cristiana del orden temporal, terreno en el que siempre es posible la injerencia indebida. El Vaticano II afirma con precisión que «es deber de toda la Iglesia trabajar para que todos los hombres se hagan capaces de restaurar rectamente el orden temporal entero y de ordenarlo a Dios a través de Cristo. Compete a los pastores exponer con claridad los principios acerca del fin de la creación y del uso del mundo y proporcionar los auxilios espirituales y morales para que el orden temporal sea restaurado en Cristo» (Apostolicam actuositatem, 7), y a renglón seguido el propio Concilio señala que la restauración del orden temporal y la actuación directa e inmediata en ese orden es tarea de los fieles laicos (véase en esta plataforma: IGLESIA Iv, 4-7). [rbts name=”teología”]

Recursos

Notas y Referencias

  1. Basado parcialmente en el concepto y descripción sobre apostolado en la teología moral en la Enciclopedia Rialp (f. autorizada), Editorial Rialp, 1991, Madrid

Véase También

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