Historia de la Dignidad de la Persona Humana
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Historia y Consecuencias Jurídicas de la Persona Humana
Descripción de Dignidad de la Persona Humana ofrecido por el Diccionario Jurídico Mexicano (1994), de la Suprema Corte de Justicia de México (escrito por Jorge Adame Goddard):
“(…) La noción de dignidad de la persona humana está ligada, lógica e históricamente, con el tema de las limitaciones del poder público.Entre las Líneas En la antigüedad, la escuela estoica, desarrollando el pensamiento de Aristóteles, llegó a la conclusión de que todo hombre, por su naturaleza, es miembro de una comunidad universal del género humano, gobernada por la razón, y además, miembro de la propia comunidad política en la cual nace. Esta concepción fue una idea precursora que adquirió con el cristianismo una realidad concreta: el hombre, súbdito del reino nace, es también miembro del pueblo y reino de Dios; así a la pluralidad de organizaciones políticas particulares, se opone la Iglesia universal, que comprende a todos los hombres, de todos los reinos y todos los tiempos. Al considerarse al hombre como miembro del pueblo de Dios se comienza a reconocer en él una especial “dignidad”.
Del principio de la dignidad humana se desprendieron consecuencias jurídicas importantes: si el hombre pertenece al reino de Dios es evidente que tiene ciertos derechos de los cuales no puede ser despojado por ninguna comunidad humana.Entre las Líneas En esta doctrina está la raíz de la afirmación que el hombre posee derechos incondicionados, inviolables, oponibles a cualquier organización social o política nacional o aun internacional. Santo Tomás de Aquino precisó esta doctrina diciendo que el bien privado del hombre debe subordinarse al bien común, siempre y cuando el bien privado implique un bien de la misma naturaleza que el bien común. Cuando al bien privado se contrapone un bien común de inferior naturaleza, éste debe ceder reconociendo la dignidad (o preeminencia) del bien personal. El hombre, por consecuencia, no está ordenado totalmente ni en todas sus partes a la comunidad política. La filosofía racionalista, apoyándose en las concepciones humanistas cristianas y renacentistas, volvió a postular la dignidad de la persona humana como límite al poder del Estado; con esto ponía coto a las pretensiones fundadas en las doctrinas de Maquiavelo y Montesquieu. El humanismo laico de Hugo Grocio, Fernando Vázquez de Menchaca y Samuel Pufendorf coloca en el centro de sus sistemas el concepto de dignidad humana, fundado sobre la idea de libertad e igualdad de los derechos del hombre. Con base en la noción de dignidad de la persona humana, fundada en la naturaleza racional y espiritual del hombre, se han hecho las diversas declaraciones de derechos humanos. La Declaración de los Derechos del Hombre, votada por la Asamblea de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, dice en su preámbulo, que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tiene por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Además artículo 1) que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad”. El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, así como al Convención Americana sobre Derechos Humanos artículo 5-2) hablan de que las personas deben de ser tratadas “con el respeto debido a la dignidad inherente al ser humano”.”
Afirmación progresiva de la Dignidad de la Persona Humana
1. EL MUNDO GRECORROMANO. Hemos dicho que persona y dignidad recorren juntas una historia en la que entran en juego la antropología, la ética y la teología. Una y otras son a la vez el substrato de derechos reconocidos y reclamados.
Es sabido que en el mundo grecorromano, en que ambos términos se acuñaron, no llega a alcanzar la densidad que lograron ulteriormente. Una carga de significación que, por otra parte, no puede darse por agotada.
Con todo, tanto la paideia griega como la humanitas latina representan el esfuerzo de aquellas culturas por “pensar y cuidar de que el hombre sea humano y no inhumano”. O “porque el hombre sea libre para su humanidad y encuentre en ella su dignidad”, como señaló Heidegger en su Carta sobre el humanismo. De hecho, son numerosos los testimonios de aquellos siglos que muestran el asombro por el ingenio y la industria de los humanos. Así canta el coro de Antígona, de Sófocles: “muchos son los misterios: nada más misterioso que el hombre… ¡Inexhausto en recursos! Sin recursos no le sorprende azar alguno. Sólo para la muerte no ha inventado evasión”.
Y el viejo Píndaro, en la Oda Nemeica VI, proclama que, aunque medie una distancia insalvable entre la generosidad de los dioses y la de los hombres mortales, hay algo que les asemeja: la fuerza del pensamiento.
En el humanismo griego el hombre llega a ser considerado “medida de todas las cosas” (Protágoras).Entre las Líneas En aquella concepción, el ser humano es capaz de regir la polis y de extender su dominio a lo irracional. El ser humano es visto como microcosmos (Demócrito), compendio y punto de convergencia de las formas de vida (Aristóteles). Incluso entre los estoicos se registra la afirmación de que “el hombre es una cosa sagrada para el hombre”, una formulación de claro alcance ético.
Aviso
No obstante, los estudiosos coinciden en que el mundo antiguo, igual que no acuñó una verdadera noción de persona, tampoco llegó a reconocer igual dignidad a los no libres y a los plenamente ciudadanos.
2. LA TRADICIÓN BÍBLICO-CRISTIANA. Si el mundo griego, preocupado por el cosmos y la naturaleza, no llegó a sospechar del todo el valor de cada persona singular, ni llegó a reconocer una singularidad ontológica irreductible o, lo que es equivalente, el valor absoluto de cada ser humano y su dignidad incomparable, lo cierto es que ha contribuido de forma decisiva a la visión del hombre como imagen de Dios que se deriva de los textos bíblicos.
Parece innegable, a juzgar por testimonios que han quedado en diversas culturas, que para autocomprenderse, el hombre “ha ido a llamar a la puerta de los dioses” (Gesché). Así lo muestra la frase del griego Arato, evocada por Pablo: “somos de su linaje” (He 17,28).
Si esa comparación puede encontrarse en otros lugares, el saberse frente a o en relación con es decisivo en la antropología bíblica. Según la Biblia, la relación fundamental con Dios es constitutiva de la persona. El ser humano es creado a imagen de Dios (cf Gén 1,27), el hombre es aquel de quien Dios se acuerda y aquel a quien todo sirve (cf Sal 8). Querido y creado por Dios como su interlocutor, es capaz de responder y de comunicar. El hombre ejerce un dominio-cuidado sobre lo creado como “imagen de Dios” que es. De ahí que, como advierte J. L. Ruiz de la Peña, “cuando los Padres afirman -y lo hacen muy frecuentemente-que al hombre le son inherentes un valor y una dignidad incomparables, están expresando equivalentemente lo que el término persona notifica. Valor y dignidad… adjudicables a todos y cada uno de los hombres, no al concepto abstracto de humanidad, de modo análogo a como Gén 1 adjudicaba a todos (y no solo al Rey) la cualidad de imagen de Dios” (Ruiz DE LA PEÑA J. L., Imagen de Dios, Sal Terrae, Santander 1988, 166-167).
Distinto de Dios como criatura que es, y semejante a su Creador, por su asimilación a Cristo, el ser humano está llamado a devenir imagen aún más plenamente: la imagen por antonomasia. Importantes lugares del Nuevo Testamento (cf Col 3,10; 2Cor 4,3-4; Rom 8,29; 1Cor 15,49; Col 1,15-18) expresan esa altísima dignidad a la que, en Cristo, pueden aspirar los humanos.
Cuando el Nuevo Testamento habla de ser hechos “partícipes de la naturaleza divina” (2Pe 1,4) está señalando el nivel más alto de la dignidad, al mismo tiempo que apela a la hondura misteriosa de esa “contingencia no reductible” (Gisel) que es el ser personal, llamado al diálogo con Dios: “Más allá de las realidades históricas (el nacimiento de una interioridad y el momento reflexivo que supone Grecia), y lo que hayan podido representar y anticipar, es probablemente el cristianismo el que habrá aportado los datos decisivos de la revolución cultural (en China, la “Gran Revolución Cultural Socialista”, iniciada en 1966 por Mao Zedong (Mao Tse-tung, presidente de China en el período 1949-1976) (Mao Tse-tung) para revitalizar el celo revolucionario) y espiritual… Es sobre todo en su terreno donde un pensamiento de la persona y de la singularidad ha tomado forma realmente” (GISEL P., Perspectives théologiques sur l’homme, en AA.VV., Humain á l’image de Dieu, Ginebra 1989, 43).
Siguiendo la reflexión se puede afirmar que para la antropología bíblica el hombre es tal por la singular relación que Dios ha querido establecer con él, como atestiguan los relatos de la creación y múltiples pasajes donde aparece esa especial solicitud. El hombre, creado como un tú de Dios, es llamado a responder libremente a una comunión ofrecida por él. Esa condición -que sustenta lo único de cada ser personal, a la vez que su sociabilidad- es también el fundamento último de su incomparable dignidad.
De ahí que se pueda decir del ser del hombre que “siempre es ya incomparablemente más de lo que puede hacer de sí mismo como ejemplar e individuo porque, por ser persona, tiene su verdadero ser en la palabra de Dios y por tanto, fuera de, extra se” (DALFERTH I. V.-JüNGEL E., Persona e imagen de Dios, en F (examine más sobre todos estos aspectos en la presente plataforma online de ciencias sociales y humanidades). BOCKLE, Fe cristiana y sociEdad Moderna vol. 24, SM, Madrid 1988, 105).
El Catecismo de la Iglesia católica (1992) formula una síntesis de la realidad personal y de su dignidad: “De todas las criaturas visibles solo el hombre es capaz de conocer y amar a su Creador (GS 12c); es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24c); solo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y esta es la razón fundamental de su dignidad” (CCE 356).
Después de desarrollar este tema, el Catecismo concluye con una cita de los Sermones de san Juan Crisóstomo sobre el Génesis, en la que se subraya la extraordinaria consideración que merece esta “grande y admirable figura viviente, más preciosa a los ojos de Dios que la creación entera…” (CCE 358).
3. Los PADRES Y LA TEOLOGÍA POSTERIOR. Un recorrido por su tratamiento del tema de la imagen de Dios ilustra al mismo empo el de su consideración de la dgnidad de la persona humana (cf HAMMAN A. G., L’Homme image de Dieu, París 1987). Para a patrística, la antropología y la ética son deudoras de aquel tema bíbli o. Los textos en que imagen, gloria & dignidad aparecen en conexión pueden encontrarse sin dificultad; el sombre es libre desde el comienzo, pues Dios es libertad, y a semejanza de Dios ha sido hecho. El hombre está llamado a ser gloria del Creador según la conocida frase de Ireneo de Lyon.
Para Gregorio de Nisa, más que hablar de microcosmos (como había hecho el mundo griego), a la hora de mostrar la dignidad hay que apelar a la capacidad de la persona libre de asemejarse al Arquetipo. Lo inagotable e inasible del Ejemplar tiene una correspondencia en la imposibilidad de captar el espíritu humano, inasible e inagotable también. El hombre, espejo libre y vivo, se transforma progresivamente en imagen, de manera que desde una connaturalidad crece en afinidad. La naturaleza humana, reflejo de una belleza divina, acrecienta su dignidad en la medida en que más fielmente refleja al Creador.
En términos de paradoja se expresa Gregorio Nacianceno, que no duda en hablar de lo humano como parcela divina, de una libertad que no puede ser forzada desde fuera y solo cede ante el amor humilde de Dios. Para él se trata de una realidad “a la vez terrestre y celeste, perecedera e inmortal, visible e invisible, entre la grandeza y la nada, a la vez carne y espíritu…, animal en camino hacia su patria y, lo que es más misterioso, hecho semejante a Dios por un simple querer de la voluntad divina” (Discurso 45 para la Pascua).
Resumiendo el sentir de los autores más destacados de la patrística oriental, escribe Clément: “Para los Padres la verdadera grandeza del hombre no reside en resumir el universo, sino en estar hecho a imagen de Dios… Así, el hombre -como Dios- es una existencia personal. No es una naturaleza ciega, una roca o un árbol. Debe englobar, expresar y calificar su naturaleza en relación con la imagen de Dios”8.
La dignidad sirve de puente entre la antropología y la moral en san León Magno, como muestra su conocida exhortación “Despierta, hombre, y reconoce la dignidad de tu ser. Acuérdate que has sido creado a imagen de Dios” (Sermón 7 en la Natividad del Señor).
Hay un capítulo en la teología que vale la pena mencionar, al menos porque tiene una incidencia decisiva en la consideración del ser humano como persona y, por tanto, de su dignidad única. Se trata de la elaboración de la doctrina acerca de las Personas divinas y de la discusión acerca de la persona de Cristo. La filiación respecto del Padre, de quien somos hechos hijos en el Hijo, es comprendida como una gracia que eleva la condición humana “hasta lo insospechable y su dignidad hasta lo incomparable” (cf GUARDINI R., Mundo y persona, Madrid 1967, 239-248).
En siglos sucesivos, ya en la teología medieval, se encuentran de nuevo unidos persona y dignidad, por el intermedio de racionalidad y libertad, que son términos clave para la definición de lo humano. Los nombres de san Anselmo y san Bernardo, Hugo y Ricardo de San Víctor, y Guillermo de Saint Thierry se pueden citar a propósito del reconocimiento de una dignidad real en quien es imagen del Rey. Dignidad que ostenta la persona, espejo incomparable, capaz de conocer a Dios por estar dotada de racionalidad y haber sido hecha capaz de asemejarse a él por su libertad.
Los atributos de majestad, nobleza y sublimidad le son reconocidos al ser humano como dones nativos que ni siquiera el pecado puede anular.Entre las Líneas En todo caso, su grandeza y dignidad son restauradas por la humillación de Cristo.
Acerca de estos autores ha observado Javalet que están, por una parte, vinculados a las definiciones tradicionales de la imagen en términos de razón, autoridad o poder, pero que de la vida cristiana, de la tradición evangélica, extraen con nueva fuerza la convicción de que en ese ser libre radica una dignidad natural llamada a ser divinizada (JAVALET R., La dignité de l’homme dans la pensée du XIIe siécle, en De Dignitate Hominis).
Una mención especial merece el tratamiento de la dignidad en santo Tomás, que dedicó algunas de las quaestiones a elucidar la noción de persona, tanto en el misterio trinitario como en el nivel humano. Ya en su Comentario a las sentencias señala que “al nombre de persona corresponde la propiedad esencial de dignidad” (Sent. I, d. 23, 1, 1). Y en otros lugares afirma que la dignidad del hombre, llamado a la bienaventuranza de la visión de Dios, ha sido manifestada de la manera más adecuada al asumir el mismo Dios la naturaleza humana (cf C. Gent. IV, 54). Para él, “la persona es la realidad más digna de cuanto existe” (Sum. Theol. I, 29, 3). Y “la fe en la creación nos lleva al conocimiento de la dignidad humana” (Comentario al símbolo de los apóstoles).
4. EN EL HUMANISMO RENACENTISTA.Entre las Líneas En el humanismo del Renacimiento tiene un nuevo acento la consideración de la dignidad, al tiempo que el hombre es colocado por encima de todo lo animado y lo inanimado, con capacidad de modular su vida gracias a la libertad. [rtbs name=”libertad”] Abierto a múltiples posibilidades, el ser humano es visto como centro y síntesis del universo, según aquella antigua imagen que cobra nueva vivencia por los hallazgos de una ciencia también nueva.
Hay que advertir que, pese a una tendencia a pensar lo humano de manera más autónoma, los pensadores renacentistas no excluyen la fundamental relación con Dios, aunque fijan la atención, en primer término, en la centralidad del ser humano en el cosmos y su condición de confín, o intermedio, entre mundos distintos. “Centro de la naturaleza y vínculo de todas sus partes”, le llama Marsilio Ficino en su Theologia platonica.
Los humanistas de este período prestan atención, sobre todo, a las posibilidades y aspiraciones del hombre, situado en el corazón del universo, según Pico de la Mirandola, autor de una Oratio de hominis dignitate. Este discurso pone en boca de Dios la defensa de esa realidad que se intenta defender, en un texto que ha pasado a la historia del tema y que expresa como pocos las convicciones de los humanistas:
“Adán, no te he dado ni un puesto fijo, ni una figura propia, ni un cargo peculiar, para que, de acuerdo con tu propio consejo y determinación, puedas obtener y conservar el puesto que tú mismo desees. La naturaleza determinada de los demás seres está sometida a leyes que yo de antemano he establecido. T en cambio, libre de toda barrera, det inarás por ti mismo tu propia naturaleza, de acuerdo con tu libertad, a cuyo poder te he entregado. Te he colocado en el centro del mundo para e desde aquí puedas ver mejor cuan está a tu alrededor. No te he hec ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, para que, como libre y soberano artífice de ti mismo, te plasmes y forjes según aquella forma que tú mismo elijas. Puedes degenerar hasta convertirte en animal, como puedes, según tu querer, regenerarte hasta alcanzar lo divino”.
De una dignidad casi divina habla el humanista español Luis Vives, como había hecho anteriormente Gianozzo Manetti en su De dignitate et excellentia hominis. Ocurre que en la visión renacentista del hombre libre, configurador del mundo, responsable de su hacer y, por ello, de su propia humanidad, perdura la visión bíblica y cristiana como un trasfondo. Ahora bien, se deja percibir ya un giro antropológico del pensar que se acentuará posteriormente.
5. DESDE EL SIGLO XVI A NUESTROS DÍAS. Al comienzo de la era moderna -concretamente en el siglo XVI español-, por el descubrimiento de otras tierras y de otras culturas, se da un fecundo interrogante a propósito de la dignidad común a todos los hombres. Los nombres de Antonio Montesinos, Bartolomé de las Casas y Francisco de Vitoria, por citar los más conocidos, están unidos a la defensa de la dignidad fundamental de todos los hombres, y de un derecho natural, fuente de todos los demás derechos: “El principio fundamental -escribe Colomer al advertir esta importante aportación- es la dignidad de la persona humana y la dignidad de los hombres y de los pueblos, teniendo por base la realidad del hombre como imagen y semejanza de Dios… Esta consideración ha dirigido la renovación de la moral en España, así como todo el renacimiento teológico posterior… El concepto cristiano del hombre ha sido revalorizado y se ha convertido en una metafísica cristiana de la persona humana. La naturaleza humana es común a todos y cada uno de los hombres, sin distinción de nación, continente, cultura, edad, color.
Informaciones
Los derechos humanos son inseparables de su naturaleza, nacen con el hombre y le son inherentes” (COLOMER E., El humanismo cristiano del Renacimiento).
La presencia de esta convicción, que es la de una dignidad universalizada, se puede encontrar en esta fórmula de un interesante texto de la época, el catecismo de Bartolomé Carranza: “El hombre es uno cuando es bueno y cuando es malo, cuando es rico y cuando es pobre, cuando está sano y cuando está enfermo” (I, 136).
En sintonía con aquellos defensores de la dignidad, y con la más genuina tradición cristiana, Carranza señala expresamente la de los pobres, “que son imágenes vivas de Jesucristo”. Y ofrece esta memorable síntesis del mensaje cristiano: “Dos cosas se notan, en la Sagrada Escritura, del hombre, y ambas quiere Dios que consideremos para la guarda de este mandamiento. La primera, que el hombre es imagen de Dios, y si no queremos profanar su imagen, habemos de mirar y acatar mucho al hombre. La segunda, que todo hombre es nuestra carne; y así como a cosa propia le habemos de abrazar si no queremos despojarnos de la condición natural de hombres” (II, 34).
En el siglo XVIII, la dignidad recorre, como henos dicho antes, la ética kantiana: “los seres racionales llámanse personas, porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio, y por tanto limita en este sentido todo capricho (y es un objeto de respeto)” (Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Buenos Aires).
Sobre la grandeza (y miseria) de lo humano, ha escrito Pascal algunas de sus páginas más leídas. “El hombre supera infinitamente al hombre”, es una de las frases célebres de quien consideró digna de admiración la “débil caña pensante” que es el ser humano.
En tiempo más cercano, en el cauce de un personalismo ético, se pueden reunir aportaciones que han ayudado a que llegara a efecto la Declaración de los derechos humanos, sobre el trasfondo de un reconocimiento cada vez más amplio de la dignidad de cada uno de los seres humanos. Así, con su propio modo de pensar, pero con una coincidencia en lo único e incomparable de la persona, se puede recordar a Maritain, Haecker y Mounier, entre otros.
La aportación más reciente de pensadores originales como son Lévinas y Ricoeur ha supuesto un traslado de la atención a la dignidad del otro en primer término. También con acentos propios, ambos autores han despertado la conciencia de una inviolable dignidad de las personas, ofrecida a nuestra responsabilidad, interpelando nuestra solicitud (Ricoeur) (examine más sobre todos estos aspectos en la presente plataforma online de ciencias sociales y humanidades). Basta recordar algunas líneas en las que se presenta la realidad del rostro humano, para advertir cómo el otro, que ya para Kant solo se dejaba considerar en el reino de los fines, llega a ser ahora un imperativo primero.
En una obra que lleva un título significativo, Humanismo del otro hombre, escribe Lévinas unas líneas que son también un extremo en el reconocimiento de la dignidad: “La desnudez absoluta del otro, ese rostro absolutamente sin defensa, sin cobertura, sin vestido, sin máscara, es, no obstante, lo que se opone a mi poder sobre él, a mi violencia; es lo que se me opone de una manera absoluta, con una oposición que es oposición en sí misma.
El ser que se expresa, el ser que está frente a mí, me dice no, en virtud de su expresión misma. No, que no es simplemente formal, ni tampoco expresión de una fuerza hostil, de una amenaza; es imposibilidad de matar a quien presenta ese rostro.
Sin entrar en otras cuestiones implicadas en este modo de pensar, que coloca en primer lugar la consideración ética del otro, se puede advertir en este lenguaje un eco de la manera bíblica de hablar de lo debido, en primer lugar, a aquellos que están en situación menesterosa. Y de lo inseparable del amor/respeto al hermano en el Nuevo Testamento.
Fuente: Felisa Elizondo Aragón, Nuevo Diccionario de Catequética, Madrid, 1999
Recursos
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Véase También
Bibliografía
Preciado Hernández, Rafael, Lecciones de filosofía del derecho, México, UNAM, 1982; Recaséns Siches, Luis, Panorama del pensamiento jurídico en el siglo XX, México, Porrúa, 1963; Verdross, Alfred, La filosofía del derecho del mundo occidental; traducción de Mario de la Cueva, México, UNAM, 1962.
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