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Violencia Doméstica en la Comunidad LGBTQ

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Violencia Doméstica en la Comunidad LGBTQ

Este elemento es una expansión del contenido de los cursos y guías de Lawi. Ofrece hechos, comentarios y análisis sobre este tema.

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Violencia Doméstica y Maltrato en la Comunidad LGBTQ

Una mirada al panorama legislativo del Reino Unido y de muchas democracias occidentales neoliberales de todo el mundo a principios del siglo XXI sugeriría que se ha producido un cambio fundamental en la forma de percibir a las personas lesbianas, gays, bisexuales y trans y sus relaciones íntimas y familiares. De vivir vidas que se consideraban no sólo desviadas, sino peligrosas y una amenaza para la sociedad y sus instituciones básicas, como “la familia” y sus hijos, se han aprobado leyes que legitiman sus vidas y relaciones y les proporcionan muchas de las mismas protecciones, derechos y obligaciones que a las mujeres y los hombres heterosexuales. Sin embargo, al mismo tiempo, también hay pruebas de que en la vivencia de su vida cotidiana y de sus relaciones íntimas y familiares, las personas LGBTQ siguen enfrentándose a enormes retos, discriminación, hostilidad y violencia. Parece que al mismo tiempo que se han ganado los argumentos de que los derechos humanos son universales, independientemente de la sexualidad, las percepciones sobre los que viven fuera de la heterosexualidad los sitúan como diferentes. Las diferencias parecen caer en dos categorías, y ambas encuentran su origen en la centralidad de la heterosexualidad en la organización de la sociedad y la ubicación del poder social. La primera es que las minorías sexuales son percibidas como ajenas a la sociedad y, por tanto, que suponen una amenaza para ésta. Esto se aplica con mayor frecuencia a los hombres homosexuales, a los que se sigue asociando como una amenaza para los niños y los jóvenes debido a una percepción particular y errónea de su sexualidad que la confunde con la pedofilia. La segunda categoría de diferencias está relacionada con una aparente incapacidad para comprender cómo funcionan las relaciones íntimas del mismo sexo o las relaciones parentales del mismo sexo: el dilema central aquí se centra en si son iguales a las relaciones heterosexuales o, debido a las suposiciones esencializadas sobre el género, diferentes. Estos debates han sido contestados desde dentro de las comunidades LGBTQ de forma opuesta. Los que argumentan que “todos somos iguales”, insisten en que “todos queremos las mismas cosas” y tratan de tranquilizar a la mayoría heterosexual de que no hay ninguna amenaza para las instituciones de la sociedad al incluir a las personas LGBTQ en ellas. Aquellos que argumentan que ‘somos diferentes’ están interesados en desafiar las instituciones de la sociedad para cambiarlas en favor de todos y abordar las desigualdades sociales y las estructuras de poder opresivas.

Estas percepciones y argumentos opuestos tienen profundas repercusiones en la vida cotidiana de quienes viven al margen de la heterosexualidad y se ven exacerbadas por las desigualdades adicionales que se derivan de ser joven, discapacitado, de clase trabajadora o de pertenecer a comunidades trans y/o negras y de minorías étnicas. Estas desigualdades hacen que, por un lado, la posicionalidad repercuta en las múltiples formas en las que un individuo llega a entender su sentido del yo y cómo le perciben los demás como miembro de los múltiples grupos sociales a los que pertenece. Por otro lado, una exploración interseccional de sus experiencias revela cómo sus múltiples identidades, posicionadas de forma desigual en las jerarquías sociales y culturales, repercuten en su acceso potencial y real a los recursos materiales y socioculturales disponibles en los grupos sociales, las redes, las localidades, las regiones y la sociedad más amplia en la que viven, y en el trato que reciben. Por ejemplo, junto a las experiencias de exclusión que los que se identifican como LGBTQ relatan de la sociedad general, están las experiencias de exclusión que relatan dentro de las comunidades LGBTQ a causa de su “raza” y etnia, su clase social, su fe, su edad y/o su discapacidad.

En este texto, sin dejar de ser conscientes de las múltiples identidades de las personas LGBTQ dentro de la sociedad, se desmenuza las relativas a las diferencias percibidas sobre las personas LGBTQ y las heterosexuales en general, para comprender cómo éstas pueden repercutir, en particular, en la forma en que se experimenta y se entiende la violencia y el maltrato doméstico por parte de quienes viven en relaciones del mismo sexo. La centralidad de la heterosexualidad, no sólo como una adscripción de identidad sino como un marco organizativo en la sociedad, junto con las suposiciones asociadas sobre el género, no debe subestimarse porque, como argumentamos, las percepciones de cómo podría funcionar la intimidad de los adultos tienen profundas implicaciones tanto en la forma en que los supervivientes de la violencia y el abuso domésticos podrían entender sus propias experiencias como en la forma en que aquellos que podrían proporcionarles apoyo podrían entenderlas.

También se quiere contrarrestar el énfasis actual en la literatura que explora las experiencias de la violencia doméstica y el abuso en las relaciones entre personas del mismo sexo, que se centra en enfoques psicológicos e individualistas, y en su lugar poner en primer plano la importancia de los contextos sociales y culturales en los que las personas que mantienen relaciones entre personas del mismo sexo salen del armario y entablan relaciones íntimas, familiares y parentales. No estamos en desacuerdo con que los potenciales cognitivos y psicológicos de los individuos influyan en la forma en que reaccionan y responden al heterosexismo y la homofobia a los que se enfrentan al labrarse una vida como lesbiana, mujer u hombre gay, bisexual, queer y/o trans. Sin embargo, también queremos argumentar que la forma en que los individuos dan sentido a su sexualidad y/o identidad de género, junto con sus otras identidades múltiples, está moldeada e influenciada por normas sociales y culturales construidas a través de procesos materiales, estructurales e institucionales que son profundos en su impacto.

Para hablar de las formas en que la institución de la heterosexualidad es fundamental para entender cómo se entiende la violencia y el abuso doméstico tanto en las relaciones heterosexuales como en las del mismo sexo,se puede utilizar el concepto de “suposición heterosexual”, que proporciona una forma de describir y analizar una sociedad organizada y construida como si todos sus ciudadanos fueran heterosexuales y aspiraran a objetivos heterosexuales para sus vidas personales e íntimas. No sólo se asume que los individuos son heterosexuales, sino que las instituciones, la infraestructura, la legislación y la política de la sociedad también tienen incrustadas en ellas ideas dominantes sobre cómo debe vivirse la heterosexualidad, por ejemplo, en la provisión de bienestar, familias, salud, seguridad, empleo, etc. La asunción de la heterosexualidad o la hegemonía heterosexual, se basa en “la falacia naturalista” y el “binarismo de género y sexual y su posicionamiento jerárquico”, según el texto de Weeks et al, 2001, que fueron quienes acuñaron el término, y facilita una exploración matizada no sólo de las formas obvias y explícitas, sino también de las implícitas y encubiertas en que se espera, se normaliza y se privilegia la heterosexualidad en las sociedades occidentales neoliberales tanto en la vida privada como en la pública. Esta perspectiva nos permite reconocer los aparentes logros alcanzados por las personas LGBTQ en países de todo el mundo occidental y en algunos países en vías de desarrollo, al tiempo que podemos señalar las innumerables formas en que la suposición heterosexual persiste y tiene un impacto negativo en las decisiones de los individuos de salir del armario y vivir abiertamente como LGBTQ.

El supuesto heterosexual impregna las interacciones en la vida cotidiana tanto en la esfera pública como en la privada. Junto a los supuestos sobre la primacía de la heterosexualidad están los que construyen la naturaleza defectuosa, peligrosa y amenazante de quienes no son heterosexuales. Sin embargo, también sostenemos que el género debe entenderse como un aspecto intrínsecamente integrado en el supuesto heterosexual. Así, se entiende que las formas en que las personas viven su vida íntima y familiar están moldeadas no sólo por su sexualidad, sino también por las expectativas simultáneas de conformidad con las expectativas de género sobre cómo podrían interactuar como niños, amigos, empleados y empleadores, usuarios y proveedores de servicios, parejas íntimas y como padres. Estas expectativas de género se construyen y se moldean mutuamente a través de los diversos matices resultantes de la etnia y la “raza”, tanto desde dentro de las comunidades minoritarias como de las percepciones y expectativas estereotipadas y prejuiciosas de las comunidades mayoritarias. Argumentamos que estas expectativas de género se desarrollan en paralelo a las expectativas vinculadas a la heterosexualidad y que los discursos e ideologías sobre la heterosexualidad son fundamentales para construir y dar forma a las ideas y expectativas sobre las masculinidades y las feminidades. Así, la masculinidad hegemónica es fundamentalmente heterosexual: la masculinidad gay sólo puede ser una masculinidad subordinada. Del mismo modo, la feminidad enfatizada sólo puede entenderse si se entiende como feminidad heterosexual. Así pues, tanto los hombres gays como las lesbianas siguen siendo típicamente entendidos como ajenos no sólo a las normas de la heterosexualidad, sino también a las normas del género. Además, estas experiencias de masculinidades y feminidades subordinadas se interpretan, al mismo tiempo, a través del posicionamiento “racial” y étnico de los individuos, de su posicionamiento de clase social, de su edad y de si son o no discapacitados.

Estas suposiciones sobre el género y la sexualidad no son más importantes en ningún lugar que en el hacer y vivir las vidas íntimas. El supuesto heterosexual no sólo da forma a las ideas sobre lo que es posible en una vida íntima para los que viven en relaciones heterosexuales, sino que también, como demostraremos, tiene un impacto en los que entran en relaciones del mismo sexo. Al mismo tiempo, los proveedores de servicios también tienen expectativas sobre cómo podría vivirse la vida íntima en las relaciones entre personas del mismo sexo que se “leen” a partir del supuesto heterosexual, e incluyen la forma en que el género podría representarse en esas relaciones, con suposiciones añadidas sobre cómo podría representarse el género en diferentes culturas, a diferentes edades, en diferentes clases sociales y si un individuo es discapacitado o no. Por lo tanto, las respuestas de los proveedores de servicios de una serie de organismos que responden al sistema de justicia penal, a la ruptura de relaciones, a la vivienda y a la violencia y el maltrato domésticos a las personas que mantienen relaciones del mismo sexo se verán influidas por el supuesto heterosexual. Dado que, históricamente, las respuestas de los proveedores de servicios han estado más marcadas por la percepción de las diferencias y la peligrosidad de las personas LGBTQ, el supuesto heterosexual también puede ayudar a explicar las decisiones de búsqueda de ayuda que toman las personas LGBTQ. Esta última incluye el juicio sobre su seguridad a la hora de salir del armario y las consecuencias negativas de tomar una decisión equivocada: podrían experimentar la homofobia de aquellos a los que buscan ayuda, su confidencialidad podría no ser respetada, podrían sentir que tienen que salir del armario en otras esferas de su vida cuando no se sienten preparados, y/o podrían temer cómo su decisión podría suscitar respuestas homófobas hacia su pareja, sus hijos y otras personas cercanas. También se han esgrimido argumentos similares en relación con el modo en que las respuestas de los proveedores de servicios se han visto moldeadas por suposiciones sobre la “raza”, la etnia y la clase social.

▷ En este Día de 25 Abril (1809): Firma del Tratado de Amritsar
Charles T. Metcalfe, representante de la Compañía Británica de las Indias Orientales, y Ranjit Singh, jefe del reino sij del Punjab, firmaron el Tratado de Amritsar, que zanjó las relaciones indo-sijas durante una generación. Véase un análisis sobre las características del Sijismo o Sikhismo y sus Creencias, una religión profesada por 14 millones de indios, que viven principalmente en el Punjab. Los sijs creen en un único Dios (monoteísmo) que es el creador inmortal del universo (véase más) y que nunca se ha encarnado en ninguna forma, y en la igualdad de todos los seres humanos; el sijismo se opone firmemente a las divisiones de casta. Exatamente 17 años antes, la primera guillotina se erigió en la plaza de Grève de París para ejecutar a un salteador de caminos.

Para iniciar el debate sobre estas cuestiones, en este texto nos centramos específicamente en la medida en que la intimidad heterosexual es similar o diferente a la intimidad del mismo sexo; qué impacto tiene una sociedad heterosexista y homófoba en las experiencias de violencia doméstica y abuso en las relaciones del mismo sexo; y si la salida del armario tiene algún impacto en las experiencias de violencia doméstica y abuso en las relaciones del mismo sexo, y cómo lo tiene. En primer lugar, se observa cómo el cambio social y legislativo ha supuesto un desafío a la suposición heterosexual y abre espacios para formas más inclusivas de vivir y amar para quienes mantienen relaciones con el mismo sexo.

El cambiante panorama legal y social

En el Reino Unido y en la mayoría de las democracias liberales, las personas que viven en relaciones del mismo sexo pueden ahora casarse o, de lo contrario, promulgar una asociación o unión civil que confiere a los adultos todos o la mayoría de los mismos derechos y responsabilidades del matrimonio. En la mayoría de los países, también se han asegurado los derechos y responsabilidades parentales en las relaciones entre personas del mismo sexo (Francia e Irlanda son ejemplos significativos de excepciones en las que la adopción y la acogida están excluidas de los modelos de registro de parejas). En el Reino Unido, las parejas de lesbianas que se convierten en padres utilizando clínicas de fertilidad autorizadas y gametos donados también pueden registrar tanto a la madre biológica como a la no biológica como padres legales en el certificado de nacimiento de los niños (Fertilización Humana y Embriología de 2008). Además, desde abril de 2010, se permite a las parejas de hombres homosexuales solicitar una orden de paternidad que, de ser concedida, permitirá registrar el nacimiento y hacer constar a ambos hombres como padres en el Registro de Órdenes de Paternidad. Las parejas del mismo sexo pueden ahora adoptar y acoger como parejas (Ley de Adopción de Niños de 2004) y las personas LGBTQ están protegidas de la discriminación por la Ley de Igualdad de 2010 y la Ley de Empleo de 2008 en la provisión de bienes y servicios y en el empleo respectivamente. Sin embargo, la ley sigue permitiendo a los proveedores de servicios para un solo sexo (como los refugios) negar el acceso a una persona trans si el proveedor puede demostrar que hacerlo es razonable. Está claro que esto tiene implicaciones para el acceso de las mujeres trans a los refugios si sufren violencia doméstica y abusos.

Para las personas trans, la Ley de Reasignación de Género de 2004 permite ahora a las personas que se han sometido a un tratamiento médico (no necesariamente quirúrgico) por una variante grave de género recibir un Certificado de Reconocimiento de Género (CRG) que pueden utilizar para cambiar su partida de nacimiento y ser identificadas legalmente en el género que han elegido. Aunque se trata de un cambio importante en el reconocimiento legal de las personas trans, había importantes salvedades, como que una persona trans casada tenía que divorciarse de su pareja para que le dieran un GRC. Esto se debe a que, hasta abril de 2014, el matrimonio entre personas del mismo sexo no era legal. Además, quienes no deseen someterse a un tratamiento médico no podrán optar a una CRG y, por tanto, no podrán cambiar su partida de nacimiento con todas las ramificaciones que esto tiene para la ciudadanía, como la obtención de un pasaporte y la obtención de servicios como superviviente de la violencia y los abusos domésticos.

No obstante, se ha producido un cambio radical en todos los servicios del sector público en el diseño de políticas de igualdad de oportunidades y en el desarrollo de las mejores prácticas para ofrecer un servicio inclusivo a todos los usuarios de los servicios, independientemente de su sexualidad, género e identidad de género. La Ley de Igualdad de 2010 exige a los organismos que prestan servicios públicos (incluso en los sectores voluntario y privado) que aporten pruebas sobre el grado de éxito que están teniendo en la consecución del objetivo de inclusión en una serie de lo que se denominan características protegidas: edad, discapacidad, género, cambio de sexo, embarazo y maternidad, “raza”, religión o creencias y orientación sexual. Sin embargo, nos gustaría argumentar que la medida en que el activismo y la erudición han tenido éxito en la consecución de estos cambios legislativos debe medirse no sólo por la forma en que se han reconocido y protegido los derechos y obligaciones individuales, sino también por su impacto en la expresión cotidiana de esos derechos a través de sus relaciones íntimas, familiares y parentales.

Es cierto que el panorama legislativo es irreconocible ahora, cuando entramos en la segunda década del siglo XXI, al que había hace sólo 25 años. No sólo el gobierno conservador aprobó entonces la tristemente célebre Sección 28 (véase más detalles), sino que la edad de consentimiento para los hombres homosexuales era cinco años superior a la de los heterosexuales, ser descubierto como gay o lesbiana en el ejército podía dar lugar a una baja deshonrosa y las madres lesbianas podían perder la custodia de sus hijos a causa de su sexualidad. Sin embargo, a pesar de los avances expuestos brevemente anteriormente, también hay pruebas de que existe una minoría considerable de la población a la que no han convencido los argumentos a favor de la inclusión. Este malestar continuo con las sexualidades minoritarias y las personas trans se articula con mayor claridad en los debates sobre lo que podría entenderse como el corazón de la existencia humana: la intimidad adulta y la creación de familias. Aquí exploramos brevemente el impacto de este malestar en dos áreas: la orientación sexual y de relaciones en las escuelas y el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Orientación sobre el sexo y las relaciones

Encabezados por las religiones organizadas, los disidentes de los argumentos de la igualdad son una minoría ruidosa que pretende hablar en nombre de una mayoría silenciosa. Sostienen que las relaciones sexuales entre dos mujeres o dos hombres no sólo son antinaturales, sino también inmorales, y que los niños no deberían estar expuestos a un entorno de este tipo si quieren llegar a la edad adulta como mujeres y hombres heterosexuales mentalmente sanos y normativos. Sin embargo, estas objeciones más manifiestas a la legislación inclusiva basada en la igualdad de derechos no han sido las únicas señales de que existe una lucha en la sociedad para aceptar los argumentos de la igualdad. Ha habido varias piezas de política y orientación que expresan la ambigüedad que existe sobre la plena aceptación de las diferentes formas de vivir y amar. En este sentido, es relevante la orientación sobre educación sexual y de relaciones del Departamento de Educación y Empleo del Reino Unido (2000, en adelante la Orientación) para Inglaterra y Gales, que ofrece asesoramiento a las escuelas sobre cómo cumplir con su obligación de adoptar una política de educación sexual y de relaciones. Dada la evidencia de este estudio y de otros de que los jóvenes, independientemente de su sexualidad y género, corren un mayor riesgo de sufrir violencia y abusos domésticos que los mayores, según apunto una amplia literatura, la prevención, iniciada en las escuelas, se sugeriría como una estrategia obvia. Sin embargo, la Guía contiene al menos dos barreras potenciales para el desarrollo de una educación sexual y de relaciones que podría incluir a los jóvenes que son lesbianas, gays, bisexuales y/o trans y/o que cuestionan su sexualidad. La primera surge de la ambivalencia articulada en torno a qué tipo de relaciones se debe animar a los niños y jóvenes a entablar. Por un lado, el documento reconoce que los niños se crían en diferentes tipos de familias y que existen “relaciones fuertes y de apoyo mutuo fuera del matrimonio”. Así pues, por respeto a la diferencia y por el reconocimiento de que estas relaciones pueden proporcionar bienestar a sus hijos, los alumnos deberían aprender la “importancia del matrimonio y de las relaciones estables como elementos constitutivos de la comunidad y la sociedad” (DfEE, 2000). Por otro lado, y en la misma página de la guía, se da prioridad a la responsabilidad de las escuelas de enseñar “la naturaleza y la importancia del matrimonio para la vida familiar y la educación de los hijos”.

El segundo obstáculo es lo que puede considerarse una herencia de la Sección 28. La orientación tiene una sección específica sobre “Identidad sexual y orientación sexual” y aconseja que se espera que las escuelas satisfagan las necesidades de todos sus alumnos “cualquiera que sea su sexualidad en desarrollo”, asegurando que la educación sexual y de relaciones debe ser “relevante para ellos y sensible a sus necesidades”. El acoso homófobo se menciona específicamente como un comportamiento que debe tratarse, aunque se añade una advertencia en el consejo que podría socavar lo anterior. El consejo sigue animando a los profesores a “tratar con honestidad y sensibilidad la orientación sexual, responder a las preguntas adecuadas y ofrecer apoyo. No debe haber ninguna promoción de la orientación sexual”.

En el mismo documento, en relación con el papel del trabajo con jóvenes en la provisión de educación sexual y de relaciones, se da el mismo mensaje, señalando que es “inapropiado que los trabajadores con jóvenes, como cualquier profesional, promuevan la orientación sexual”. Antes de que se derogara el artículo 28, nunca se puso a prueba en los tribunales. Su poder residía en su estatus simbólico y en su papel de censura. No sólo fomentó la autocensura de aquellos que, de otro modo, podrían haber participado en las actividades que la Sección pretendía impedir, por ejemplo, en las escuelas, sino que también proporcionó a los que estaban de acuerdo con la Sección una justificación para las políticas discriminatorias. Por ejemplo, algunas autoridades locales se vieron desafiadas con el uso de la Sección 28 para detener su propuesta de gasto en eventos para lesbianas y gays. Sin embargo, siempre se malinterpretó en cuanto a su jurisdicción sobre la educación sexual y de las relaciones, ya que las autoridades locales no eran responsables de las políticas de educación sexual y de las relaciones en las escuelas, ya que esa responsabilidad había sido entregada a los gobernadores de las escuelas por el mismo gobierno. Cuando el gobierno del Nuevo Laborismo llegó al poder en 1997 e intentó derogar la Sección 28, se enfrentó, no obstante, a una fuerte oposición debido al papel que se percibía que tenía la Sección en relación con la educación sexual y de las relaciones. La respuesta de una sociedad a las lesbianas y los gays en relación con los niños es la prueba de fuego para saber hasta qué punto se ha logrado la tolerancia, por no decir la aceptación. Las Orientaciones (2000) (y su equivalente escocés) reflejan este malestar y se basan en su interpretación por parte de los directores de las escuelas para garantizar que cada una de ellas imparta una educación sexual y de relaciones que incluya tanto a los jóvenes lesbianas, gays, mujeres y hombres bisexuales y a los que cuestionan su sexualidad como a la prevención de la violencia y el abuso domésticos para todos los niños y jóvenes. Más recientemente, en 2013, el legado de la Sección 28 se puso de manifiesto con la constatación, en una encuesta realizada por la Sociedad Humanista Británica, de que 44 escuelas subrayan en sus directrices de educación sexual que los gobernadores no permitirán a los profesores “promover” la homosexualidad, o son ambiguos al respecto. Por lo tanto, aunque hay pruebas materiales de un cambio positivo en la sociedad basado en el argumento de la igualdad de derechos, todavía hay focos significativos de resistencia a este argumento y las campañas para cambiar las mentes, las políticas y las leyes continúan. Esto no es más claro en ningún lugar que en las campañas en el Reino Unido y en otros lugares a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo.

Campañas a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo

Sin entrar en demasiados detalles, la campaña a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo puede caracterizarse como una “última batalla” para muchos de los que se oponen a él. El Papa ha sugerido que en la aceptación del matrimonio entre personas del mismo sexo hay una amenaza para el futuro de la humanidad:

“La familia, basada en el matrimonio de un hombre y una mujer… No se trata de una simple convención social, sino de la célula fundamental de toda sociedad. En consecuencia, las políticas que socavan la familia amenazan la dignidad humana y el futuro de la propia humanidad.”

Otras confesiones religiosas se han pronunciado también con gran firmeza y algunos, típicamente los partidos políticos de centro-derecha, se han mostrado ansiosos por seguir su ejemplo. En el Reino Unido, el compromiso personal a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo del Primer Ministro conservador ha sido criticado por algunos altos cargos de su partido y por una gran parte de su electorado tradicional en el país como señal de un alejamiento de sus raíces tradicionales que han defendido el matrimonio heterosexual tradicional y la familia nuclear. En la primera lectura del proyecto de ley, 137 diputados conservadores votaron en contra y otros 40 no votaron o se abstuvieron. Sin embargo, el proyecto de ley sobre el matrimonio (parejas del mismo sexo) recibió la aprobación real el 13 de julio de 2013 y se convirtió en ley. Los primeros matrimonios del mismo sexo podrán celebrarse el sábado 29 de marzo de 2014.

La cuestión central de los debates ha sido si la definición y el propósito del matrimonio pueden cambiarse o entenderse para incluir a quienes mantienen relaciones del mismo sexo. El argumento de los que dicen que no se puede se basa en la creencia de que el matrimonio es la heterosexualidad expresada en las relaciones sexuales con penetración masculina/femenina de las que saldrán los hijos que requerirán la crianza de sus padres biológicos; y que estas relaciones, son el centro de la sociedad en torno a las cuales se ha organizado durante siglos la economía, sus marcos legislativos, su bienestar, su distribución del poder y del dinero. El argumento de los que dicen que sí, se basa en la creencia de que el matrimonio es el amor, la conexión y el compromiso de por vida entre dos personas que son iguales independientemente de la sexualidad o el género; y que puede incluir el acuerdo de criar juntos a los hijos que pueden o no estar conectados biológicamente con uno o ambos padres (como ocurre actualmente en muchos matrimonios heterosexuales). El acto del heterosexo procreativo se considera poco importante al lado de los otros aspectos del amor que se consideran universalmente sentidos, deseados y vividos, incluida la paternidad.

▷ Lo último (abril 2024)

Sin embargo, las campañas a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo no son apoyadas universalmente desde dentro de las comunidades LGBTQ y tampoco lo son los argumentos que sustentan esas campañas. Estas diferencias dentro de las comunidades LGBTQ también influyen en cómo y si la intimidad adulta se entiende y se percibe como diferente o similar a través de la sexualidad y el género y es a estas diferencias a las que nos dirigimos ahora.

Asimilación o separación

En las comunidades LGBTQ y en la academia se han producido encarnizados debates sobre la base de los exitosos argumentos presentados por los activistas LGBTQ y sus aliados en favor de la igualdad de derechos. Una alianza entre un esencialismo expeditivo y/o genuinamente creído, lo que Plummer (1995) llama verdades esenciales , ha argumentado con éxito que la sexualidad es una parte fija de la naturaleza humana. Aunque este argumento ha sido más necesario desde el punto de vista político en el contexto de los Estados Unidos, donde los cambios en la constitución para proteger a las minorías deben definirlas sobre la base de las diferencias genéticas, también en otros lugares de las sociedades occidentales el argumento ha sido persuasivo. Las campañas que han tenido éxito en muchas democracias neoliberales occidentales han utilizado eslóganes centrados en la aparente universalidad de los sentimientos humanos (el amor), la organización humana (la familia) y la necesidad humana (por ejemplo, un trabajo, una vivienda, la seguridad) para cambiar la opinión pública. En su discurso de reinauguración, el presidente Obama de los Estados Unidos de América recoge este argumento cuando dijo sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo: “Nuestro viaje no estará completo hasta que nuestros hermanos y hermanas homosexuales sean tratados como cualquier otra persona ante la ley… Si realmente hemos sido creados iguales, entonces seguramente el amor que nos profesamos es también igual”.

Por lo tanto, cada vez es más aceptable que la sociedad se organice de manera que acepte las diferentes sexualidades de forma neutral y no jerárquica, de modo que no se menoscabe la condición de nadie como ser humano con necesidades universalmente reconocidas y declaradas. Cada vez más, los principales partidos políticos de todas las tendencias se han mostrado más dispuestos a redactar leyes inclusivas basándose en este argumento.

Sin embargo, se han producido algunas consecuencias (quizás no intencionadas) de la defensa de este cambio fundamental en la percepción de las sexualidades minoritarias. Richardson (2004, 2005) y otros han señalado las formas en que estos argumentos asimilacionistas han construido nuevas normas dentro de las comunidades LGBTQ y de la sociedad en general sobre los “gays buenos” y los “gays malos”. Como sostiene Richardson, la normalización de las lesbianas y los gays en los debates sobre la ciudadanía puede haber creado nuevos “otros” -los que no quieren tener hijos ni mantener relaciones monógamas a largo plazo- con el potencial de un nuevo “fundamentalismo sexual y de género” emergente. Los avances sin precedentes en la tolerancia sexual y de género dentro de la sociedad pueden haber creado inadvertidamente nuevas preocupaciones sobre los viejos temores de hacer públicos los aspectos menos positivos de las vidas de las minorías sexuales, por ejemplo los altos niveles de consumo de alcohol y drogas, la monogamia en serie, el sexo casual y recreativo y la violencia y el abuso domésticos. Históricamente, se ha promovido el silencio sobre estas cuestiones para no dar crédito a quienes han construido las minorías sexuales como patológicas, desviadas, peligrosas, incluso enfermas y contagiosas. Se ha querido no lavar los trapos sucios en público. Además, muchos grupos feministas de lesbianas se han mostrado reacios a reconocer que el objetivo utópico del amor sin hombres podría ser en realidad lo habitual para algunas mujeres que viven con parejas abusivas.

Basado en la experiencia de varios autores, mis opiniones y recomendaciones se expresarán a continuación (o en otros lugares de esta plataforma, respecto a las características y el futuro de esta cuestión):

Otro problema de la agenda asimilacionista o, como la llaman Seidman et al (1999), de la normalización, es que se han evitado todas sus implicaciones, es decir, la cuestión de “¿Igualdad de derechos con quién? Las relaciones íntimas y familiares heterosexuales, blancas y de clase media, representadas en la familia nuclear, se han convertido en el estándar de oro que proporciona el punto de referencia con el que se han comparado las formas alternativas de vivir y amar. Esto ha dejado intacta y sin cuestionar no sólo la suposición de que la heterosexualidad en esta modalidad representa todo lo que es ser humano, incluidos sus deseos/necesidades/metas, sino que esta modalidad de heterosexualidad se ha convertido en sinónimo de normalidad. Las sexualidades minoritarias (y los géneros) se quedan entonces o bien aceptando que éste es el punto de referencia al que aspiran o bien aceptando que se les sitúa así fuera de la normalidad. Ambas posturas tienen consecuencias. En la primera están las presiones a las que se somete a las personas LGBTQ para que muestren lo parecidos que son a los heterosexuales, lo que puede significar la supresión de cualquier relato sobre cuestiones difíciles como la violencia doméstica y los abusos. En este último caso, vivir fuera de la norma puede llevar a ser objeto de abusos, discriminación y delitos de odio, con el consiguiente temor a revelar cualquier necesidad de ayuda de los servicios generales, así como a permanecer y/o volver a las relaciones abusivas por miedo a vivir solo en un mundo hostil.

Otra consecuencia de los enfoques asimilacionistas ha sido que la condición de ser humano se ha eludido con las cuestiones de acceso a las estructuras sociales para dar forma, organizar y regular la existencia humana. Estas estructuras, ya sea la familia nuclear con sus roles de género de sustentador/nutridor, el contrato matrimonial o un mercado laboral segregado por sexos, se han dado por supuestas de forma simultánea y no problemática y se han reificado (involuntariamente) dentro de los argumentos a favor de la igualdad. Así, los argumentos a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo proponen que el amor, independientemente de la sexualidad o el género, se siente por igual y, por lo tanto, debe recibir el mismo reconocimiento legal y social en el matrimonio. La institución del matrimonio en sí misma rara vez se critica. Una notable excepción en la campaña del Reino Unido a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo es un grupo llamado Equal Love, cuyo programa es hacer que las uniones civiles estén abiertas a las parejas heterosexuales y el matrimonio a las relaciones entre personas del mismo sexo, de modo que quienes deseen renunciar a este último contrato por sus connotaciones patriarcales puedan optar por la unión civil, más igualitaria. Utilizan pruebas de los Países Bajos en apoyo de esto señalando el hecho de que dos tercios de los que entran en las uniones civiles son parejas heterosexuales (equallove.org.uk/). Cada vez se normaliza más el lenguaje de la asimilación basado en ideas sobre la igualdad de los deseos y necesidades humanas para argumentar el acceso a las estructuras sociales, legales y políticas existentes dentro de las comunidades LGBTQ. Esto no siempre ha sido así.

Asimilación o separación: historia y actualidad

Las críticas al matrimonio desde dentro de las comunidades feministas o LGBTQ, incluidas las académicas o las activistas, han sido escasas en el período previo a las campañas a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, pero esto señala un cambio radical en las actitudes y la agenda de las comunidades LGBTQ en el Reino Unido con respecto al año 2000. En su exploración de las familias elegidas a mediados de la década de 1990, Weeks et al. (2001) descubrieron que existía un deseo entre los participantes de utilizar el lenguaje de la familia para describir a las personas más cercanas a ellos en sus vidas. El hecho de que sus familias fueran elegidas e incluyeran a amigos, miembros concretos de una familia de origen, ex amantes, hijos, etc., no suponía para ellos un menoscabo de las relaciones y prácticas que creían que constituían la familia. Adoptaron el lenguaje de la familia para evidenciar la validez de sus vidas y de sus relaciones básicas. La elección era importante no sólo porque significaba la creación de familias sino también porque señalaba una remodelación de los valores tradicionalmente asociados a la familia heterosexual: por ejemplo, el deber y la obligación se reconfiguraban como compromiso, responsabilidad y elecciones positivas para cuidar y atender a los miembros de la familia. Estas familias pueden ser frágiles porque las personas elegidas como pertenecientes a una familia pueden no corresponder, y/o pueden cambiar con el tiempo de forma que los lazos de sangre se asumen como de por vida. Sin embargo, también existía la conciencia de que poder elegir a los miembros de la familia y las relaciones significaba la oportunidad de crear algo nuevo en lugar de verse limitado por la suposición heterosexual sobre las relaciones íntimas y familiares. Muchos de los que hablaban de que esperaban que hubiera diferencias de poder entre los miembros de una relación o entre los padres y los hijos, pero que también creían que éstas podían negociarse para atemperar cualquier abuso negativo de ese poder. La negociación y la reflexividad fueron fundamentales en muchos de los relatos ofrecidos y muchas, en particular las mujeres no heterosexuales, eran conscientes de que éstas eran más posibles en comparación con la heterosexualidad y sus propias relaciones heterosexuales anteriores, en las que las expectativas de género y las desigualdades de poder habían sido difíciles de resistir. La mayoría de las participantes creían que eran posibles nuevas formas de ser, “experimentos de vida”, como resultado de vivir fuera de la asunción heterosexual, especialmente en relación con las suposiciones sobre el género (en su momento, también se expuso un argumento similar en relación con la crianza de los hijos por parte de las lesbianas). Por supuesto, estos experimentos de vida se vieron atenuados por las posicionalidades de quienes participaron y las identidades interseccionales que habitaban. Como siempre ha sucedido, tener acceso a los recursos es crucial para poder materializar las oportunidades de vivir de nuevas formas y la clase social, la “raza” y la etnia y la edad fueron realidades mediadoras cruciales en los intentos de las encuestadas de vivir de formas que consideraban que reflejaban sus deseos. No obstante, la mayoría consideraba que vivir fuera de la heteronorma proporcionaba espacios en los que probar nuevas formas de vivir que podían sentir que valían la pena y que suponían un desafío a la asunción heterosexual.

El potencial y la celebración de ser diferente y más igualitario al vivir fuera de la asunción heterosexual hizo que la mayoría de los participantes en la investigación de Weeks y sus colegas rechazaran el matrimonio entre personas del mismo sexo. Aunque la mayoría podía ver la desigualdad de un marco legal que discriminaba injustamente las relaciones íntimas, familiares y parentales de lesbianas, gays y bisexuales, la mayoría no quería casarse. En su lugar, querían otro tipo de marco legal que transmitiera la igualdad de derechos en su vida personal, íntima y familiar. En ese estudio, se entendía que valía la pena proteger las diferencias entre las vidas íntimas y familiares que eran el resultado de su sexualidad para evitar la dinámica de poder desigual que resultaba de los patrones inconscientes de comportamiento y relación asociados a las relaciones heterosexuales. Se entendía que vivir fuera del supuesto heterosexual tenía tanto beneficios como penalidades para la vida íntima debido a las oportunidades de vivir y amar de forma diferente.

Por el contrario, en nuestro estudio, en el que se comparaba el amor y la violencia en las relaciones heterosexuales y del mismo sexo, se preguntó a los encuestados si pensaban que la violencia y los abusos domésticos eran iguales o diferentes en las relaciones del mismo sexo y en las heterosexuales. Las respuestas aquí, sólo una década después, reflejan mucho más un enfoque asimilativo de la igualdad en la sexualidad. La mayoría de los que respondieron a la pregunta (69%, 482/701) dijeron que no hay diferencias y la misma proporción de los que dijeron haber sufrido violencia y abusos domésticos estuvieron de acuerdo. Esto refleja la tendencia social más amplia de sostener que “todos somos iguales”. Algunas encuestadas parecían sorprendidas de que preguntáramos por las diferencias y las similitudes, y una de ellas escribió que era una “pregunta estúpida”. Otros hicieron hincapié en la idea de que “la violencia es violencia” o que “toda la violencia doméstica es igual y está mal”. El mensaje subyacente es claro: todos somos iguales y experimentamos los mismos problemas sociales que nuestros homólogos heterosexuales. Como dijo uno de los encuestados: ‘los heterosexuales y los homosexuales tienen los mismos derechos humanos’.

De los que dijeron que no hay diferencias entre el maltrato doméstico en las relaciones entre personas del mismo sexo y las heterosexuales se dieron dos tipos de respuesta: la mayoría que dio un categórico “no” o los que dijeron “no pero”. Hubo un solapamiento entre las explicaciones dadas por este último grupo y la minoría que dijo que hay diferencias entre la violencia doméstica y el maltrato en las relaciones entre personas del mismo sexo y heterosexuales (25%), y éstas se consideran conjuntamente. Las explicaciones más comunes de las respuestas dadas estaban relacionadas con la sexualidad (n=80), la falta de reconocimiento y apoyo disponible para los que mantienen relaciones con el mismo sexo (n=74), la naturaleza más oculta de la violencia doméstica y el maltrato en las relaciones con el mismo sexo (n=57) y el género (n=34). Así pues, la mayoría de las respuestas reflejan las consecuencias de la suposición heterosexual, es decir, si la violencia doméstica y los malos tratos son o no visibles como problema y si se dispone o no de un apoyo adecuado (a menudo se hace referencia a ambas cosas a la vez), más que si las experiencias de violencia doméstica y malos tratos son en sí mismas diferentes. Para la mayoría las diferencias surgen de la (supuesta) percepción y la (potencial) respuesta desde fuera de la relación del mismo sexo. Por ejemplo, en ocasiones se considera que no no hay diferencia, pero la percepción exterior podría ser diferente.

Los que se refirieron al género y/o a la sexualidad como causantes de las diferencias dieron una variedad de explicaciones sobre cómo éstas podrían tener un impacto en la experiencia de la violencia doméstica y el abuso en las relaciones entre personas del mismo sexo. Algunos hablaron de cómo la sexualidad podría tener un impacto en el tipo de violencia doméstica y abuso experimentado y se refirieron a las amenazas de salir de la pareja. Un puñado habló de que hay más violencia doméstica y abusos en las relaciones del mismo sexo que en las heterosexuales y otro puñado dijo que hay menos violencia doméstica y abusos en las relaciones del mismo sexo. Algunos dijeron que el impacto era peor, especialmente para las mujeres que podían esperar que otras mujeres no fueran violentas, mientras que otros dijeron que era peor en las relaciones heterosexuales. Algunos hablaron de que las relaciones entre personas del mismo sexo, en particular las lesbianas, eran más intensas. Otros dijeron que, particularmente los hombres homosexuales, las relaciones podrían ser más competitivas, aunque ninguno de ellos explicó por qué estos factores podrían dar lugar a la violencia doméstica y al abuso. También hubo un pequeño grupo que se refirió a la diferente dinámica de poder y/o de relación que, en su opinión, se da en las relaciones entre personas del mismo sexo y que dedujeron que podría tener un resultado diferente en términos de abuso doméstico:

Sí, porque la dinámica de poder entre dos mujeres/dos hombres y un hombre y una mujer es diferente.

Diferente por el distinto equilibrio de poder y la ausencia de roles tradicionales.

De nuevo, no hubo más explicaciones sobre cómo estas diferencias podrían tener un impacto en la violencia doméstica y el abuso en las relaciones entre personas del mismo sexo. Por lo tanto, muchos de los encuestados consideraron que la sexualidad y el género tienen diversos impactos en las experiencias de violencia doméstica y abuso en las relaciones entre personas del mismo sexo y heterosexuales.

La tendencia a reflejar puntos de vista más asimilativos también se encontró en la respuesta a la pregunta sobre qué tipo de ayuda podría ponerse a disposición de quienes experimentan violencia doméstica y abusos en las relaciones del mismo sexo. La mayoría de los que respondieron a esta pregunta (47%, 114/243) se refirieron a la necesidad de un apoyo genérico, sin especificar si éste debería ser proporcionado por organismos convencionales o específicos para el colectivo LGBTQ. De hecho, sólo el 9% (21/243) se refirió a los servicios específicos para personas LGBTQ, mientras que algo más del 26% (40/243) se refirió a hacer que los servicios generales (por ejemplo, la policía, los refugios o los médicos de cabecera) estén mejor capacitados para responder a las personas LGBTQ o a dejar claro que sí prestan servicios a las personas LGBTQ. El hecho de que tan pocos consideren que se necesitan servicios específicos para las personas LGBTQ es una prueba más de la creencia de que “somos iguales” y “necesitamos lo mismo”. Cuarenta y tres encuestados (18%, 43/243) también se refirieron específicamente a la necesidad de disponer de asesoramiento para quienes sufren violencia doméstica y abusos. Aunque la mayoría creía que la violencia doméstica y los malos tratos en las relaciones entre personas del mismo sexo son iguales que la violencia doméstica y los malos tratos en las relaciones heterosexuales, también se reconoce que el hecho de vivir en una sociedad heterosexista y homófoba puede influir en la percepción de la violencia doméstica y los malos tratos en las relaciones entre personas del mismo sexo. Sin embargo, ha habido un debate creciente en Norteamérica sobre hasta qué punto vivir fuera de la heteronorma puede tener otras consecuencias que repercutan en por qué y cómo se experimenta la violencia doméstica y el maltrato, y es a esto a lo que nos referimos ahora.

El “estrés de la minoría”

Un pequeño grupo de las personas que respondieron a nuestra encuesta explicaron que vivir fuera de la heterosexualidad puede dar lugar a diferencias que podrían repercutir en las experiencias de violencia y maltrato domésticos:

Sí, debido a la homofobia exteriorizada e interiorizada, que exacerba los problemas en las relaciones.

Otros comentaristas se han referido a estos factores como estrés de las minorías, una forma de reconocer las formas en que vivir en un contexto que es heterosexista y homófobo puede crear tensiones que tienen consecuencias para las relaciones íntimas, incluyendo la violencia doméstica y el abuso. El estrés de las minorías se utiliza en el contexto norteamericano en relación con cualquier grupo con estatus de minoría, es decir, cuya posición en la sociedad da lugar a la experiencia de desigualdades específicas relacionadas con el acceso a los recursos (materiales, financieros, educativos, fuentes formales de apoyo, etc.), o de suposiciones sobre la competencia, el carácter y el potencial. Esto incluiría a los grupos étnicos negros y minoritarios, a las personas de clase trabajadora, a las personas discapacitadas, a los grupos de mayor y menor edad, a los grupos trans, etc. La noción de estrés de las minorías es un enfoque más individualizado y psicologizado que el marco de posicionalidad e interseccionalidad social (véase más detalles). En relación con las personas que son LGBTQ, el estrés de las minorías se refiere específicamente a las tensiones que se cree que resultan de vivir “en el armario” y/o de experimentar la discriminación directa o indirecta a causa de la sexualidad, y/o de vivir con el miedo y/o la experiencia real de los delitos de odio. Se argumenta que las consecuencias de vivir con estas tensiones pueden precipitar la violencia doméstica y los abusos. Las tensiones pueden provenir tanto de fuentes internas (de la persona LGBTQ individual, lo que se denomina homofobia interiorizada) como externas (de los delitos de odio, del rechazo de la familia de origen, de la homofobia en el trabajo, etc.), lo que a veces se denomina factores de estrés internos y externos.

En la actualidad existen pruebas sustanciales de las consecuencias que tiene vivir fuera de la asunción heterosexual para la salud mental y física de las personas LGBTQ, que se cuentan entre las de mayor riesgo para los indicadores clave de problemas de salud mental, como el suicidio, el consumo de sustancias, la depresión, la ansiedad, etc. . También está bien documentado el impacto del acoso homófobo en las escuelas y los lugares de trabajo, así como el impacto de los delitos de odio en los espacios públicos, en la salud y el bienestar de las personas LGBTQ, así como en sus oportunidades educativas y vitales. Por lo tanto, no es de extrañar que algunos comentaristas hayan sugerido que otra consecuencia de vivir en un entorno hostil podría ser la violencia doméstica y el abuso en las relaciones del mismo sexo. Otros sostienen que la violencia y el maltrato domésticos son una respuesta a la homofobia interiorizada, a la opresión cultural y a la vergüenza religiosa y psicológica; y Mistinguette et al sostienen que el maltrato a las lesbianas es una forma de “enfermedad por opresión”. Estos autores sostienen que la experiencia de la violencia a lo largo de la vida como resultado del estrés de la minoría da lugar a que las lesbianas, los gays y los bisexuales normalicen la violencia interpersonal y, por tanto, estén más dispuestos a utilizar la violencia o acepten más la violencia en las relaciones íntimas de los adultos.

La investigación sugiere que el concepto de estrés de las minorías está actualmente limitado en su definición y medición y se basa demasiado en suposiciones sobre respuestas individualistas y/o psicológicas a las presiones que surgen de contextos sociales, culturales, económicos y de fe opresivos que se entrecruzan y que recaen de forma desigual sobre los miembros de diferentes grupos sociales. En el peor de los casos, se entiende como el resultado de permanecer en el armario, lo que se conceptualiza como un comportamiento desajustado del individuo al ocultar su identidad sexual, aunque otros han reconocido que no salir del armario también podría ser una estrategia más racional y segura que salir del armario. No obstante, se presume que salir del armario es una decisión individual y cognitiva más que un proceso social y relacional en el que estar fuera o estar en el armario puede representarse de diferentes maneras en distintos espacios y dentro de diferentes relaciones. Por ejemplo, mientras que uno puede salir del armario con todos sus amigos y compañeros de trabajo, puede que (todavía) no lo haga con su familia de origen. Alternativamente, mientras uno puede estar fuera en todas las redes sociales a las que pertenece, en los espacios públicos -de camino a casa desde un club nocturno, por ejemplo- puede que nunca dé ninguna señal (cogiendo a su pareja de la mano, llevando una insignia visible o una camiseta con un lema pro-LGBTQ) de que está fuera. Seidman et al (1999, 14) también sostienen que el armario no es “una metáfora sólo de contención y negación”, sino también un espacio temporal, físico, geográfico y relacional en el que se puede probar, experimentar y ensayar un yo; de lo contrario, argumentan cómo puede “un yo dominado gestionar la resistencia y la liberación”. En otras palabras, no salir del armario puede experimentarse de forma que se afirme la identidad.

Sin embargo, para los que sostienen que permanecer en el armario conduce a un estrés de minoría que luego puede estar implicado en la violencia doméstica y el abuso, los comportamientos sociales y las creencias y percepciones construidas socialmente se recategorizan como cogniciones individuales problemáticas que podrían influir en los comportamientos individualizados (descontextualizados). En consecuencia, se producen variaciones en la bibliografía en cuanto a los factores que se identifican como representativos del estrés de las minorías, y en cuanto a la forma de medirlos, normalmente utilizando métodos cuantitativos. Esto también da lugar a una incoherencia en los resultados que suelen estar asociados o correlacionados con la violencia doméstica y el maltrato, en lugar de estar relacionados de forma causal. Por ejemplo, en un estudio se utilizan el estigma, la homofobia y la discriminación como medidas del estrés de las minorías, mientras que en otro anterior se centran en la homofobia interiorizada, la experiencia del heterosexismo y los niveles de marginación; otrs se centraron en el consumo de sustancias como indicador del estrés de las minorías; mientras que algunos exploran lo que creen que son las consecuencias del estrés de las minorías, es decir, la fusión, la menor autoestima y los niveles de independencia.

Al mismo tiempo, la forma de definir y medir la violencia/abuso también es variable, lo que tiene las mismas consecuencias para hacer avanzar los debates. A veces se utilizan adaptaciones de la escala de tácticas de conflicto en los estudios sobre el estrés de las minorías, lo que significa que no se tienen en cuenta el contexto, los significados y los impactos de los comportamientos violentos/abusivos que se utilizan. Comprender el contexto en el que se producen los comportamientos violentos es crucial para entender por qué se ha producido la violencia e identificar si se trata de violencia y maltrato doméstico como control coercitivo, autodefensa, violencia mutua de pareja, resistencia violenta o maltrato mutuo para que las respuestas puedan ser adecuadas. Varios investigadores concluyen que se necesita más investigación para explorar hasta qué punto los indicadores de estrés de la minoría están asociados con los diferentes tipos de violencia.

En conjunto, la mayoría de los estudios realizados sobre la relación entre los indicadores de estrés de minorías y la violencia y el maltrato domésticos no son concluyentes. Aunque se han encontrado correlaciones, la dirección de la relación no está clara. Por ejemplo, la correlación que encontraron entre lo que llamaron violencia interpersonal y la conciencia de estigma, podría haber sido el resultado de la experiencia de la violencia interpersonal más que la causa de la misma. Por último, también hay algunas pruebas de que esas orientaciones individuales respecto a la homofobia interiorizada, las experiencias de discriminación, el consumo de sustancias, etc., podrían estar mediadas positivamente por la existencia de redes sociales y el apoyo de la comunidad. Por lo tanto, parece que los contextos sociales y culturales en los que los individuos viven su vida íntima y familiar que también podrían ser un enfoque valioso para dar sentido a la forma en que la violencia doméstica y el abuso pueden ocurrir.

Otra limitación del enfoque sobre el estrés de las minorías y su relación con la violencia doméstica y los malos tratos, se hace eco de los debates sobre la violencia doméstica y los malos tratos heterosexuales acerca de su relación con el estrés social provocado, por ejemplo, por las inseguridades financieras y/o materiales, el despido y/o el desempleo. Se pueden plantear preocupaciones similares sobre este enfoque. En primer lugar, existe el temor de que las lesbianas, los gays y las personas bisexuales sean, al igual que los hombres de clase trabajadora en el debate heterosexual, demonizados y construidos como inherentemente inestables y violentos. En segundo lugar, aunque habrá lugares (geográficos) y espacios (ocupaciones, lugares de trabajo, familias, barrios) en los que habrá quienes estén más o menos dispuestos a utilizar la violencia y/o a discriminar a las lesbianas, los gays y las personas bisexuales, también es cierto que la mayoría de las personas que salen del armario como LGB (y esto también se aplicaría a quienes se identifican como trans y salen del armario sobre su identidad de género) pueden experimentar miedo, ansiedad y estrés, pero no ejercerán la violencia doméstica ni el abuso. En relación con esto, es totalmente posible que ambos miembros de la pareja vivan con tipos de estrés similares, por lo que la pregunta sigue siendo qué llevaría a un miembro de la pareja a ser una persona abusiva y al otro a serlo menos. Por supuesto, es totalmente posible que ambos sean igual de propensos a descargar sus tensiones en el otro pero, de nuevo, hay que preguntarse si esto constituye violencia doméstica y maltrato o si se trata de la violencia de pareja común de Johnson o de maltrato mutuo que, por tanto, necesita una respuesta muy diferente. Algunos estudios han estudiado el perfil psicológico de las parejas de las relaciones lésbicas en relación con la dependencia y la fusión de forma que se aborda parcialmente este último punto, pero de nuevo los resultados siguen siendo correlativos o asociados más que causales.

No obstante, la sexualidad está implicada en las experiencias de violencia doméstica y abuso en las relaciones entre personas del mismo sexo, ya que puede utilizarse como una forma de ejercer el control de un miembro de la pareja sobre el otro. Normalmente, esto es posible por dos razones. En primer lugar, si uno o ambos miembros de la relación abusiva no salen del armario o no lo hacen con personas clave en sus vidas (por ejemplo, empleadores, miembros de la familia de origen). Cuando la superviviente no sale del armario, la pareja maltratadora puede utilizar este conocimiento para controlar los comportamientos de su pareja con la amenaza de que la sacarán del armario. En segundo lugar, si la pareja abusiva no sale del armario, esto puede utilizarse para controlar los comportamientos de la víctima/sobreviviente con la justificación de que la identidad de la pareja abusiva debe mantenerse en el armario. Estos comportamientos de control no tendrían ningún poder si no fuera por el contexto sociocultural que refuerza el supuesto heterosexual y que tiene consecuencias materiales para muchas lesbianas, gays y bisexuales en su vida cotidiana.

En resumen, los autores norteamericanos han sugerido que el estrés de las minorías, las presiones de vivir en una sociedad heterosexista y homófoba y de vivir en el armario, crean tensiones/estrés dentro de las relaciones entre personas del mismo sexo que podrían conducir a la violencia doméstica y al maltrato. Sostenemos que el estrés de las minorías es un concepto problemático por tres razones:

  • su enfoque es demasiado individualista y, en la mayoría de los relatos, se centra en la adaptación psicológica de las personas LGB a lo que, según argumentamos, son implicaciones sociales estructurales del heterosexismo y la homofobia;
  • los problemas metodológicos hacen que sea un concepto inestable, sobre todo a la hora de hacer distinciones entre los distintos tipos y motivaciones de los comportamientos violentos y abusivos;
  • mientras que todos los que son LGBTQ y están en relaciones del mismo sexo podrían estar “en riesgo” de estrés por minoría, es evidente que no todas las relaciones del mismo sexo son abusivas.

Primeras relaciones entre personas del mismo sexo

Tal y como explicaron las personas que respondieron a nuestra encuesta, el hecho de salir del armario o no tenerlo puede repercutir en la capacidad de buscar ayuda y/o de obtener el reconocimiento y el apoyo a las experiencias de violencia y maltrato domésticos, no sólo de los organismos convencionales, sino de fuentes de ayuda informales como la familia o los amigos. Merece la pena considerar aquí cómo las diferentes experiencias de salir del armario, especialmente en las primeras relaciones con personas del mismo sexo, pueden hacer que una experiencia de violencia y abuso domésticos sea diferente debido a su naturaleza oculta.

Impactos de la asunción heterosexual en las experiencias de violencia y abuso doméstico

Aunque todavía hay personas LGBTQ que viven sus relaciones íntimas y sus familias de elección durante gran parte de su vida aisladas de sus familias de origen, es con las experiencias de quienes entran en sus primeras relaciones con personas del mismo sexo con las que es posible explorar hasta qué punto la intersección de identidades y el posicionamiento sociocultural podrían tener un impacto en las experiencias de violencia y abuso domésticos. Estos relatos sugieren que puede haber un periodo de tiempo cuando se emprende una primera relación entre personas del mismo sexo durante el cual pueden surgir muchas oportunidades de vulnerabilidad porque los individuos sienten que no pueden salir ni a las antiguas redes de apoyo de la familia de origen y de las amistades (heterosexuales) ni a las posibles nuevas fuentes de apoyo; y un individuo no se siente seguro de lo que debe esperar que ocurra en una relación entre personas del mismo sexo. Sin embargo, esto no tiene por qué tener un impacto negativo, especialmente si hay otras fuentes potenciales de ayuda o conocimientos comunitarios disponibles. Los conocimientos de la comunidad incluyen conocimientos y/o recursos específicos sobre el colectivo LGBTQ que pueden ser locales o nacionales y que permiten a las personas LGBTQ sentirse conectadas o formar parte de comunidades o redes LGBTQ más amplias. Desgraciadamente, para muchos de los que entrevistamos había pocas pruebas de la existencia de conocimientos comunitarios y parece que todavía hay muy pocos lugares y espacios que puedan equipar a los que se inician en las relaciones entre personas del mismo sexo por primera vez sobre cómo pueden darse las relaciones entre personas del mismo sexo, sobre qué esperar, sobre qué hacer si algo no se siente bien en la relación. Esto es cierto tanto para los jóvenes como para los mayores que salen del armario y/o se cuestionan su sexualidad. La intersección de la sexualidad y la edad puede dar lugar a que las personas LGBQ de más edad (y esto también podría ser relevante para las que se identifican como trans) se sitúen como “jóvenes” y, por tanto, subordinadas en cuanto a su experiencia y conocimientos sobre la vida en una relación del mismo sexo.

Las mujeres heterosexuales también describen las formas en que sus parejas abusivas las aíslan de sus amigos y les impiden salir sin la pareja abusiva, a menudo utilizando los celos como justificación. Sin embargo, en los relatos de las que mantienen relaciones con personas del mismo sexo, queda claro lo poderoso que puede ser este aislamiento cuando ya están desconectadas de su familia de origen a causa de su sexualidad y entonces se espera que dejen de ver a sus amigos LGBTQ o que dejen de desarrollar conexiones con escenas sociales y amistades LGBTQ locales, especialmente porque hay muy pocos conocimientos comunitarios disponibles a los que recurrir en la forma en que los hay para las mujeres heterosexuales (en las revistas femeninas, la televisión, la literatura, el cine, etc.). El hecho de que muchas de las que experimentaron el SSDVA lo hicieran en su primera relación con el mismo sexo sugiere que la búsqueda de la confirmación de la identidad puede tener consecuencias en términos de vulnerabilidad para experimentar la violencia doméstica y el abuso. La sensación de excitación o incluso de euforia con la salida del armario que refuerza una primera relación sexual puede entonces confundirse y articularse como amor por la pareja.

Estar solo al entrar en una primera relación con el mismo sexo que está impregnada de la importancia de confirmar una identidad sexual puede proporcionar el contexto para la violencia doméstica y el abuso. No es difícil entender por qué la violencia doméstica y los abusos en las relaciones entre personas del mismo sexo pueden no ser reconocidos o no se busca asesoramiento sobre ellos cuando las vidas y las relaciones LGBTQ siguen siendo difíciles de encontrar representadas en los medios de comunicación como una parte ordinaria de la sociedad. La educación formal e informal sobre el sexo y las relaciones rara vez incluye las identidades y/o relaciones LGBTQ o a quienes se cuestionan su sexualidad. Todavía hay que esperar y/o prepararse para la hostilidad, tanto encubierta como manifiesta, de las familias de origen, las redes de amistad, los vecinos, los compañeros de trabajo y los Empleadores, etc. La suposición heterosexual perpetúa simultáneamente tanto que las relaciones auténticas son relaciones heterosexuales como que las de las personas LGBTQ son “otras”.

El no saber cómo hablar de la violencia doméstica y los malos tratos y el no saber con quién hablar son características muy comunes de los relatos de las mujeres heterosexuales cuando hablan de su búsqueda de ayuda, pero esto sólo ocurre cuando han reconocido inicialmente que está ocurriendo algo para lo que necesitan ayuda. Sin embargo, para las que inician sus primeras relaciones con personas del mismo sexo, identificar que se necesita ayuda podría retrasarse debido a su falta de conocimiento sobre cómo podría vivirse una relación con personas del mismo sexo; porque sus sentimientos por una pareja en la primera relación con personas del mismo sexo podrían confundirse con la emoción asociada a salir del armario y confirmar una identidad propia; porque puede que aún no formen parte de ninguna comunidad local ni de redes de amistad de personas LGBTQ; y como resultado de la historia pública de que la violencia y el maltrato domésticos son un problema heterosexual.

El contexto más amplio en el que las personas LGBTQ salen del armario y aceptan su sexualidad, hacen amigos, negocian las relaciones con sus familias de origen, prosiguen su educación, acceden a un empleo, conocen a posibles parejas, inician relaciones, viven sus relaciones y crean sus propias familias con o sin hijos debe tenerse en cuenta a la hora de comprender las experiencias de las personas LGBTQ en relaciones abusivas. Aunque habrá respuestas individuales a estos factores estructurales, sociales y culturales, la cuestión de si esto constituye un estrés de minorías y, por tanto, una explicación de la violencia doméstica y el maltrato, es discutible. El impacto de la historia pública sobre la violencia doméstica y el maltrato, junto con la falta de conocimientos de la comunidad, que puede dar lugar a la creencia de que las relaciones entre personas del mismo sexo pueden ser difíciles y a la falta de confianza sobre lo que se puede esperar de una relación entre personas del mismo sexo, puede contribuir a la incapacidad de reconocer y nombrar las experiencias como violencia doméstica y maltrato. Estos factores son el resultado de la asunción heterosexual y del posicionamiento de las personas LGBQ y/o T fuera de la heteronorma. La intersección de la sexualidad con la edad y/o la salida del armario puede situar a los individuos en posiciones aún más vulnerables en cuanto a reconocer y/o nombrar sus experiencias como violencia y abuso domésticos. El aislamiento experimentado por las víctimas/supervivientes del mismo sexo también puede verse exacerbado por el aislamiento resultante del miedo a la discriminación, al acoso homófobo y/o a los delitos de odio. Estos factores pueden verse aún más exacerbados por las experiencias de otras identidades y desigualdades sociales que se entrecruzan, como las derivadas de la “raza”, la fe, la edad, la discapacidad y la clase social, y dar lugar a que los supervivientes permanezcan fieles a su pareja en lugar de hablar de su comportamiento a los proveedores de servicios. Las fuentes informales de apoyo para los problemas de relación (como a menudo las consideraban en su momento nuestras encuestadas), como la familia de origen y/o los amigos, también podrían ser consideradas y descartadas si se espera que estas fuentes sean ignorantes de las relaciones entre personas del mismo sexo, que no las apoyen y que refuercen su sensación de rechazo o/y aumenten su sensación de protección y/o lealtad a una pareja abusiva.

Revisor de hechos: Roth

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6 comentarios en «Violencia Doméstica en la Comunidad LGBTQ»

  1. Hubo quienes se refirieron al género para hacer el mismo comentario, es decir, se asume que cuando hay dos mujeres o dos hombres en la relación se supone que la violencia doméstica y el abuso son menos graves:

    Sí, hasta cierto punto, ya que ambos miembros de la pareja tienen la misma fuerza física y el mismo bagaje emocional.

    Sí, porque si alguien del mismo sexo te pega no se ve tan mal como, por ejemplo, que un hombre pegue a una mujer.

    Esta última respuesta hace referencia a cómo puede percibirse la violencia física en lugar de cómo puede experimentarse y refleja el temor a que quienes no están en una relación del mismo sexo no se tomen la violencia doméstica y el maltrato tan en serio como cuando se ajusta a la historia pública. Otras referencias al género reflejaron igualmente el impacto de la historia pública de la violencia doméstica y el maltrato: que los hombres no pueden ser víctimas/supervivientes y las mujeres no pueden ser autoras y el impacto que esto tiene en la recepción de una respuesta adecuada y/o en la invisibilidad de la violencia doméstica y el maltrato en las relaciones del mismo sexo.

    Responder
  2. La naturaleza oculta de la violencia doméstica y los malos tratos en las relaciones entre personas del mismo sexo puede considerarse una consecuencia del hecho de que las relaciones entre personas del mismo sexo en general no son visibles: como dijo una de las encuestadas, “las relaciones entre personas del mismo sexo no se reconocen”. La forma en que la violencia doméstica y los malos tratos permanecen ocultos también se aborda en algunas respuestas. Se identifica una brecha de confianza entre las comunidades LGBTQ y los organismos de ayuda que actúan para mantener el tema oculto:

    A grandes rasgos. El estigma de la sexualidad puede impedir que los individuos busquen ayuda.

    A lo largo de estas respuestas, no se hace referencia a la naturaleza o al impacto de la violencia doméstica y los abusos.

    Responder
  3. Las referencias a las respuestas potencialmente inútiles de los demás fueron tanto generales (como las anteriores) como específicas sobre la fuente de ayuda:

    ¿No hay más diferencia que la ayuda que pueda recibir de la policía?

    La atención se centra en la respuesta que se da a la misma: por parte de la superviviente, de sus redes informales de amistad/familia o de la comunidad, o de las agencias más formales o especializadas en violencia y abuso domésticos o LGBTQ.

    Responder
  4. Se alude implícita o explícitamente al supuesto heterosexual para explicar por qué la violencia doméstica y el maltrato en las relaciones del mismo sexo permanecen en lo que West (1998) denomina un segundo armario:

    ‘Es más secreto y no hay donde [sic] buscar ayuda’.

    ‘No, es [sic] un abuso de poder y de confianza en cualquier caso, aunque creo que la comunidad sanitaria lo ve de forma diferente’.

    Tanto de forma encubierta como abierta, estas respuestas dejan claro que el impacto de la violencia doméstica y el abuso en las relaciones entre personas del mismo sexo y heterosexuales no es necesariamente diferente, pero que los marcos sociales/culturales que regulan o proporcionan recursos de apoyo actúan como si lo fueran. La sociedad, dicen, no responde a las personas que mantienen relaciones del mismo sexo como si fueran iguales que las heterosexuales, sino que las problematiza como si fueran diferentes, de ahí que los problemas de las relaciones, como la violencia doméstica y los malos tratos, estén más ocultos y/o sean más invisibles y los organismos de apoyo existentes parezcan incapaces de responder adecuadamente.

    Responder

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