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Iconoclasia

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Iconoclasia

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Iconoclasia, iconoclasia

Es el nombre dado a la crisis religiosa que, al prohibir la representación de imágenes sagradas (iconos) y su culto, desgarró el Imperio bizantino en los siglos VII y IX.

1. LOS ORÍGENES DE LA ICONOCLASIA BIZANTINA
En su nacimiento, el cristianismo heredó las prohibiciones del Antiguo Testamento sobre las imágenes figurativas y la representación de Dios. También retoma el tema judío del rechazo a la idolatría y, en particular, la prohibición absoluta de venerar imágenes, mediante gestos o sacrificios, porque sólo Dios puede ser objeto de culto. Por ello, muchas autoridades eclesiásticas de la Iglesia primitiva miraban con recelo las imágenes religiosas: Eusebio de Cesarea (c. 265-c. 340) se negó a enviar a la hermana del emperador, Constancia, una imagen de Cristo; Epifanio de Chipre (siglo IV) cuenta en una de sus cartas cómo, en una iglesia de Palestina, arrancó una colgadura en la que estaba bordada una efigie de Cristo.

Esta tendencia iconoclasta se desvaneció con el progreso de la cristianización, pero el debate, que había sido teórico durante mucho tiempo, se llevó a la arena pública en Oriente a partir del siglo VI debido al importante desarrollo del culto a las imágenes y a los excesos a los que dio lugar, ligados a la creencia de que el icono formaba parte del carácter sagrado de su modelo, sus poderes o sus carismas. Para los bizantinos, la imagen no sólo era una ayuda para la oración, sino que, al igual que Cristo, podía hacer milagros. Esta nueva forma de devoción hizo que los emperadores bizantinos temieran la confusión entre imágenes e ídolos. A esta cuestión de la piedad propia del mundo bizantino se injertaron nuevas cuestiones filosóficas, teológicas, políticas y sociales que llevaron a los emperadores a tomar medidas iconoclastas.

2. LA PRIMERA ICONOCLASIA (730-787)
2.1. LOS INICIOS DE LA ICONOCLASIA DURANTE EL REINADO DE LEÓN III
La iconoclasia comenzó durante el reinado de León III (717-741). Aunque tuvo varias iniciativas iconoclastas a partir de 726, el emperador se posicionó oficialmente contra el culto a las imágenes en 730, durante un silenciamiento (reunión pública). Esta decisión provocó la dimisión de Germán, el Patriarca de Constantinopla, la condena de los Papas Gregorio II y Gregorio III, y la respuesta de Juan Damasceno en sus tres Discursos sobre los calumniadores de imágenes.

Según algunas fuentes iconófilas, León III recibió la influencia de un amigo de origen judío o de un converso al Islam. Otros se refieren a un decreto del califa omeya Yazid II (720-724) que prohibía las figuras humanas en templos, iglesias y casas. Sin embargo, como las fuentes cristianas orientales no lo mencionan, la hipótesis de una influencia judía o musulmana sigue siendo inverificable y probablemente infundada. Es más probable que León III se escandalizara por los excesos del culto a las imágenes y, sobre todo, que se preocupara por los beneficios que la institución monástica obtenía de él. Quizás el emperador también vio en las desgracias de su tiempo (el asedio de Constantinopla en 717-718 y la toma de la ciudad de Ikonion en 723-724 por los árabes; la erupción volcánica en el mar Egeo en 724) una manifestación de la ira divina contra el desarrollo del culto a las imágenes y un incentivo para combatir esta nueva forma de piedad. Su política iconoclasta habría respondido así a un deseo de purificar la fe y reformar la vida religiosa.

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Con León III, la iconoclasia estaba en sus inicios; aún no se había convertido en una doctrina.

2.2. LA POLÍTICA ICONOCLASTA DE CONSTANTINO V
La doctrina de la iconoclasia fue establecida por el hijo y sucesor de León III, Constantino V (718-775). Este último escribió una obra, Peuseis (Interrogaciones), en la que desarrolló la idea de que una imagen perfecta es aquella que es similar, incluso consustancial, a su modelo. Así, la imagen pintada de Cristo no puede dar cuenta de su naturaleza divina; sólo el pan eucarístico puede representarla.

Para obtener la aprobación de la Iglesia, Constantino V convocó un concilio el 10 de febrero de 754 en Hiereia, no lejos de Calcedonia. Tras siete meses de debate, los 338 obispos orientales allí reunidos proscribieron finalmente toda forma de veneración de imágenes y anatematizaron a los defensores de los iconos. Ninguno de los patriarcas de Antioquía, Jerusalén y Constantinopla, y ninguno de los legados del papa de Roma asistieron a este concilio.

Tras el Concilio de Hiereia, Constantino inició una violenta política de represión. Hizo destruir o retirar las imágenes religiosas, las sustituyó por escenas profanas y atacó a los defensores de las imágenes, especialmente a los monjes, algunos de los cuales (como Esteban el Joven o Juan, el higumeno del monasterio de Monagria) sufrieron el martirio.

2.3. LA RESTAURACIÓN DEL CULTO A LAS IMÁGENES (787-814)
La emperatriz Irene, viuda de León IV y madre de Constantino VI, con la ayuda del patriarca Tarasio, dio un giro a la política imperial. En 787, la emperatriz convocó un concilio ecuménico en Nicea, durante el cual los obispos condenaron la iconoclasia y validaron el culto a las imágenes. Al mismo tiempo, se decidió que los obispos que se habían adherido a la iconoclasia podían conservar sus puestos, siempre que se arrepintieran de sus errores. Esta clemencia hacia los iconoclastas provocó la exasperación de algunos religiosos, los más intransigentes, los “zelotes”, se reclutaron entre los monjes del convento de Stoudios (encabezados por Teodoro el Estudiante).

En Occidente, las decisiones del Segundo Concilio de Nicea fueron mal recibidas. De hecho, la traducción al latín de las actas del Concilio, escritas en griego, era especialmente torpe. Por eso, cuando Carlomagno los leyó, creyó (erróneamente) que imponían el culto a las imágenes. El soberano, que quizá ya tenía en mente la restauración del Imperio de Occidente, aprovechó esta oportunidad para romper con el Imperio bizantino. Hizo que Teodulfo escribiera el Capitulario sobre las imágenes (también llamado los Libros Carolingios), en el que se establecía que las imágenes sagradas sólo debían utilizarse para instruir a los que no sabían leer. Luego, en el año 794, Carlomagno convocó un concilio en Frankfurt, donde condenó las decisiones tomadas en Nicea, así como el adopcionismo español. El Papa Adriano, muy avergonzado por esta iniciativa, defendió a los bizantinos y condenó las posiciones de Carlomagno, sin reconocer oficialmente la autoridad del Concilio de Oriente.

3. LA SEGUNDA ICONOCLASIA (814-843)
3.1. INTRODUCCIÓN
Después del año 787, el Imperio bizantino atravesó un periodo extremadamente agitado (destrucción del ejército bizantino por los búlgaros en el 792; incursiones musulmanas en Éfeso, Amorion y el Bósforo; debilitamiento de la institución imperial), que llevó a sus súbditos a creer que volvía a ser víctima, como en el reinado de León III, de una maldición divina debido al restablecimiento del culto a las imágenes. Así, el movimiento iconoclasta se reconstituyó, especialmente en el ejército. En 813, tras una derrota contra los búlgaros, una revuelta militar derrocó al emperador Miguel I (que se hizo monje) y puso en su lugar a un oficial armenio, León, partidario de la iconoclasia.

Basado en la experiencia de varios autores, mis opiniones y recomendaciones se expresarán a continuación (o en otros lugares de esta plataforma, respecto a las características en 2024 o antes, y el futuro de esta cuestión):

3.2. EL RESURGIMIENTO ICONOCLASTA
En 814, el emperador León V encargó a dos consejeros que reunieran apoyos y compusieran un dossier contra las imágenes. Luego, a finales del mismo año, pidió al patriarca Nicéforo y a algunos obispos que retiraran los iconos de la vista de los fieles colocándolos más arriba en las paredes de las iglesias. El patriarca Nicéforo, apoyado por Teodoro el Estudista, se opuso a ello e intentó reagrupar a los partidarios de las imágenes. Pero, enfermo y abandonado por algunos obispos, fue desterrado en 815 y sustituido por Teodoro Melissene Cassiteras.

En su primer año como patriarca, Teodoro Melissene Cassiteras convocó un concilio con el emperador León V, en el que se repudiaron los cánones de Nicea II y se repitió, aunque de forma a veces atenuada, la condena del culto a las imágenes formulada por el concilio iconoclasta de Hiereia (754). En efecto, aunque el culto a las imágenes seguía estando prohibido, éstas ya no eran condenadas: podían colgarse en los establecimientos religiosos, siempre que cumplieran únicamente una función pedagógica y narrativa.

La gran mayoría del episcopado aceptó las decisiones del Concilio. Hubo pocos opositores; sólo fueron encarcelados el obispo Eutimio de Sardis, Hilarión de Dalmatou, Teodoro el Estudiante y un grupo de monjes de Constantinopla.

La política iconoclasta, llevada a cabo por Miguel II el Mendigo (820-829), asesino y sucesor de León V, se radicalizó durante el reinado de Teófilo (829-842). Sin embargo, la persecución, que se reanudó en el año 835, no fue tan virulenta como durante la primera iconoclasia, porque el emperador quería evitar hacer mártires. Sólo los líderes del movimiento iconodoul fueron procesados. Las fuentes también informan de la persecución de dos hermanos palestinos, en cuya frente se grabaron las ideas que profesaban.

3.3. LAS NUEVAS CONCEPCIONES DEL ICONODULO
El resurgimiento de la iconoclasia animó a los defensores de las imágenes (los iconódulos) a hacer más coherente la teología de la imagen, para justificar su culto. Así, el patriarca Nicéforo y Teodoro el Estudista, sin duda influidos por las ideas de Aristóteles, desarrollaron una nueva reflexión sobre la relación entre la imagen y su modelo: la imagen, aunque diferente de su modelo, expresa su carácter sagrado. Es el contratipo de su modelo. Así, al reverenciar la imagen de Cristo fijada por el dibujo, el creyente reverencia a Cristo en la misma adoración.

3.4. LA RESTAURACIÓN DE LA ORTODOXIA (843)

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El culto a las imágenes fue finalmente restablecido por la emperatriz Teodora, durante el sínodo del Kanikleion, cuyas decisiones, proclamadas oficialmente el 11 de marzo de 843, pusieron fin a una crisis de 113 años. Desde entonces, la Iglesia Ortodoxa conmemora el triunfo de las imágenes cada año en el primer domingo de Cuaresma, conocido como Domingo Ortodoxo.

Tras la iconoclasia, la Iglesia bizantina y la institución monástica se fortalecieron y el culto a las imágenes triunfó en Oriente. Los iconos se multiplicaron y se convirtieron en un elemento esencial de la piedad bizantina. Sus cánones artísticos se estandarizaron. En cambio, en Occidente nunca se adoptó esta forma de devoción y la imagen religiosa conservó una vocación esencialmente pedagógica.

Cronología

726 Comienzo de la crisis iconoclasta. El emperador bizantino León III el Isáurico y Constantino V, su hijo, proclaman la destrucción de imágenes, estatuas y mosaicos que representen a Dios, a Cristo o a los santos.
731 El Papa Gregorio III condena la iconoclasia.
741 Comienzo del reinado del emperador bizantino Constantino V, que sigue fanáticamente una política iconoclasta.
813 Comienzo del reinado del emperador oriental León V, que reaviva la querella iconoclasta.
843 Fin de la crisis iconoclasta. Restauración definitiva del culto a los iconos en el Imperio Bizantino.

Datos verificados por: Andrews

Iconoclasia en relación con la Teología

Iconoclasia (del griego, eikon, ‘imagen’; kloein, ‘romper’), cualquier movimiento contra el uso religioso de imágenes, de modo muy particular el que agitó el Imperio bizantino en los siglos VIII y IX.
Entre las Líneas
En los años 726 y 730 el emperador León III el Isaurio, promulgó un decreto prohibiendo la veneración de imágenes. Esta decisión fue condenada por el Papa, pero la doctrina iconoclasta fue impuesta con rigor en Constantinopla por León, y aún más por su hijo y sucesor Constantino V, que había condenado la veneración de imágenes como idolatría en el Conciliábulo de Hiereia (754). El acceso al poder de la emperatriz Irene dio lugar a un cambio en la política, y los iconoclastas fueron condenados a su vez en el II Concilio de Nicea (787). Se inauguró un segundo periodo de iconoclasia bajo auspicios imperiales en la primera mitad del siglo IX; concluyó con la condena final de la iconoclasia en el Concilio de Ortodoxia, celebrado en el año 843 con el patrocinio de la emperatriz Teodora II.

El argumento más serio contra la iconoclasia, formulado por el teólogo sirio y padre de la Iglesia san Juan Damasceno, era que ésta negaba la doctrina de la encarnación, uno de los dogmas fundamentales de la fe cristiana. Según los defensores de las imágenes, el nacimiento humano de Cristo hizo posible sus representaciones, que en cierto sentido participaban en la dignidad de su prototipo. El rechazo de estas imágenes, por lo tanto, conducía de modo automático al repudio de su causa.

Junto a sus aspectos teológicos, el movimiento iconoclasta afectó gravemente al arte bizantino.

Otros Elementos

Además, el movimiento debilitó la posición del imperio, favoreció los enfrentamientos internos y exacerbó las diferencias con el papado, que comenzó a abandonar su lealtad a Bizancio para buscar la alianza con los francos. A pesar de su victoria en la esfera teológica, la Iglesia oriental no tuvo éxito en su desafío a la autoridad imperial, incluso con la afirmación de san Juan Damasceno de que el emperador no tenía derecho a interferir en materias de fe. Tanto la introducción de la iconoclasia como su condena en los concilios de los años 787 y 843 fueron al fin consecuencia de las decisiones de los monarcas más que de la voluntad eclesiástica, ya que los concilios se reunían solo por decisión imperial.
Entre las Líneas
En consecuencia, la autoridad del emperador, tanto en la esfera espiritual como en la secular, y su control de la Iglesia, salieron de la polémica reforzados con claridad.

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Notas y Referencias

  1. Basado en la información sobre iconoclasia de la Enciclopedia Encarta

Véase También

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Véase También

Imperio Bizantino

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