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Economía de América Latina

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Economía Latinoamericana

Este elemento es una ampliación de los cursos y guías de Lawi. Ofrece hechos, comentarios y análisis sobre la economía de América Latina. Véase los Recursos Empresariales Digitales Latinoamericanos de Ámbito Regional y Doméstico, los Recursos Digitales de Economía Latinoamericana, los Recursos Digitales de Desarrollo Latinoamericano y los Recursos Digitales Regionales Latinoamericanos.

La Economía de América Latina

La principal tarea económica de Latinoamérica, según un estudio del Banco Mundial publicado en 2024, sigue siendo impulsar unas tasas de crecimiento mediocres. El informe prevé que el PIB regional crezca un 1,6% en 2024. Para 2025 y 2026 se espera un crecimiento del PIB del 2,7% y el 2,6%, respectivamente. Estas tasas son las más bajas en comparación con todas las demás regiones del mundo, e insuficientes para impulsar la prosperidad.

Las fases de industrialización en América Latina se caracterizaron por una oscilación entre la apertura y la protección,

Nota: Respecto al desarrollo del sector industrial, véase en otro lugar de esta plataforma digital.

La participación de América Latina en el PIB mundial, que era del 5,4% en 1950 y alcanzó el 6,2% en 1980, cayó al 5% en 2000. Como consecuencia, el continente entra en el siglo XXI más pobre y sus exportaciones mundiales disminuyen: 10% en 1950, 5,5% en 1980 y 4,9% en 2000. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la creciente desigualdad ha afectado aún más a África: su participación en las exportaciones mundiales pasó del 4,7% en 1980 al 1,9% en 1996. A pesar del desarrollo tecnológico (véase más detalles), el problema de la pobreza relativa sigue agravándose: la renta per cápita de América Latina, que era el 18% de la de los países industrializados en 1980, descendió al 13% en 1998.

Los 33 países de la región (México en el norte, doce en el sur y veinte en Centroamérica y el Caribe) y varios territorios pertenecientes o vinculados a otros países (Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Países Bajos), a pesar de sus características geográficas, económicas, sociales y culturales, tienen en común la necesidad de superar el subdesarrollo y comparten, en cierta medida, los problemas de todo el hemisferio sur. La colonización, la servidumbre y la esclavitud fueron las principales causas de los frutos que aún hoy arrastra la región: concentración de la propiedad, pobreza, exclusión social y discriminación, autoritarismo, dependencia externa y sometimiento, y subdesarrollo.

Cambios estructurales

En 1989/90, el mundo se enfrentó no sólo a una persistente crisis financiera y a un débil crecimiento en los países industrializados (con la excepción de Estados Unidos), sino también al hundimiento del campo socialista y a una fuerte caída de los tipos de interés. Por tanto, el imperialismo tuvo que echar mano del capital inactivo y, para ello, tuvo que “limpiar” la periferia con el fin de: 1) completar la renegociación de la deuda, poner a los acreedores en mejor posición y permitir un nuevo periodo de nuevos empréstitos; 2) derrotar la inflación y reducir el riesgo para el capital extranjero; 3) llevar a cabo reformas liberalizadoras, en particular para abrir los mercados de bienes, servicios y capitales y relajar la relación entre trabajo y capital.

Los ciclos de reforma y ajuste no son los mismos en todos los países. En Chile y Argentina, por ejemplo, se anticiparon. Chile aplicó sus reformas entre 1973 y 1979. Argentina también hizo su primer intento neoliberal en 1976-1979, pero la crisis de la deuda pospuso éste y otros intentos. Aunque se intentaron reformas parciales en la década de 1980, la mayoría de los países latinoamericanos empezaron a aplicar políticas neoliberales a partir de 1989/90. Sin embargo, a partir de 2000-2002, las políticas neoliberales se intensificaron. Después de 2000-2002, sin embargo, el proceso de reforma se ralentizó, en parte porque las reformas de mayor interés para el capital privado internacional – privatización, liberalización comercial y financiera – ya estaban casi completadas, y en parte debido al prolongado estancamiento (1999-2003) y a las turbulencias monetarias y financieras que provocaron graves crisis políticas en varios países. Con excepción de las reformas laborales y sindicales, las reformas posteriores a 2002 pueden calificarse de ajustes menores (sobre todo fiscales) más que de reformas en el verdadero sentido de la palabra.

Reformas comerciales, monetarias y financieras

Los planes de estabilización adoptados por la mayoría de los países presentaban similitudes y diferencias con los aplicados durante la década anterior. Las semejanzas se refieren a la moderación salarial, la política monetaria y los elevados tipos de interés, así como al ajuste fiscal destinado a eliminar los déficits públicos. La principal diferencia radica en el tipo de cambio que, a diferencia de años anteriores (en los que la devaluación pretendía estimular las exportaciones), se revaluó y se convirtió en una palanca para aumentar las importaciones y contener los precios. El principal objetivo de la reducción del gasto público era satisfacer un número creciente de intereses nacionales y extranjeros. Además del tipo de cambio barato, la política antiinflacionista se vio reforzada por la liberalización del comercio exterior (con la supresión de barreras administrativas, arancelarias y no arancelarias que abarataban aún más las importaciones y, por tanto, bajaban los precios de los productos nacionales similares, los “bienes comercializables”). Esto hizo innecesario congelar o controlar los precios.

El nuevo ajuste no pretendía frenar la demanda interna y crear excedentes de exportación. Al contrario, se restringió la demanda pública para reducir el tamaño y la actividad del Estado y aumentar las posibilidades de tipos de interés más altos; la moderación salarial redujo la presión sobre el gasto público y privado; los tipos de interés internos más altos sirvieron no tanto para desalentar la inversión privada como para atraer el capital extranjero necesario para financiar el aumento de las importaciones y el servicio de la deuda externa que ahora imponían los acuerdos de renegociación. Sin embargo, el manual neoliberal prometía no sólo estabilidad, sino también crecimiento. Sin embargo, esto requería nuevas medidas de “modernización” destinadas a aumentar la eficacia de los sectores público y privado.

Las reformas comerciales y monetarias fueron las más extendidas. Se aplicaron a partir de 1973 en Chile y 1976 en Argentina, gracias a los respectivos golpes militares; se extendieron a México y Bolivia en 1985, y a partir de 1988 al resto de países. Consistieron en una reducción drástica de los aranceles aduaneros y las barreras a la importación (y exportación), una simplificación de los sistemas aduaneros y la liberalización y normalización de los mercados de divisas, con tipos de cambio (fijos en algunos países y flotantes en otros) regulados o mantenidos dentro de “límites de fluctuación” reducidos. A pesar de las reducciones arancelarias, algunos países, como Chile, México y Argentina, han introducido medidas proteccionistas para la agricultura a través de la legislación o de acuerdos internacionales. Sin embargo, con cada crisis más grave – por ejemplo, en Chile y Argentina en 1981-1983, Venezuela en 1994, Argentina y México en 1995, Brasil en 1995-96, 1997 y 1999 – la liberalización se suspendió temporalmente o se invirtió.

Las reformas financieras también comenzaron antes: en Uruguay en 1985, en Brasil, Costa Rica y Paraguay en 1988, y en el resto de países en 1989-90. Consistieron en introducir cambios importantes en el mercado financiero internacional, como los mercados de futuros, los contratos a plazo, la titulización, etc., y la independencia del banco central. Sólo después de varios fracasos en cada crisis, las reformas incluyeron tardíamente medidas para reforzar y mejorar algo la supervisión. Por ello, las últimas crisis han sido muy costosas en términos de recursos públicos utilizados para rescatar a estas instituciones: en Brasil, Bolivia y Paraguay han costado casi el 5% del PIB, en México el 10% y en Venezuela el 13%.

Control fiscal y propiedad intelectual

Otras reformas se han intensificado desde 1990, aunque en algunos países comenzaron antes. Las reformas fiscales tenían por objeto simplificar la fiscalidad reduciendo los impuestos sobre el comercio exterior y los impuestos directos sobre las empresas y los particulares. Se aplicaron con la intención explícita de bajar los impuestos para atraer inversiones extranjeras directas y de cartera y mantener la regresividad fiscal. Argentina, Brasil, Ecuador y Perú han aprobado leyes de responsabilidad fiscal que establecen una estricta disciplina fiscal en todos los niveles de gobierno. Además, varios gobiernos han aprobado leyes de transparencia para combatir la desobediencia pública y la corrupción.

La liberalización de las entradas y salidas de capital extranjero fue un elemento fundamental del proceso de liberalización, para lo cual, además de las reformas financieras y del mercado de valores, se adoptaron otras medidas como leyes de patentes, leyes de propiedad intelectual y diversos acuerdos de garantía de inversiones, la supresión (total o parcial) de las restricciones sectoriales a las inversiones prioritarias, y otras. Las excepciones son Chile y Colombia, que introdujeron ciertos controles para restringir los flujos de capital. Chile prácticamente los anuló tras la crisis financiera de 1999 y Colombia ha anunciado su futura anulación. Recientemente, sin embargo, Estados Unidos ha propuesto un acuerdo multilateral sobre inversiones que se presentará a la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) en abril de 1998. Para un país signatario, el acuerdo supondría el abandono de todo control sobre las inversiones extranjeras, la concesión de derechos absolutos y privilegiados, la no injerencia y, según Tavares (1998), el apoyo jurídico de las instituciones del país inversor.

▷ En este Día de 29 Abril (1429): Juana de Arco reconquista Orleans
A map of France, divided into various sections La heroína nacional francesa Juana de Arco y sus tropas entran en la ciudad sitiada de Orleans durante la Guerra de los Cien Años contra los ingleses (véase sus causas). Muchos siglos más tarde, en 1992, los disturbios estallaron en Los Ángeles en respuesta al veredicto de un juicio muy publicitado contra cuatro policías blancos de Los Ángeles que fueron absueltos de los cargos relacionados con la paliza propinada en 1991 a Rodney King, un automovilista negro que se había resistido a la detención.

Reducción y reforma de la hacienda pública

En cuanto a la reforma de la administración pública, las propuestas iban dirigidas a reducir el tamaño del Estado mediante la privatización, la abolición de los monopolios estatales, la descentralización de impuestos y servicios, la desregulación, la desburocratización, la transformación, las fusiones y la supresión de instituciones públicas, la toma de decisiones por “agencias”, el despido de funcionarios y la reducción de sus derechos. La retórica aquí era la búsqueda de una mayor “eficiencia”, a imagen del (supuesto) mercado. Estas reformas complementaban la intención de impedir que el Estado gestionara responsablemente la política económica a escala nacional.

La reforma de los activos estatales (privatización de bienes públicos) se intensificó después de 1989, pero sus objetivos se limitaron por razones estratégicas, como en el caso del cobre chileno -sólo parcialmente privatizado-, que proporcionaba el 50% de las divisas del país e importantes ingresos parafiscales, o por razones político-institucionales, como en el caso del petróleo (como en México, debido a la exigencia de una reforma constitucional y a la difícil situación política de 1994-1997). La reforma más radical hasta la fecha ha tenido lugar en Argentina. El acceso a los bienes públicos también se obtuvo mediante concesiones para la explotación de servicios públicos como correos, aeropuertos, autopistas, ferrocarriles, telecomunicaciones, etc. Los bancos y las instituciones financieras han suscitado un interés creciente, sobre todo durante la turbulenta crisis financiera que estalló en 1994-1995. Por diversas razones, como las crisis políticas, la crisis energética en Brasil y el alto nivel de privatización alcanzado antes de 1999, este proceso se detuvo prácticamente después de 2001 y se limitó a casos aislados en algunos países.

Uno de los principales problemas derivados de la privatización fue la regulación que hubo que establecer previamente para controlar los monopolios ahora privatizados. La regulación a posteriori -a través de agencias- dependía en gran medida de los nuevos propietarios y solía aparecer mucho después de que la puerta se hubiera “cerrado de golpe”. Por otra parte, estas transacciones se apoyaban en mecanismos importantes para el inversor privado, como el uso de instrumentos de deuda pública -principalmente deuda externa- que se depreciaban en los mercados pero se aceptaban a la par o con algún descuento, lo que suponía enormes beneficios adicionales para los compradores.

Por otra parte, la mayoría de las transferencias de activos se realizaron a “precios de sacrificio”, lo que desmiente la afirmación errónea de que el gobierno necesitaba estos fondos “para pagar sus deudas”. Como era de esperar, antes de la privatización oficial, el Estado aumentó las tarifas y los precios públicos de estas empresas e invirtió mucho en ellas, aumentando potencialmente sus beneficios. En muchos casos, sin embargo, la calidad de los servicios se deterioró y algunas tuvieron que volver a ser propiedad del Estado (por ejemplo, las autopistas mexicanas). A pesar del coste medio ajustado de las privatizaciones entre 1990 y 2001 -alrededor del 1,4% del PIB total durante este periodo-, esta cifra es muy inferior al importe de los intereses de la deuda pública (interna y externa), por lo que este argumento no se sostiene. No obstante, representaron una proporción significativa de la inversión extranjera directa, que entre 1988 y 1995 fue del 45% en Argentina, del 80% en Perú y del 31% en Venezuela. Según la CEPAL, el valor total de las privatizaciones en América Latina entre 1990 y 2001 fue de unos 185.000 millones de dólares.

Reforma laboral y de las pensiones

La reforma de la seguridad social, ya concluida en siete países y en preparación en otros, se basa en el supuesto de que los sistemas existentes (de reparto) ya no son viables, pues registran déficits crecientes, suponen una carga insostenible para el presupuesto público y la solvencia a largo plazo de los beneficiarios es cada vez más dudosa. Estas reformas incluyen la reciente introducción (o modificación) del seguro de desempleo. Las propuestas relativas al seguro de jubilación e invalidez pretenden sustituir el sistema de reparto por un sistema exclusivamente de capitalización, como en Chile, o por un sistema mixto, como en Argentina y Colombia, por ejemplo. Naturalmente, los objetivos también incluyen la “homogeneización” de las prestaciones y los criterios, así como su privatización, aunque bajo el control del Estado. Sin embargo, los efectos concretos no se limitan a restringir o privar de derechos a los empleados públicos y privados.

A pesar de los numerosos partidarios de un sistema de capitalización, es muy complejo y entraña riesgos. Para que funcione con éxito, es necesario que haya una buena dinámica de crecimiento económico a largo plazo, que las empresas que se benefician de las inversiones de los “fondos de pensiones” tengan – en teoría – rendimientos “normales” a largo plazo y que los títulos públicos que compran sean líquidos y rentables. Pero todo esto no es suficiente, porque el sistema requiere también la participación creciente de nuevos cotizantes, es decir, de nuevos trabajadores oficiales. Para que las pensiones de los trabajadores al final de su vida igualen el valor de sus salarios, estos últimos deben aumentar en términos reales. Sin embargo, esto no es lo que se prevé para América Latina, que experimenta un bajo crecimiento, un elevado desempleo, una caída de los salarios reales y un aumento de la precariedad y la informalidad. La experiencia chilena es aún demasiado reciente para ser utilizada como parámetro, tanto para períodos de alta rentabilidad de los fondos (en años de fuerte crecimiento y alta rentabilidad privada) como para años malos (crisis, recesión, etc.) en los que -como en los sistemas públicos- puede haber déficits temerarios. Uthoff también muestra que un aumento del 1,5% anual de los salarios reales y del 1,7% de la tasa de empleo son necesarios para la estabilidad del sistema en América Latina.

Las reformas de las relaciones laborales (contratos de trabajo y relaciones sindicales) se iniciaron en 1990 -con la excepción de Chile, que las introdujo en 1981- y se basan en la reducción de los costes laborales (reducción de la jornada laboral con reducción simultánea de los salarios), de las cotizaciones a la seguridad social, de los costes de despido -que se ha aplicado en varios países-, destruyendo la estabilidad y la flexibilidad jurídica de los contratos temporales. Es evidente que existe una gran resistencia política a este tipo de reformas en los países latinoamericanos, lo que puede explicar la lentitud y gradualidad del proceso. Lo que es lamentable es el contenido claramente ideológico y oportunista de los gobiernos de derechas, los empresarios y los dirigentes sindicales cuando afirman que la legalización de los contratos temporales aumentará el empleo. En realidad, estos cambios conducirán a una mayor inestabilidad en el mercado laboral, salarios más bajos, pérdida de derechos y jornadas laborales más cortas. En este sentido, Venezuela se diferencia de la mayoría de los países del continente en que su Constitución establece la seguridad social universal y amplía las garantías de los derechos de los trabajadores.

Tipos de interés y objetivos de inflación

La espiral inflacionista provocó un aumento de los precios al consumo en América Latina, que pasaron del 364% en 1988 al 1.680% en 1990. Desde 1991 se han aplicado con éxito políticas de estabilización. Ese año, los precios bajaron al 199% gracias al programa de Argentina. Sin embargo, volvieron a subir en 1993 hasta el 877% y volvieron a caer hasta el 26% en 1995 gracias al programa brasileño. Desde entonces, la inflación anual ha rondado el 10%. Sin embargo, la mayoría de los procesos de estabilización en curso no han evitado la trampa de la apreciación de los tipos de cambio y han sido desencadenados por crisis de la balanza de pagos o ataques especulativos. Esta inestabilidad implícita ha provocado crisis explícitas en México (1995-97 y 1998-2000), Venezuela (1993-99 y 2002-04), Ecuador (1994-2000) y Brasil (2001-03). Los principales mecanismos utilizados (y, en muchos casos, aún utilizados) en estos programas fueron los siguientes

1) Tipos de interés reales elevados, muy por encima de los tipos del mercado internacional. Tras un ligero descenso en 1991-1994, las crisis de 1994-1997 y 1998-2003 provocaron una nueva tendencia al alza. El tipo de interés de Brasil era el más alto de la región.

2) Estrictos controles sobre la expansión monetaria y el crédito. Al mismo tiempo, la gran afluencia de capital extranjero provocó un fuerte aumento de la liquidez real antes de 2000, incrementando el crédito privado y anulando algunos de los efectos de la política monetaria. Sin embargo, el crédito interno en el sistema bancario sigue siendo muy limitado en varios países, sobre todo en Brasil, donde representa alrededor del 25% del PIB.

3) Tipos de cambio sobrevalorados: tomando como 100 la media de 1987-90, Uthoff (1997) calculó que en 1997 los tipos de cambio efectivos reales (para las exportaciones) eran de 51 para Perú, 55 para Brasil, 70 para Argentina, 72 para Colombia, 83 para Chile y 85 para México (gracias a la devaluación de 1995 provocada por la crisis). Sin embargo, la crisis de 1999 obligó a varios países a devaluar bruscamente, pero Argentina, México y Venezuela siguen teniendo una fuerte apreciación acumulada de sus tipos de cambio. En promedio para la región, el tipo de cambio efectivo real siguió apreciándose hasta mediados de 2003.

4) Presupuesto: sólo unos pocos países han aumentado sus ingresos en relación con el PIB, y algunos han reducido sus gastos – sobre todo en personal, seguridad social e inversión -, lo que ha dado lugar a una fuerte reducción de los déficits. Si se comparan los déficits observados en los años ochenta y principios de los noventa, se observa que disminuyeron considerablemente. Sin embargo, a partir de 1994-95, los déficits volvieron a aumentar en trece de los diecinueve países que presentaron sus balances, y en 1998-99 todos volvieron al déficit, mientras que la proporción de la deuda pública en el PIB pasó del 37% en 1997 al 56,3% en 2003. El efecto acumulativo de estas medidas ha logrado sus objetivos: los elevados tipos de interés han atraído capitales extranjeros y la subida del tipo de cambio ha fomentado fuertemente las importaciones y fijado los precios internos.

5) Según los cánones de la nueva “ciencia monetaria”, la institución del objetivo de inflación se generalizó en varios países. Esto ha impuesto una verdadera camisa de fuerza a la política económica, reduciendo las tasas de crecimiento y limitando los demás parámetros de la política monetaria.

Balanza de cuentas y deuda externa

La participación de América Latina en las exportaciones mundiales, que había descendido al 4,5% en 1990, ha aumentado en los últimos años hasta situarse entre el 5% y el 6%. Gracias a las crisis de algunos países y al aumento de los precios de exportación en otros, entre 1990 y 1999 las exportaciones crecieron a un ritmo medio anual del 9,1%, mientras que las importaciones aumentaron al 12,6% (15,8% entre 1990 y 1997), alterando radicalmente la balanza comercial de casi toda la región. La principal razón de este desequilibrio fue el enorme crecimiento de las exportaciones de EE.UU. a América Latina, que pasaron de 35.000 millones de dólares en 1987 a 191.000 millones en 1998. En 1998-99, la dinámica de las importaciones se moderó parcialmente por la recesión y la devaluación, pero en 2000 se reanudaron los desequilibrios en varios países.

Para el conjunto de los veinte principales países capitalistas de América Latina, el déficit por cuenta corriente acumulado entre 1989 y 2001 ascendió a 550.000 millones de dólares -alrededor del 2,9% del PIB acumulado en el periodo-, mientras que la deuda externa pasó de 453.000 a 724.000 millones de dólares; las exportaciones aumentaron un 164% y las importaciones un 240%. El PIB de Brasil, por ejemplo, creció un 26,4% en el mismo periodo, mientras que las importaciones aumentaron un 203% y las exportaciones sólo un 69%. El déficit por cuenta corriente alcanzó los 177.000 millones de dólares.

Entre 1999 y 2004, Brasil y Argentina se vieron sacudidos por nuevas crisis y devaluaciones que invirtieron la situación, aumentando las exportaciones y reduciendo fuertemente las importaciones. Sin embargo, las exportaciones crecieron excepcionalmente, no sólo por estos factores, sino sobre todo por el fuerte aumento de la demanda de China, de la que se beneficiaron mucho Argentina, Brasil, Chile y Perú, mientras que la competencia en el mercado estadounidense afectó a las exportaciones de México y Centroamérica. Aunque la relación entre los intereses de la deuda externa y las exportaciones de bienes y servicios se redujo de una media del 21,6% en 1991 al 12,7% en 2002, siguió siendo más elevada en Argentina (29,3%) y Brasil (21,1%) y rondó el 14% en Colombia, Ecuador, Nicaragua y Perú. El déficit por cuenta corriente (en miles de millones de dólares) pasó de 9 en 1989 a 47,7 en 1994, como consecuencia de la quiebra de México y el choque de Argentina, que representaron el 62% y el 20% de esta cifra, respectivamente. En 1995 y 1996, tras las crisis mexicana y argentina y la apreciación del real brasileño -con la consiguiente devaluación de la moneda argentina frente al tipo de cambio brasileño-, el indicador cayó a 32,2 y 35,5 en esos años, pero con un nuevo país, Brasil, cuyo balance pasó a ser negativo desde un valor positivo de 1,6 en 1989 : 18,0 en 1995, 24,3 en 1996, 33,4 en 1997 y 33,0 en 1998, una escalada que sólo remitió tras la devaluación de 1999 y la crisis que duró hasta 2003.

Integración continental y nuevas perspectivas

Desde que México se adhirió al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con Estados Unidos y Canadá en 1994, el comercio latinoamericano ha tenido que analizarse por separado, es decir, con y sin este país. Entre 1995 y 2003, las exportaciones mexicanas aumentaron un 107% y las importaciones un 135%, mientras que para el conjunto de América Latina, sin México, las exportaciones sólo aumentaron un 40% y las importaciones, muy afectadas por las crisis de 1997 y 1999-2003, un 16%. Entre 1997 y 2003, las exportaciones e importaciones de México aumentaron un 49% y un 55% respectivamente, mientras que las cifras para el conjunto del continente (sin México) fueron del 19% y el -14% respectivamente. Si analizamos “ratios de riesgo” como la deuda externa bruta/exportaciones, observamos una mejora “significativa”: para el resto de América Latina y para México, estos ratios pasaron de 4 y 2,6 respectivamente en 1990 a 3,7 y 1 en 1999 y a 2,8 y 0,8 en 2003.

Con la creación del Mercosur, las ventas intrabloque aumentaron significativamente, pasando de 4.000 a 20.000 millones de dólares entre 1990 y 1998. Tras la crisis, sin embargo, retrocedieron y sólo se recuperaron en 2004. Mercosur se enfrenta a serios problemas para asegurar la continuidad y profundización de la integración entre los países miembros (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) y los países asociados (Chile, Bolivia, Perú, Colombia y Venezuela), ya que su heterogeneidad interna en términos estructurales (producción, ingresos, políticas fiscales, salarios, etc.) dificulta el desarrollo hacia una unión de mercado. Cualquier crisis o devaluación del tipo de cambio en Argentina o Brasil provoca fluctuaciones de diverso grado en los flujos comerciales y en la dirección de sus balanzas, lo que demuestra la vulnerabilidad del grupo en su conjunto. La expansión comercial no ha podido superar la barrera del 20-25% de las exportaciones totales de sus miembros, que siguen teniendo mercado en el resto del mundo para casi el 80% de sus exportaciones.

▷ Lo último (abril 2024)

En la actualidad, sólo el 23% de las exportaciones del Mercosur se dirigen a América Latina, y sin México, este porcentaje se reduce al 22%. De nuevo excluyendo a México, sólo el 14,5% de las exportaciones del continente son intracontinentales. Las dificultades en el camino hacia una mayor integración latinoamericana son bien conocidas, pero ciertos acontecimientos políticos han ampliado los mercados y suscitado esperanzas. Desde 2003 se han producido cambios notables en la política exterior de Brasil: las negociaciones activas con China, India, Rusia, la Comunidad Sudafricana, varios países árabes y, sobre todo, Sudamérica, ya han dado resultados, enfrentando la propuesta de Asociación Sudamericana de Libre Comercio (Amercosur) a los intereses norteamericanos en el marco de la Asociación de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

El flujo financiero externo (transferencia de recursos líquidos) acumuló un valor negativo de 195.000 millones de dólares entre 1980 y 1991. Se convirtió en positivo no sólo por la desregulación, sino sobre todo por las enormes oportunidades de ganancias fáciles que ofrecían las privatizaciones, las desnacionalizaciones y la especulación bursátil: pasó de una media anual (en miles de millones de dólares) de 29 en 1992-93 a 15 durante la crisis de 1994-95, subió a 25 en 1996-98, se volvió negativo (-1) en 1999-2000 y cayó bruscamente a -36 en 2002-03 tras el crack de Argentina, Brasil y Venezuela.

La apuesta (falaz) de los ajustes en curso consiste precisamente en cubrir los déficits por cuenta corriente y los reembolsos de la deuda durante algunos años gracias a las fuertes entradas de capitales. La desregulación de los flujos de capital extranjero ha facilitado esta situación, pero adolece de graves problemas de volatilidad e inestabilidad -que pueden producirse en cualquier momento en los países de origen o destino- causados por movimientos cíclicos o especulativos repentinos que provocan salidas inesperadas y problemáticas. Por otra parte, pueden causar graves problemas en la aplicación de las políticas económicas, como el colapso de los sistemas financieros, cambios repentinos en los tipos de cambio y de interés, etc. Además, la desregulación no permite controlar la asignación sectorial (productiva o financiera) o regional de los capitales, su duración ni la forma en que se utilizan (inversiones de cartera, productivas, etc.).

Por otra parte, la mayor parte de las inversiones en el período posterior a la reforma estuvieron vinculadas a la deuda externa, las privatizaciones y la transferencia de la propiedad privada, lo que aumentó el grado de desnacionalización de la economía y no tuvo un impacto significativo en la expansión de la capacidad productiva. Muchas privatizaciones han afectado a los sectores de servicios (banca, telecomunicaciones, etc.), que generalmente no exportan sino que transfieren intereses y beneficios al extranjero. La principal excepción ha sido México, que ha invertido sobre todo en la industria gracias a su pertenencia al TLCAN, y algunos países con recursos naturales que han recibido inversiones en los sectores minero y petrolero.

Para la región, esto significa renunciar a su propia soberanía para determinar la dirección del crecimiento y el cambio. Muchas de estas inversiones están condicionadas a otras inversiones, a menudo públicas, en apoyo logístico (por ejemplo, infraestructuras). Además, para establecerse en un país, las multinacionales organizan subastas de emplazamientos, por las que reciben una serie de incentivos -fiscales, financieros e infraestructurales principalmente- que a menudo valen más que la inversión inicial; para el sector público del país anfitrión, esto se traduce en agujeros adicionales en los presupuestos gubernamentales y conduce a recortes de gastos aún mayores.

Basado en la experiencia de varios autores, mis opiniones y recomendaciones se expresarán a continuación (o en otros lugares de esta plataforma, respecto a las características y el futuro de esta cuestión):

Antes de estas reformas, en la mayoría de los países los proyectos de inversión (públicos o privados) sólo se analizaban en función de sus efectos directos e indirectos sobre el empleo, la balanza de pagos, la utilización de insumos y equipos nacionales y los ingresos fiscales. Hoy en día, los efectos negativos de estas nuevas prácticas ya son evidentes: los países importan muchos más insumos y bienes de capital que antes, se interrumpen las cadenas de producción nacionales, la creación de empleo es mínima y los impuestos generados se devuelven principalmente en forma de incentivos a la inversión.

A pesar de los grandes déficits por cuenta corriente – “ahorro exterior” – y de la financiación exterior, la tasa de formación bruta de capital fijo nunca se recuperó de una media del 27,6% en 1980, fluctuó en torno al 19% durante la “década perdida”, subió al 19,5% en 1991-1993 y se ha mantenido en este nivel durante todo el periodo reciente. Después de 1989, de los principales países de la región, sólo Chile tuvo una tasa media anual ligeramente superior a la de los años ochenta.

Las principales razones de estos malos resultados son: los elevados tipos de interés internos que prevalecen en la mayoría de los países; la propia dinámica del modelo actual, que se caracteriza por un bajo crecimiento medio y una elevada intensidad de las importaciones; la fuerte caída de la inversión pública, que reduce su efecto de arrastre sobre la inversión privada; y la dinámica sectorial del crecimiento económico, que sin embargo se concentra en la agricultura y los servicios (menos intensivos en capital) más que en la producción de bienes.

Si examinamos la formación bruta de capital fijo en sus dos componentes principales (construcción y maquinaria y equipo), las series a precios constantes de 1995 muestran que la parte de la inversión en construcción en la inversión total ha aumentado: del 49% en 1980, pasó al 58% en 1990 y fluctuó en torno al 60% entre 1990 y 2002, mientras que la parte de la maquinaria y el equipo ha disminuido considerablemente. Brasil parece ser uno de los peores casos, ya que esta partida, que representaba alrededor del 53% de la inversión total en 1980, cayó al 36% en 1990 y fluctuó en torno al 26% entre 1990 y 2002. Sin embargo, estos datos presentan en la actualidad una gran dificultad analítica ya que, dependiendo de si se calculan a precios constantes o a precios corrientes, debido a los profundos cambios en los precios relativos, presentan resultados diferentes pero sin cambio en la tendencia observada, lo cual es muy preocupante e indica un debilitamiento significativo de la variable más importante para la expansión de la capacidad productiva del país. La dinámica del ahorro y de la inversión bruta muestra una caída del ahorro interno, que no es compensada por un aumento del ahorro externo, y una caída de la tasa de inversión. En otras palabras, durante casi todos estos años, en la mayoría de los países, las tasas de crecimiento no han sido proporcionadas por la inversión, sino por el consumo – y en segundo lugar por las exportaciones.

El PIB regional, que tuvo una tasa media de crecimiento anual en torno al 1,1% en los años 80, creció un 2,46% entre 1989 y 2003, una tasa muy baja si se tiene en cuenta el crecimiento de la población total (1,65%), del valor añadido bruto (2,63%) y del desempleo urbano (en torno al 10,5% entre 1999 y 2003).

La tasa media de crecimiento regional del PIB per cápita fue del -0,8% entre 1980 y 1989 y de un modesto 0,8% entre 1989 y 2003: tuvieron que pasar, pues, 23 años para que se volviera a superar en un 2,2% el nivel absoluto de 1980. Sin embargo, esta ligera mejora oculta diferencias significativas entre algunos países: mientras que el PIB de Chile era un 38,3% superior y el de México un 13,1% superior al de 1980, el de Argentina era un 5,3% inferior y el de Venezuela un 29% inferior. Sin embargo, estas cifras ocultan un problema importante: la presencia de fluctuaciones cíclicas que impiden mantener tasas de crecimiento elevadas. Cuanto mayor es el crecimiento económico, mayor es la presión sobre el gasto en divisas y la financiación exterior. Esta presión acaba provocando fugas de capitales, crisis de la balanza de pagos, depreciación del tipo de cambio, inflación, crisis fiscales, nuevo endeudamiento exterior y recesión. A partir de ese momento, aumentan las exportaciones y se restringen las importaciones, lo que permite aliviar las condiciones de la balanza de pagos. En cuanto el crecimiento se reanuda y se vuelve demasiado fuerte, se produce una nueva crisis.

Sin embargo, ésta no es la única razón de las crisis. Dada la gran vulnerabilidad exterior de la mayoría de los países de la región, cualquier signo de inestabilidad grave en los mercados financieros internacionales tiene un gran impacto sobre ellos y los empuja a la crisis. Así pues, una crisis se desencadena por causas internas o externas, o por ambas. Ejemplos de ello son las crisis de 1994-95 (México), 1997 (Asia), 1998 (Rusia), 1999 (Brasil), 2000 (Argentina) y la recesión de 2001 en Estados Unidos.

Si calificamos las tasas anuales de crecimiento del 5% o más como “altas”, del 3% al 4,9% como “medias”, del 1% al 2,9% como “bajas” y de menos del 1% como “críticas”, un análisis detallado del periodo 1989-2003 para América Latina muestra un total de dos años de crecimiento alto, cinco años de crecimiento medio, tres años de crecimiento bajo y cuatro años de crecimiento crítico. Esta distribución de medias varía según los casos, poniendo de manifiesto las particularidades de cada país. Por ejemplo, mientras que Argentina ha tenido siete años de fuerte crecimiento -lo que podría describirse mejor como un retorno desde el “fondo del pozo” donde había caído en el periodo anterior- también ha tenido seis años críticos; Brasil ha tenido sólo un año de fuerte crecimiento, tres años de crecimiento crítico y diez años de crecimiento moderado; y México ha tenido cuatro años de fuerte crecimiento, tres años de crecimiento crítico y siete años de crecimiento moderado.

En resumen, el modelo permite crecer (en algunos casos a tasas elevadas) mientras su capacidad no se vea perturbada interna (inflación, crisis fiscal, crisis política) o externamente (ataques especulativos, reducción de la financiación externa, caída de los precios externos de ciertas materias primas estratégicas como el cobre en Chile o el petróleo en México y Venezuela). En todos los casos, la “salida” es siempre una recesión o desaceleración económica que agrava los problemas sociales, el desempleo y la deuda. Inmediatamente después viene una “recuperación” acelerada y, a continuación, otra catástrofe.

Evolución de las actividades agrícolas

Entre 1980 y 1989, la actividad agrícola experimenta un débil crecimiento (2,1% anual) debido a graves problemas del sector, como la fuerte caída de los precios de exportación, la crisis económica mundial y el escaso desarrollo de la demanda interna. Argentina y México son los países peor situados, con tasas de crecimiento inferiores al 1%.

Entre 1989 y 2002, el crecimiento de la actividad agraria fue ligeramente superior a la media anual del 2,4%, debido principalmente a la expansión de las exportaciones. Este modesto crecimiento, que sin embargo superó al crecimiento industrial, condujo a un aumento de la participación de la agricultura en el PIB, que pasó del 7,5% en 1980 al 7,8% en 2002, invirtiendo una tendencia histórica a la baja. Colombia (media del 1,7%), que ha sufrido problemas de “guerra interna” y narcotráfico, y Venezuela (media del 0,8%), que ha experimentado varias fases de recesión e inflación, una crisis del petróleo, desempleo y una fuerte caída de los salarios durante este periodo, se sitúan por debajo de la media regional.

El sector se ha beneficiado de la recuperación parcial (después de 1993) de ciertos precios exteriores, así como de la supresión de los impuestos a la exportación, el aumento de la demanda interna de materias primas -aunque la industria ha registrado un débil crecimiento- y la demanda interna de consumo. Recientemente, el extraordinario aumento de las exportaciones a China también ha contribuido a la subida de los precios exteriores. Sin embargo, las políticas de estabilización y liberalización condujeron a una caída real de los precios internos hasta 1998, lo que provocó un descenso del consumo interno y de los ingresos reales del sector.

Las políticas de reducción de la financiación y las subvenciones, los elevados tipos de interés y un tipo de cambio sobrevalorado se convirtieron en un obstáculo para un mayor crecimiento, sobre todo para la agricultura más moderna y competitiva. Sin embargo, la liberalización del comercio y los tipos de cambio han fomentado fuertemente las importaciones de productos agrícolas, tanto procesados como sin procesar: los datos de la FAO muestran que el valor de las importaciones (a precios más altos y mayores volúmenes) aumentó un 137% entre 1987 y 1994. Entre 1987 y 1990 y en 1994, las exportaciones de estos productos aumentaron casi un 40% en Argentina, Brasil y México, mientras que las importaciones aumentaron un 368%, 163% y 106% respectivamente, reduciendo el potencial que siempre ha tenido este sector para financiar los déficits de otros sectores.

Estas políticas han reducido la producción de una serie de productos básicos en todos los países: el trigo, el algodón y los productos lácteos son los que más han sufrido, pero el mijo, el arroz, las semillas oleaginosas, el azúcar, la carne de vacuno y de porcino también han visto reducida o estancada su producción. Estos efectos varían de un país a otro y dependen de las condiciones de que se trate. Las exportaciones del sector aumentaron un 38% entre 1980 y 1990 y un 65% entre 1990 y 2002, mejoras que se vieron agravadas por la crisis de 1999-2002 y la fuerte depreciación del tipo de cambio.

En el largo periodo 1980-2002, la balanza comercial del sector (materias primas y productos transformados) en miles de millones de dólares estadounidenses pasó de 17,4 en 1980 a 20,2 en 1990 y 23,9 en 2002. Este último incremento es relativamente modesto, pero se debe a un fuerte aumento de las importaciones de estos bienes. Gracias a estas importaciones, el déficit de México en miles de millones de dólares pasó de 1,3 en 1980 a 3,7 en 2002; Argentina y Brasil duplicaron sus superávits en el periodo, y Chile pasó de un déficit de 0,4 en 1980 a un superávit de 2,3 en 2002 gracias a la transformación parcial de su economía en una economía primario-exportadora.

Las políticas neoliberales también han repercutido en las industrias exportadoras: el cultivo de productos menos competitivos se ha reducido drásticamente, se han producido desplazamientos espaciales (de la producción y el empleo en busca de tierras más baratas o productivas), la intensificación tecnológica de los insumos y la maquinaria ha provocado un aumento del desempleo, y el aumento de la oferta de tierras debido a la mayor productividad ha provocado una fuerte caída de los precios de la tierra. Aunque el aumento de la eficacia y la competitividad es un factor positivo, también ha agravado los problemas del desempleo, la necesidad de nuevas infraestructuras públicas para las nuevas zonas agrícolas, la balanza comercial e incluso el medio ambiente.

En comparación con la media de Europa Occidental (3.500 calorías y 108 gramos de proteínas), los niveles nutricionales de los latinoamericanos en 2002 seguían estando un 20% y un 28% por debajo de estas medias, aunque se produjeron mejoras significativas entre 1980 y 2002. Sin embargo, en algunos países, especialmente Venezuela, donde los promedios eran superiores a los de la región, se produjo un marcado deterioro, con una caída del 18% en calorías y del 11% en proteínas en 2002.

Productividad de los servicios

El sector terciario se compone de dos segmentos: Servicios básicos (agua, electricidad, gas, comunicaciones, transporte y almacenamiento) y otros servicios (comercio, finanzas, alquiler, servicios, educación, sanidad, etc.). El primero representaba alrededor del 11% del PIB en 2002, el segundo el 53%. La tasa de crecimiento del sector terciario en su conjunto fue por término medio del 1,9% anual entre 1980 y 1989 y del 2,7% entre 1989 y 2002, justo por detrás de la agricultura durante el primer periodo y de la minería durante el segundo, y superior al crecimiento del PIB en ambos casos.

La intensificación de las tecnologías de la información y el aumento de las actividades manufactureras y comerciales – principalmente el comercio y las importaciones – condujeron a un uso más intensivo de los servicios de infraestructura, y los servicios básicos crecieron un 4,8% anual. Los demás servicios registraron una baja tasa media de crecimiento anual (2,2%), en parte como consecuencia de la creciente externalización de actividades que antes realizaban la agricultura y la industria, pero que ahora se deslocalizan, así como del aumento de la precariedad laboral y el desempleo, que han contribuido a la expansión de los servicios personales -en particular, los servicios a domicilio-, el comercio ambulante, etc.

La crisis del empleo y la desigualdad de ingresos

Las políticas neoliberales han agravado considerablemente los problemas sociales y de empleo. La tasa media anual de desempleo abierto en las ciudades latinoamericanas pasó del 6,2% al 5,9% entre 1980 y 1990, y del 7,3% al 10,7% entre 1990 y 2003. Sin embargo, en 1999 rondaba el 20% para los jóvenes de 15 a 24 años, y el 22,3% para el 20% más pobre de la población, lo que agravaba el problema de la pobreza y la distribución de los ingresos.

Incluso en 2003, la tasa de desempleo en Argentina, Colombia, Uruguay y Venezuela alcanzó la increíble cifra del 17%, superando las elevadas tasas de Paraguay (11,2%) y Brasil (12,3%).

Gracias a las altas tasas de crecimiento, Chile consiguió reducir su tasa de desempleo del 9,2% al 6,2% en 1993. Sin embargo, con la recesión económica que siguió, la tasa de desempleo volvió a aumentar, situándose en torno al 9% en 1999-2003.

El subempleo en términos de horas trabajadas o ingresos ha empeorado en casi todos los países: los indicadores no ponderados muestran que el subempleo en términos de horas trabajadas aumentó de alrededor del 10% en 1990 al 15% en 1996, y sigue siendo elevado en términos de ingresos (alrededor del 20%). Los indicadores de estabilidad y seguridad de los trabajadores también se han deteriorado. Por otra parte, la inseguridad del mercado laboral ha aumentado: la informalidad pasó del 40% en 1980 al 52% en 1990 y al 56% en 1995, compensando algunas pérdidas de empleo en el sector público y las grandes empresas. Aunque todavía no se dispone de datos actuales, la situación no había mejorado significativamente en 2003.

En 1999, sólo en Chile (40%) el salario mínimo urbano real de los países más grandes era superior al de 1980, mientras que en otros países como México (-73%) y Perú (-71%) era significativamente inferior.

En cuanto a los salarios medios reales, cuya comparación es difícil y compleja dados los cambios estructurales, en 2003 seguían estando por debajo del nivel de 1980 en algunos países como Argentina (-28%), Perú (-59%) y Venezuela (-75%). La excepción es Chile, donde eran superiores (54%) a los de 1980, seguido de Brasil (21%).

Aunque el crecimiento económico fue débil entre 1989 y 2002, permitió una cierta reducción de la pobreza, aunque sigue siendo más elevada que en 1980: el 40,5% de la población vivía por debajo del umbral de pobreza ese año, luego el 48,3% en 1990, el 42,5% en 2000 y el 44,0% en 2002. En las zonas urbanas, sin embargo, el descenso fue aún mayor (29,8% en 1980, 41,4% en 1990, 35,9% en 2000 y 38,4% en 2002). La proporción de la población por debajo del umbral de pobreza, que era del 18,6% en 1980, aumentó al 22,5% en 1990, para volver a caer al 18,1% y alcanzar el 19,4% en 2002. En este caso, la regresividad también fue mayor en las zonas urbanas. En términos absolutos, el número de personas por debajo del umbral de pobreza (en millones) pasó de 136 en 1980 a 200 en 1990 y 221 en 2002; las tasas de pobreza correspondientes fueron 62, 93 y 97.

En varios países, la proporción de pobres y necesitados ha disminuido considerablemente, sobre todo en Chile, seguido de Brasil, Colombia, México y Uruguay. En muchos casos, sin embargo, las cifras relativas ocultan la brutalidad de las cifras absolutas: en el caso de Brasil, por ejemplo, la mejora relativa no muestra que el número de pobres y necesitados (en millones) era de 46 y 20 respectivamente en 1980, sino que aumentó a 70 y 34 en 1990 y descendió ligeramente a 64 y 22 en 2001. En Argentina, Bolivia, Paraguay, Perú y Venezuela, la proporción de pobres y necesitados aumentó entre 1990 y 2002.

A pesar de las mayores tasas de crecimiento del PIB, el restablecimiento o el aumento parcial de los salarios y algunos efectos positivos (sólo inmediatos) de ciertas medidas de estabilización, la proporción de ingresos del 40% más pobre empeoró entre 1990 y 1999 en Bolivia, Ecuador, México, Paraguay y Venezuela. Argentina, Brasil, Chile y Colombia registraron ligeras mejoras. La participación del 10% más rico en la renta nacional aumentó significativamente en Argentina, Brasil, Ecuador, Paraguay y Venezuela, mientras que la relación entre la renta media de este estrato y la del 40% más pobre sólo disminuyó ligeramente en Colombia (de 26,8 a 22,3) y Uruguay (de 9,4 a 8,8). Mientras que el indicador fue más bajo en Uruguay, fue más alto en Brasil (de 31,2 a 32).

La imagen del empleo y los ingresos de los hogares en un contexto de deterioro de los servicios sociales públicos -en particular la sanidad y la educación- es la otra cara de la moneda del profundo deterioro social que vivimos hoy. Es la fuerza impulsora de la violencia, el tráfico de personas, la prostitución y la corrupción que ahora impregnan casi toda la América Latina urbana y gran parte de la América Latina rural. La diferencia en delincuencia, violación de la ley, inseguridad e injusticia entre países es sólo una cuestión de grado.

Preguntas para la predicción

No pretendemos sacar conclusiones “definitivas” sobre el desarrollo de América Latina, sino tan sólo destacar algunas cuestiones clave para el continente en su conjunto:

1) La sostenibilidad de altas y sostenidas tasas de crecimiento bajo el actual modelo es improbable, ya que su principal elemento es la entrada de capital extranjero, que debe ser constante y creciente. Esto se debe a la elevada vulnerabilidad externa, la desregulación y las relaciones económicas internacionales liberales. Las lecciones de los años veinte y las recientes crisis de 1994-95, 1997, 1998-99 y 2000-02 ilustran este análisis. Las tasas anuales del PIB de los países más importantes entre 1989 y 2003 confirman la debilidad y discontinuidad del crecimiento: en Argentina, fueron altas en 1991-94 y 1997, medias a moderadas en 1996 y 1998, y marcadamente negativas en 1995 y 1998-2002. En Brasil, fueron altos en 1993-1995, moderados en 1997 y 2000, negativos en 1990 y 1992, y muy bajos en los otros siete años; en México, fueron altos en 1990-1991, 1994, 1996-1998 y 2000, moderados en 1992 y 1999, y muy bajos o negativos en los otros cuatro años; en Perú, fueron altos durante seis años, moderados durante un año y muy bajos o negativos en 1991-92, 1996 y 1998-2001; en Venezuela, fueron altos en 1990-92, 1995 y 1997, moderados durante dos años y muy bajos o negativos en los siete años restantes; en Colombia, fueron altos en 1990 y 1993-95, moderados durante dos años y muy bajos o negativos en 1991, 1996-2002. Los mejores valores se registraron en Chile: altos en 1991-1997 y 2000, moderados en cuatro años y muy bajos o negativos en dos años.

(2) Durante la crisis, la situación se vio agravada por la fuga de capitales, que se vio rápidamente agravada por la financiación compensatoria del Fondo Monetario Internacional (FMI) que aumentó la deuda de los países. La recesión y la devaluación de los tipos de cambio limitan las importaciones y aumentan las exportaciones y la inflación. Los tipos de interés elevados pueden suprimirlas, pero también limitan la inversión productiva.

3) Tras una recesión, los capitales y ciertas inversiones tienden a volver, y el aumento de las exportaciones hace que se reanude el crecimiento. Sin embargo, cuanto más fuerte es el crecimiento, mayor es el aumento de las importaciones y de otros gastos exteriores, lo que amplía de nuevo el déficit por cuenta corriente y hace que cualquier expansión ulterior de la economía no sea rentable a medio plazo. Sin embargo, los economistas oficiales se resisten a reconocer estos efectos.

4) En el pasado reciente, los economistas recurrían a políticas de estabilización, que consistían esencialmente en “esconder la inflación bajo la alfombra” reduciendo la indexación, congelando los precios y reduciendo drásticamente el crédito. Hoy se concentran en revalorizar los tipos de cambio, subir los tipos de interés, aumentar el coste de la financiación y desincentivar la inversión productiva. Esto altera por la fuerza la estructura de los precios relativos y aviva el fuego de la especulación. Si no se puede suprimir la memoria inflacionista el tiempo suficiente para destruirla, no queda más remedio que destruir parcialmente la riqueza privada acumulada en el proceso. De lo contrario, la inflación suprimida será “barrida bajo la alfombra”. Sin embargo, en cualquier crisis importante de los tipos de cambio, la devaluación es crucial para reiniciar el proceso inflacionista, aunque sea a un nivel inferior en el periodo actual.

5) Algunos economistas -incluidos los de izquierdas- creen que el problema de la deuda externa está equilibrado, dada la reciente renegociación y las enormes entradas de capital. Sin embargo, la deuda externa ha pasado de 180.000 millones de dólares en 1979 a 440.000 millones en 1989 y 743.000 millones en 2003, y la mayor parte de este crecimiento procede del sector privado. Esto aumenta la inestabilidad y el riesgo, ya que muchas empresas e instituciones financieras irán a la quiebra si se produce otra devaluación, lo que ocurrirá tarde o temprano.

6) También hay que desconfiar de la afluencia de inversiones directas que, en estos años, han descuidado la producción material para aprovechar los fáciles beneficios de la privatización, tanto por el barato negocio de la compra de empresas nacionales como por el sector servicios, donde es evidente la creciente internacionalización de los sistemas financieros y de telecomunicaciones nacionales. Estos sistemas están situados en sectores no comercializables y, sin embargo, generan un flujo creciente de remesas.

7) La privatización de bienes públicos y la concesión de servicios públicos son parte integrante de la receta neoliberal, con argumentos a veces convincentes como la eficiencia fiscal y productiva. Entre 1990 y 2001, las empresas privatizadas aportaron casi un 1,4% al PIB global en este periodo, pero su efecto “curativo” es parcial y temporal, ya que los déficits reaparecen por otras razones. El argumento fiscal es insostenible, sobre todo cuando se trata de empresas públicas muy rentables que han sido privatizadas. Uno de los absurdos de las nuevas teorías es equiparar la financiación de empresas públicas rentables con un aumento del déficit. El argumento de la eficacia -como si sólo se midiera por la tasa de beneficios- oculta el carácter estatal de estas empresas y su papel en la política de estabilización al mantener los precios bajos.

8) El consumo y la inversión son los principales indicadores de la economía, y la formación bruta interna de capital fijo es el principal determinante del crecimiento. Sin embargo, como hemos visto, el consumo creció tanto o más que la inversión en los años noventa, estando esta última limitada por unos tipos de interés usurarios, la incertidumbre y la inestabilidad. El consumo habría tenido que repuntar con importaciones más baratas y abundante crédito exterior para lograr un crecimiento sostenido, pero el crecimiento del PIB, que se debe principalmente al consumo, fue efímero.

(9) El fuerte aumento de las importaciones de bienes de consumo e intermedios antes de 1998 provocó la desestructuración de la base productiva (principalmente industrial) de América Latina y tuvo importantes repercusiones en el valor añadido y la creación de empleo. Sin embargo, la reversibilidad de esta desestructuración es problemática y puede dificultar la reanudación del crecimiento.

10) Los partidarios del modelo señalan una mejora de la distribución de la renta entre los más pobres. Sin embargo, esta mejora es el resultado de la estabilización de los precios, es ad hoc y no es estructuralmente correctiva. Además, mediante la desregulación y la liberalización del capital, el modelo favorece a los especuladores y aumenta aún más la clase rentista.

11) Por otra parte, la continuación de las reformas actuales conducirá a una intervención aún menor de los Estados nacionales en la economía, paradójicamente en un momento en que se hace más necesario reorganizar las políticas económicas. Sin embargo, ello exigirá sin duda una compleja y difícil reestructuración política interna y externa, con una necesaria renovación de los dirigentes económicos, políticos y gubernamentales.

12) Dado que el nuevo modelo es muy sensible a las fluctuaciones internacionales, su futuro depende de la evolución de la situación internacional, ante la que el Estado no puede reaccionar instantáneamente en caso de desaceleración. El periodo 2003-2005 fue uno de los más favorables, dado el exuberante papel de China, la reanudación del crecimiento de la economía estadounidense y la persistencia de los elevados precios de las materias primas. Sin embargo, la incertidumbre en torno al dólar, la ralentización de la economía china y la probable subida de los tipos de interés internacionales podrían constituir shocks negativos adicionales para la región.

Estrategias transnacionales

Un rápido vistazo a las estrategias económicas de las principales economías de la región sugiere que seguirán trayectorias diferentes:

1) Chile, quizá la más diferente de las demás, ha elegido una senda de crecimiento basada en los recursos naturales, cuyas perspectivas de futuro son cuestionables y difíciles, dado el problema del agotamiento de los recursos y la competencia de otros países. Los productos primarios siguen representando el 83% de las exportaciones del país, con el cobre y sus derivados a la cabeza, con casi el 40%; otros productos básicos son la pesca, la fruta y la madera. El éxito de las exportaciones se debe en parte a factores climáticos: las cosechas tienen lugar en épocas en que estos productos escasean en el hemisferio norte. El liderazgo del país en términos de tasas de crecimiento y la estabilidad de los diversos planes económicos y políticos no han podido evitar las devaluaciones, las subidas de precios y el aumento de la deuda externa e interna (pública y privada). La tasa media de crecimiento -superior a la de otros países de la región, aunque se ralentizó después de 1997- hizo que en 2003 la renta per cápita fuera un 79% superior a la de 1980.

2) México está desarrollando su industria, pero transformándola (en una fase ya avanzada) en un complemento de la industria estadounidense, sujeto a la dinámica y las regulaciones de esa economía. A pesar de la exitosa expansión de las exportaciones después de la crisis de 1995, el país no pudo salir de la dinámica viciosa de este modelo, y se enfrentó de nuevo a un enorme déficit por cuenta corriente y a la amargura de la crisis internacional. El país se enfrenta ahora a la competencia de China, que superó a las exportaciones mexicanas en 2003, así como a la de las exportaciones centroamericanas de ropa a Estados Unidos. A pesar de los buenos resultados de las exportaciones, la renta per cápita en 2003 sólo fue un 11% superior a la de 1980.

(3) Argentina congeló su tipo de cambio por ley y, hasta 1999-2001, buscó en vano una cura milagrosa que salvara su desconcertante dolarización o la protegiera de los efectos de la devaluación del tipo de cambio de Brasil. Todas las técnicas ortodoxas resultaron inútiles: los elevados déficits por cuenta corriente drenaron las reservas y ahuyentaron los capitales, deteriorando aún más las finanzas públicas. La deuda pública, que representaba algo menos del 25% del PIB en 1991/92, alcanzó el 46% del PIB en 2000.

La deuda pública pasó del 46% del PIB en 2000 al 138% en 2003. La firme voluntad política del Gobierno de negociar duramente y la incapacidad de pago del país explican el éxito de su propuesta (2005) de renegociar la deuda externa e interna con fantásticas quitas del 30% y el 66%, un aumento de los plazos de amortización de 30 a 42 años y tipos de interés variables según las condiciones y quitas de la deuda. Queda por ver si esta actitud es una mera cuestión de circunstancias o si el país intentará realmente recuperar el tiempo perdido. En 2003, la renta per cápita del país sólo alcanzaba el 88% de su nivel de 1980.

(4) Brasil, por su parte, ha seguido los pasos de México y Argentina en el camino del desastre monetario, cuyo paliativo es una fuerte devaluación seguida de recesión, renegociación de la deuda y nuevos empréstitos, que conducen a la insolvencia financiera, a un nuevo aumento de la deuda pública externa e interna y a un deterioro de la situación política y social. Para ganar la reelección, el gobierno de Fernando Henrique Cardoso recibió un préstamo de 41.000 millones de dólares del FMI en 1998, lo que permitió aplazar la crisis cambiaria hasta 1999. Para disipar los temores del mercado ante la casi segura elección de Luiz Inácio Lula da Silva, el gobierno firmó un nuevo acuerdo de 24.000 millones de dólares con el FMI a mediados de 2002. El nuevo gobierno se comprometió a cumplir los acuerdos para que su política económica no se desviara de la línea ortodoxa, a pesar de ser un “gobierno de izquierdas”. Esto condujo a otra recesión en 2003, con devaluación, inflación, tipos de interés usurarios: las consecuencias habituales. Tuvieron que pasar 25 años para que en 2003 la renta per cápita del país fuera un 2% inferior a la de 1980.

5) La estrategia de Colombia preveía una estructura de la deuda (a medio y largo plazo), una inflación baja y un crecimiento más estable, lo que indicaba que las políticas económicas y las reformas del país podían tomar otro rumbo. Sin embargo, el país también avanzaba hacia el neoliberalismo, lo que hacía aún más problemática la situación social. La presión de Estados Unidos (Plan Colombia) contra el narcotráfico, seis décadas de guerrilla y las estructuras paramilitares contribuyeron a deteriorar la situación. No obstante, la renta per cápita en 2003 era un 27% superior a la de 1980.

6) Dados sus bajos niveles de producción agrícola e industrial, Venezuela se ha centrado en el petróleo desde los años treinta. Sin embargo, los recursos naturales no bastan para acceder al primer mundo. Peor aún, el peso económico del petróleo es muy elevado: 70-80% de las exportaciones y de la carga fiscal, 20% del PIB, pero empleando sólo al 2% de la población económicamente activa (PEA). Como materia prima sujeta a grandes fluctuaciones, el petróleo puede ser un oasis o un infierno para una economía: si el precio (o la cantidad exportada) sube, aumentan los ingresos fiscales, el gasto público y la inversión, pero esto puede provocar una fuerte apreciación del tipo de cambio; si el precio baja, caen las divisas y los ingresos fiscales, pero se mantiene el deseo (y la necesidad) de importar, y el gasto público intenta contrarrestar la caída, lo que inevitablemente conduce a la inflación y la recesión. Y ahí radica la paradoja del petróleo. La inesperada victoria electoral y en referéndum de Hugo Chávez y sus progresistas reformas institucionales trajeron nueva vida y esperanza al pueblo de este país, pero al ir en contra de los intereses de la élite y el capital internacional, provocaron trastornos -sobre todo en 2002 y 2003, cuando se paralizó la producción de petróleo- que condujeron a una caída acumulada del PIB del 17,5%. Combinado con las bajas tasas de crecimiento a largo plazo, esto significó que la renta per cápita en 2003 era un 31% inferior a la de 1980.

7) Entre 1980 y 2002, alrededor del 83% de las exportaciones peruanas fueron productos básicos. Aparte de la estabilidad monetaria, los indicadores más importantes alcanzados a finales de la década de 1990, cuando Alberto Fujimori llegó al poder, fueron una tasa de subempleo del 76% en el área metropolitana de Lima y una caída del 60% de los salarios reales en comparación con 1980. La profunda decadencia del país condujo a la dimisión desmoralizada del Presidente Alberto Fujimori en 2000 y a su huida a Japón, principalmente bajo la presión de Estados Unidos. Tras esta trágica evolución, la renta per cápita en 2003 era un 15% inferior a la de 1980.

¿Qué futuro les espera a estos países? El futuro es incierto, pero sin duda depende del restablecimiento de la soberanía nacional. La crisis social ha alcanzado proporciones sin precedentes. La clase media alta y la élite disfrutan de los placeres de las importaciones y los viajes internacionales baratos, pero no se dan cuenta de que la consecuencia del desempleo es el aumento de la delincuencia y el crimen. Los conservadores utilizan viejos y nuevos métodos para luchar contra la delincuencia, como la construcción de nuevas cárceles, el aumento del número de policías y el endurecimiento de las penas.

Las recientes victorias de la oposición progresista en varios países sudamericanos han traído más esperanzas, pero también muchas decepciones. Chávez intentó aplicar su programa nacionalista y de justicia social en Venezuela, pero se encontró con una fuerte resistencia por parte de la élite y de Estados Unidos, que incluso desembocó en un golpe de Estado. Néstor Kirchner tuvo el valor de enfrentarse a los acreedores externos (e internos) en medio del caos financiero en Argentina. En Brasil, Lula llegó al poder con un programa de izquierdas, pero aplicó políticas contradictorias: internamente, se adhirió a la ortodoxia neoliberal, mientras que externamente intentó aplicar políticas independientes e incluso se opuso a los intereses estadounidenses. Tabaré Vázquez, elegido Presidente de Uruguay en 2004, declaró que sus políticas económicas seguirían un modelo neoliberal, a pesar de su formación y compromisos políticos de izquierdas.

En México, las encuestas para las elecciones de 2006 pronosticaban una victoria del candidato de la oposición (PRD), pero ¿qué podía hacer un gobierno progresista ante la “fusión” real de la economía del país con la de Estados Unidos? En el pasado reciente, también hemos visto a otros líderes progresistas de Sudamérica comportarse de forma ambigua: conservadores en economía, apoyando el neoliberalismo, y heterodoxos en política, al menos en cuestiones que no están en oposición directa y abierta al sistema financiero internacional, como la lucha contra el hambre, los derechos civiles y la protección del medio ambiente, que nunca están en la agenda del banco central.

Revisor de hechos: Mox

Recursos

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Véase También

Inversión extranjera directa en América Latina
Empresas de América Latina
Economía de América del Sur
Economía de Argentina
Economía de Brasil
Economía de Bolivia
Economía de Chile
Economía de Colombia
Economía de Panamá
Economía de Ecuador
Economía de México
Economía de Paraguay
Economía del Perú
Economía del Uruguay
Economía de Venezuela

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5 comentarios en «Economía de América Latina»

  1. Industria: Argentina, Brasil y México representan el 80% de la industria manufacturera de la región latinoamericana. Brasil tiene el tercer mayor sector manufacturero de América. Con un 28,5% del PIB, las industrias de Brasil van desde automóviles, acero y productos petroquímicos hasta computadoras, aviones (Embraer), productos alimenticios, productos farmacéuticos, calzado, metalurgia y bienes de consumo duraderos. En la industria alimentaria, Brasil fue el segundo mayor exportador mundial de alimentos procesados en 2019. En 2016, el país fue el 2º mayor productor mundial de celulosa y el 8º de papel. En la industria del calzado, Brasil fue el 4º mayor productor mundial en 2019. En 2019, el país fue el 8º mayor productor de vehículos y el 9º mayor productor de acero del mundo. En 2018, la industria química brasileña ocupó el 8º puesto mundial; en la industria textil, aunque Brasil fue uno de los 5 mayores productores mundiales en 2013, está muy poco integrado en el comercio mundial.

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  2. Petróleo y gas: En producción de petróleo, Brasil fue el 10º productor mundial de petróleo en 2019, con 2,8 millones de barriles/día. México fue 12º con 2,1 millones de barriles/día, Venezuela fue 21º con 877 mil barriles/día, Colombia 22º con 886 mil barriles/día, Ecuador 28º con 531 mil barriles/día y Argentina 29º con 507 mil barriles/día. Como Venezuela y Ecuador consumen poco petróleo y exportan la mayor parte de su producción, son miembros de la OPEP. Venezuela vio una fuerte caída en su producción después de 2015 (cuando produjo 2,5 millones de barriles/día), cayendo en 2016 a 2,2 millones, en 2017 a 2 millones, en 2018 a 1,4 millones y en 2019 a 877 mil, debido a la falta de inversión.

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  3. Organizaciones internacionales: Las principales organizaciones económicas son los siguientes:

    NAFTA, que reúne a Canadá, Estados Unidos y México;
    Mercosur: integrado por Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela (desde 2012);
    el Pacto Andino.

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