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Jürgen Habermas

La democracia, para Habermas, es un sistema en el que la comunicación no forzada triunfa sobre el poder desnudo, en el que el argumento racional entre ciudadanos iguales constituye la base de la legitimidad política. Cuando nos dirigimos a otro ser humano a través del lenguaje, argumenta Habermas, asumimos la posibilidad de una inteligibilidad mutua y una persuasión racional. Reconoce que la mayor parte de la comunicación está lejos de este ideal. La herencia judeocristiana de Occidente no fue una fase pasajera en el surgimiento del pensamiento y la política modernos, argumenta Habermas, sino que contribuyó -y tal vez siga contribuyendo- a su núcleo esencial. Habermas reconstruye las interacciones de la fe cristiana y el conocimiento mundano como un proceso no de conflicto, sino de aprendizaje y traducción mutuos. Para Habermas, las constituciones modernas crean el marco institucional para una esfera pública participativa, el corazón de la vida democrática. Los ciudadanos sólo están vinculados por la fuerza del mejor argumento y pueden llegar a un acuerdo por encima de las divisiones culturales. Persiste una tensión entre los ideales políticos de Habermas y su marco histórico. El origen europeo de su historia choca con su intención universal.