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La historia de la peste demuestra que las pandemias graves pueden afectar profundamente a las economías, y que sus consecuencias pueden ser persistentes y sentirse durante siglos. Sin embargo, dado que estas consecuencias dependen en gran medida de las tasas de mortalidad (el porcentaje de la población total que muere), debemos tener cuidado al establecer comparaciones con algunas pandemias. A pesar de sus devastadores efectos inmediatos, la Peste Negra del siglo XIV tuvo consecuencias mayoritariamente positivas a largo plazo, por ejemplo, al reducir la desigualdad, pero esto no ocurrió con las plagas posteriores, y no hay razón para creer que Covid-19 pueda reducir la desigualdad (más bien lo contrario). Como las consecuencias de las pandemias son potencialmente profundas y persistentes y no pueden predecirse con seguridad, las soluciones colectivas a la crisis y las políticas que tienen como objetivo la solidaridad, tanto dentro de los países -por ejemplo, entre regiones- como a nivel internacional, constituyen la opción racional para los gobiernos con aversión al riesgo, y son muy aconsejables.