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Santo Oficio

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Santo oficio

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Tribunal del Santo Oficio como Organismo eclesiástico

Organismo eclesiástico creado a instancias de los Reyes Católicos (s. XV) para investigar los supuestos errores y desviaciones de la fe, y castigarlos, en caso de producirse, públicamente.

El santo oficio en relación con la Teología

Para información sobre precedentes y consecuencias generales, véase la entrada relacionada con la inquisición en esta y en la enciclopedia española. Alarmado por la difusión del protestantismo y por su penetración en Italia, en 1542 el papa Pablo III hizo caso a reformadores como el cardenal Juan Pedro Carafa y estableció en Roma la Congregación de la Inquisición, conocida también como la Inquisición romana y el Santo Oficio. Seis cardenales, incluido Carafa, constituyeron la comisión original, cuyos poderes se ampliaron a toda la Iglesia.Entre las Líneas En realidad, el Santo Oficio era una institución nueva vinculada a la Inquisición medieval solo por vagos precedentes. Más libre del control episcopal que su predecesora, concibió también su función de forma diferente. Mientras la Inquisición medieval se había centrado en las herejías que ocasionaban desórdenes públicos, el Santo Oficio se preocupó de la ortodoxia de índole más académica y, sobre todo, la que aparecía en los escritos de teólogos y eclesiásticos destacados.

Durante los 12 primeros años, las actividades de la Inquisición romana fueron modestas hasta cierto punto, reducidas a Italia casi por completo. Cuando Carafa se convirtió en el papa Pablo IV en 1555 emprendió una persecución activa de sospechosos, incluidos obispos y cardenales (como el prelado inglés Reginald Pole). Encargó a la Congregación que elaborara una lista de libros que atentaban contra la fe o la moral, y aprobó y publicó el primer êndice de Libros Prohibidos en 1559. Aunque papas posteriores atemperaron el celo de la Inquisición romana, comenzaron a considerarla como el instrumento consuetudinario del Gobierno papal para regular el orden en la Iglesia y la ortodoxia doctrinal; por ejemplo, procesó y condenó a Galileo en 1633.Entre las Líneas En 1965 el papa Pablo VI, respondiendo a numerosas quejas, reorganizó el Santo Oficio y le puso el nuevo nombre de Congregación para la Doctrina de la Fe.[1]

LA INQUISICIÓN MEDIEVAL O APOSTÓLICA

Según la Enciclopedia Espasa:

Aunque inicialmente los tribunales inquisitoriales se constituyeron para la erradicación de la herejía cátara o albigense, paulatinamente se fueron fijando y ampliando las causas a la vez que se afianzaba y extendía la burocracia inquisitorial.

La constitución de los tribunales inquisitoriales

Las primeras disposiciones para la constitución de un tribunal fueron decretadas por el papa Gregorio IX en 1230, quien designó al dominico Robert de Brouge como inquisidor de los territorios franceses meridionales. Un año después, Conrado de Magdeburgo fue escogido como inquisidor para los territorios alemanes.

Aviso

No obstante, la sustitución de los obispos en la función inquisitorial no se estableció instantáneamente. Aún en 1232 el papa Inocencio IV daba la potestad al arzobispo de Tarragona para perseguir a los cátaros en su huida hacia la Corona de Aragón. Con el nombramiento como inquisidor del prior provincial de los dominicos en Toulouse, en el mismo año 1232, se fijó el relevo de los obispos en la función inquisitorial por miembros de las órdenes apostólicas.Entre las Líneas En 1238 un decreto papal reconocía la potestad de los franciscanos de Navarra para perseguir la herejía en cualquier diócesis de la cristiandad, y en 1249 la bula Inter Alia emplazaba al prior provincial de los dominicos en la península Ibérica, Raimundo de Peñafort, para que constituyese un tribunal inquisitorial en la Corona de Aragón. La Inquisición no fue activa en toda Europa. Nunca llegaron a constituirse tribunales de la Inquisición medieval o apostólica en zonas como el Reino Unido, Escandinavia o Castilla.

El procedimiento inquisitorial

Para más información sobre el procedimiento inquisitorial, véase aquí.

La Inquisición en el Mundo

Según la Enciclopedia Espasa:

La constitución de la Inquisición moderna en la monarquía hispánica tuvo su proyección en los territorios de ultramar. Durante los reinados de Felipe II (1556-1598) y Felipe III (1598-1621) se empezaron a constituir los primeros tribunales en América.Entre las Líneas En 1568 se estableció el de Perú, con sede en Lima; en 1569, el del Virreinato de Nueva España, y en 1610, el de Cartagena de Indias. Aunque con la independencia americana desapareció, cabe señalar que las Cortes de Cádiz de 1812 ya la habían abolido, aunque fue restablecida por Fernando VII en 1814.

En 1530 la monarquía portuguesa creó su propia institución inquisitorial, abolida en 1821, y en 1542 el papa constituyó un tribunal inquisitorial específico en los Estados Pontificios, vigente hasta la actualidad, si bien ha modificado tanto su naturaleza como su denominación en la Congregación para la doctrina de la fe.

La Inquisición en Portugal

Como pequeños animales nocturnos que emergieran de sus madrigueras, unas figuras susurrantes cubiertas con grandes capas se dirigían a los muelles del río Tajo llevando solo lo necesario para la travesía de dos semanas hasta Amberes: un puchero, un colchón, pan de galleta, un poco de aceite y un baúl de ropa. El miembro más fiable de la familia, no siempre el padre, tenía a mano la bolsa de monedas de oro, que albergaba muchos más ducados de los que habrían necesitado si no hubieran sido cristianos nuevos.Si, Pero: Pero aquellas eran gentes llamadas Gomes, Dias, Lopes, gentes que sabían que en otro tiempo habían sido Cohen, Leví, Benveniste, y tenían que estar fuera de Portugal antes de quedar atrapados en las voraces fauces de la Inquisición.

Para muchos de ellos, aquel no era el principio de su huida del terror. Algunos habían llegado a Lisboa desde la España profunda, cruzando los montes de la frontera. Habían oído hablar de grandes mercaderes, conversos a la fuerza como ellos, que se habían hecho ricos con el negocio de la pimienta y que, como Moisés, habían abierto una senda en medio de las aguas del mar. Dios mediante, ellos no tendrían que vagar durante cuarenta años, aunque mientras cargaban sus carros les rondaba la cabeza la idea de que aquel viaje, por tierra y por mar, iba a ser duro y largo. Y no se equivocaban.

Aunque el Santo Oficio no obtuvo por fin permiso para iniciar sus pesquisas en Portugal hasta 1536, desde hacía cinco años que se esperaba su llegada.Entre las Líneas En previsión a esa medida, los que iban a devenir sus principales sospechosos, los conversos a la fuerza de 1497, empezaron a dar los pasos necesarios. Los cristianos nuevos portugueses, que gracias a su conversión se habían librado de la acción inmediata de la Inquisición contra ellos, no lograron quitarse de encima las escenas de terror en las que podían verse atrapados, e imaginaban la reaparición del Santo Oficio en forma de un monstruo diabólico. El más elocuente de todos estos emigrantes, Samuel Usque, dejó salir el Daniel que albergaba cuando, al hablar de la Inquisición, la comparaba con una serpiente de grandes colmillos: «Su cuerpo es de áspero hierro con mortífero veneno amasado, cubierto de una durísima concha de bastas escamas de acero fabricada […] mil alas de penas negras y ponzoñosas [la] levantan del suelo y mil pies dañinos y destructores [la] mueven».[1] ¿Hacia dónde huir corriendo, ahora que el rey de Portugal les había cortado el paso y había ilegalizado la emigración de aquellos cristianos que él seguía llamando «judíos»? Estrujar las manos y rezar pidiendo por alcanzar la Tierra Prometida iba a servir de bien poco. Lo que se necesitaba era un lugar seguro de verdad, en el que por la noche se pudieran apagar las velas de un soplido sin temor de que una férrea mano cayera sobre los cuerpos de sus hijos mientras dormían. ¿Venecia? La Inquisición también llegaría hasta allí. Ferrara, un poco más al sur, donde el duque de Este había dado cierto respiro a la persecución, era una posibilidad. Allí se imprimían muchos libros hebreos. Desde Ferrara no había mucha distancia a vuelo de pájaro hasta Pésaro y Ancona.Si, Pero: Pero la seguridad los obligaba a tomar la ruta menos evidente, menos vigilada, a través de las montañas en dirección al Adriático. Paso a paso, poco a poco, mirando siempre hacia atrás con disimulo, podrían abrirse camino hasta encontrar la protección del sultán en Oriente. Los rumores de que el turco efectivamente acogía a los judíos con los brazos abiertos quizá fueran ciertos.

▷ En este Día: 18 Abril de 1857: El Juicio del Siglo
Nace el abogado defensor, orador, polemista y escritor estadounidense Clarence Darrow, entre cuyas destacadas comparecencias ante los tribunales figura el juicio Scopes, en el que defendió a un profesor de secundaria de Tennessee que había infringido una ley estatal al presentar la teoría darwiniana de la evolución.

Estaban desesperados, pero no solos.Entre las Líneas En Lisboa y Amberes un consorcio de mercaderes de pimienta y especias, que eran los más ricos entre los cristianos nuevos portugueses, había contribuido a crear un fondo de ahorros para ayudarlos a huir. La solidaridad entre los judíos, de los ricos para con los pobres, de los que se encuentran a salvo para con los que no gozan de seguridad, es hoy en día un tópico de su historia; pero aquella era la primera vez que existía un sistema organizado y lo habían creado precisamente los que no podían llamarse judíos a las claras, sino que iban a la iglesia, se santiguaban y se ponían de rodillas para comulgar y recibir el cuerpo y la sangre de Cristo. Se rumoreaba que esa caja de resistencia estaba tan llena que el propio emperador Carlos estaba ansioso por echarle mano, si es que lograba demostrar que existía. Si podía desenmascarar a aquellos a los que llamaba «falsos cristianos», las monedas caerían en sus garras.Si, Pero: Pero el dinero contante y sonante era lo que menos importaba. Los príncipes del comercio de la pimienta que formaban ese comité de salvamento habían convertido su red de inteligencia comercial en una vía de escape entre continentes: una cadena de navíos, transbordadores fluviales, alojamientos, carretas y conductores y jinetes que se extendía desde la costa atlántica de Portugal hasta los puertos ingleses, y que a través del canal de la Mancha llegaba a Flandes, para después, recorriendo Francia y Renania, y atravesando los pasos alpinos, llegar al valle del Po.

Luego, si lograban esquivar los puestos de guardia colocados expresamente en Lombardía con el fin de localizarlos, detenerlos y lidiar violentamente con ellos, quizá lograran alcanzar la seguridad de Ferrara. Puede que algunos se detuvieran allí; otros continuarían la marcha a través de los Apeninos hasta Pésaro y Ancona, y luego, cruzando el Adriático hasta Ragusa (la actual Dubrovnik), llegarían por último al reino de Solimán el Magnífico, donde por fin serían libres de hacer todo aquello que se habían visto obligados a negarse a sí mismos en Portugal. Las mujeres se zambullirían en los baños rituales y los hombres se circuncidarían. Se reunirían para rezar, se devanarían los sesos para encontrar las frases y las melodías medio olvidadas; resonaría el canto de la lectura de la Torá, e incluso en medio de tanta devoción —Dios los perdone— se relamerían de gusto ante la perspectiva del cocido del sábado. Se permitirían el lujo de sentirse, provisionalmente, en su hogar.

De camino a su destino turco, todos ellos se encontrarían en manos de los llamados «conductores», contratados por sus benefactores de Amberes. Confiaban a aquellos hombres sus bolsas, a sus abuelos encorvados y a sus niños de pecho. ¿Qué otra cosa podían hacer? En cualquier caso, desde luego, nunca tenían la menor garantía de seguridad. Incluso ya en los embarcaderos del Tajo algunos eran traicionados y llevados a la fuerza. Para esquivar a los corchetes apostados en los muelles, muchos fugitivos se metían, con sus pertenencias, en pequeñas barcas amarradas río arriba, y se trasladaban remando con el mayor sigilo posible hasta los barcos que se dirigían a Flandes, atracados en la desembocadura del río. Si el capitán del barco tenía pocos escrúpulos, quizá los extorsionara para sacarles una cantidad de dinero mayor a la acordada, por desorbitada que fuera, y les robara las perlas que atesoraban para cambiarlas por monedas en Londres o en Amberes.Entre las Líneas En las décadas de 1530 y 1540 la piratería a bordo conocería una gran prosperidad.

Samuel Usque los veía salir de aquellos barquitos en Amberes, con los rostros desencajados a causa del mareo y del miedo, a menudo expoliados y privados de la bolsa. Los benefactores les proporcionarían entonces alojamiento y un fondo de subsistencia, y convertirían todo aquello que hubiera logrado sobrevivir a la depredación sufrida a bordo —algún collar bien escondido, algún amuleto de plata— en letras de cambio que pudieran ser liquidadas en Ferrara o en Venecia. Se haría saber a los viajeros dónde podrían encontrar sinagogas clandestinas, pero se les advertía en los términos más estrictos que no llamaran nunca la atención, sobre todo con un comportamiento pendenciero o con discusiones ruidosas. Casi nunca ha podido decirse que los judíos, bautizados o no, sean las personas más discretas del mundo. De este modo, sus guardianes provisionales de Flandes los avisaban de que evitaran la más mínima muestra de ostentación: el sábado estaba prohibido sacar del cofre pendientes, encajes finos o brocados. Sobre todo no el sábado. Semejante descuido atraería a los ladrones, y los ladrones hablarían con la policía. Ya conocían a los corchetes.Entre las Líneas En Flandes no había Inquisición, y los hombres del margrave o el burgomaestre local hacían la vista gorda con las cosas de los «portugueses», pues sin ellos Amberes no sería más que un puerto flamenco como cualquier otro.Si, Pero: Pero la regente, la hermana de Carlos V, estaba ansiosa por husmear y descubrir herejías, y por sacar dinero a los judíos. Para ella y para su hermano, eso eran los cristianos nuevos: judíos antes, judíos ahora, y judíos hasta que fueran quemados en la hoguera y el viento se llevara la ceniza de sus huesos.

Una vez que los emigrantes se hallaban en condiciones de proseguir la marcha, montaban en grupos de veinte o más en carretas cubiertas o en carrozas rudimentarias, pagadas de antemano por sus benefactores. Llevarían encima un regimento u hoja de instrucciones acerca de las rutas que debían seguir, sobre con quién contactar en las etapas sucesivas de su viaje o sobre dónde podían detenerse a pasar la noche con seguridad. Se ha conservado una de esas hojas de instrucciones (gracias a la Inquisición, que se apoderó de ella y que, sin duda después de eliminar la red, la guardó como prueba en sus archivos). Sabemos así que los viajeros procedentes de Amberes continuaban su camino hacia el sur hasta Colonia, donde debían buscar «la posada de los Vier Escara».[2] Allí debían ponerse en contacto con el conductor, Pero Tonelero. Su misión era llevarlos en barcos de alquiler Rin arriba hasta Maguncia (Basilea era otro lugar de paso muy utilizado). Dormirían a bordo de los barcos para ahorrar dinero y limitar las posibilidades de exponerse a la vista de la gente y de ser arrestados. Una vez más, se les exhortaba a no levantar la voz (lo que indica con cuánta frecuencia era desatendido el consejo), aunque después de estar encerrados juntos tanto tiempo a lo largo de unas distancias tan considerables habría resultado muy difícil evitar los arrebatos de mal genio. «Dadas las circunstancias debéis comportaros como gentes respetables, evitando todo tipo de reyertas y disputas que puedan producirse.» En Maguncia, en la «posada con el cartel del Pez», otro conductor los ayudaría a conseguir las carretas que necesitarían para la ruta que debían tomar hacia el sudeste, subiendo y bajando montañas y bordeando los lagos suizos. Pasadas Maguncia o Basilea, donde la región de los lagos se elevaba y daba paso a sucesivas colinas, divisarían, más allá de los prados y de las aguas interminables, las imponentes cumbres de los Alpes, que lanzaban amenazadores destellos de luz. Una vez más serían puestos en manos de muleros y tratantes de caballos que conocían lo que se denominaba el “caminho difícil”. Cuantos pudieran aplazarían el cruce de los pasos de montaña hasta el verano; en la cima de los montes, sin embargo, siempre hacía una temperatura invernal. Los caminos quedaban reducidos a senderos, y las subidas y bajadas eran tan empinadas que los fugitivos tenían que bajar de sus vehículos y caminar, desollándose las manos al agarrarse a la pared de piedra y valerse de las recias matas que crecían en ella para subir a pulso. Estas caminatas y escaladas se veían salpicadas por continuos descensos para recoger los sacos y los fardos que se caían de las carretas. Usque, que en efecto experimentó en persona lo que suponía cruzar los pasos alpinos, escribió: «Asaz de ellos murieron por esos Alpes con extrema miseria y desamparo. Muchos dejaron viudas a sus mujeres a punto de parir, a las cuales, teniendo que dar a luz en aquellos caminos fríos y destemplados, vieras padecer un nuevo modo de desaventura».

▷ Lo último (2024)
Lo último publicado esta semana de abril de 2024:

Una vez en el valle del Po, los aguardaban otra serie de pruebas de gran dureza, esta vez causadas por los humanos y por lo tanto más terribles todavía. Obsesionado con la fuga de los representantes de «la perfidia judía» al bando de los turcos, Carlos V había establecido un departamento de «asuntos marranos» en Amberes provisto de poderes excepcionales para detener, encarcelar e interrogar a los sospechosos, lo que en la práctica significaba invariablemente tortura y expoliación. (Tal vez sea de interés más investigación sobre el concepto). Su director era Cornelius Scepperus (Cornelis de Schepper), pero su agente más entusiasta se llamaba Johannes Vuysting, quien estableció puestos de control en los caminos hacia Milán y Pavía (ambas ciudades pertenecientes al ducado de Milán, propiedad de los Habsburgo) que venían de los pasos alpinos. Los viajeros eran echados a rastras de sus carretas, llamados «perros judíos», golpeados, encarcelados y torturados para que revelaran la identidad de los conductores y de los fugitivos, así como la de sus contactos en Amberes y Lisboa, y las familias eran despojadas de todas sus propiedades. Los conductores, los contactos y los escoltas que eran hallados culpables de facilitar la fuga eran condenados a muerte. [rtbs name=”muerte”] [rtbs name=”pena-de-muerte”] [rtbs name=”pena-capital”] [rtbs name=”muerte”] Sacar una cruz o una imagen de la Virgen de la carreta no engañaba a nadie. Vuysting actuaba como un delincuente autorizado, extorsionando todo el dinero que podía a los aterrorizados criptojudíos (de quienes siempre se decía que estaban cargados de tesoros ocultos, por más que aseguraran ser pobres). Los malos tratos solían acelerar bastante las cosas, sobre todo cuando el objeto de ellos eran los ancianos o los más jóvenes; entonces, como por arte de magia, se materializaba alguna bolsita llena de piedras preciosas. La codicia de Vuysting acabaría con él, pero su rapacidad no era más que una muestra de la avidez que caracterizaba a toda la cadena de mando, desde los comandantes de los pasos fronterizos hasta el mismísimo emperador.

El hecho de que conozcamos todos estos detalles por los archivos de la Inquisición indica que muchos fugitivos no lograron llegar a Ferrara o al Adriático. El milagro obrado por los Socorredores de Amberes fue que muchos consiguieran sobrevivir y continuar el viaje hasta los barcos anclados en el Adriático.Entre las Líneas En medio de infinitas privaciones y de momentos de terror, los viajeros debieron de invocar la bendición que les diera al salir de Amberes el más poderoso y el más rico de los organizadores de su vía de escape, el mayor de los señores de la pimienta, Diego [Diogo] Mendes, que en otro tiempo se había llamado Benveniste: «La bendición que otrora diera Abraham a Isaac e Isaac a Jacob te doy yo a ti […] quiera Dios que volvamos a vernos en la Tierra Prometida».[4]

LAS HERMANAS

Durante los días de la canícula de 1537, una carabela de dos palos realizó una laboriosísima travesía rumbo al norte surcando el Atlántico desde Portugal hasta Bristol.Entre las Líneas En vez de bordear las costas de Francia, la nave viró hacia el oeste y se adentró en las aguas bravías del océano, lo que sin duda ralentizó su marcha. Los informes acerca de la libertad concedida por el rey de Francia a los piratas hacían que el cambio de rumbo fuera prudente, entre otras cosas porque a bordo de la embarcación iban dos hermanas que estaban consideradas unas de las mujeres más ricas de Europa. Las dos eran jóvenes y, por lo que se sabía, cristianas nuevas de buena familia. La mayor, Beatriz de Luna, se había casado a los dieciocho años (y había enviudado a los veinticuatro) con el rey de las especias, Francisco Mendes, de la casa de los Affaitati y los Mendes. Francisco doblaba o más la edad a su esposa, y era dueño de bancos, naves, almacenes, hombres y millones.

Desde uno y otro extremo de su negocio —Lisboa y Amberes—, su casa podía hacer y deshacer fortunas extraordinarias, conceder gracias fiscales o regatear con firmeza la concesión de préstamos a los tesoros principescos, aquejados de agotamiento crónico. De ese modo, como a menudo se jactaban, los Affaitati y los Mendes podían resultar la diferencia entre la paz y la guerra, la victoria y la derrota. La firma atesoraba plata y perlas, ónice y rubíes, granos de pimienta y canela en rama, dinero en metálico y letras de cambio. Sus imponentes almacenes, que se levantaban en los muelles del Tajo y del Escalda, estaban atestados de las bolas y los fardos que componían su aromático inventario. Los barcos surcaban los océanos del mundo de arriba abajo por encargo suyo, aunque las licencias bajo las que navegaban fueran oficialmente reales. Esta carabela en concreto, que conducía a aquellas mujeres hacia el norte, había sido fletada en Amberes por Diego Mendes, cuñado por partida doble, pues no solo era hermano de Francisco, el difunto marido de Beatriz, sino que además tenía la intención de casarse con la hermana menor de esta, Brianda. Para la casa, la endogamia, el sistema del llamado «matrimonio de mercado», significaba seguridad.Entre las Líneas En aquel tipo de dinastías convenía que pérdidas, oportunidades, bienes y capitales se quedaran dentro de la familia.

No podía uno ir con demasiado cuidado, no cuando se era marrano. Siempre se levantaban sospechas potencialmente letales, aunque Francisco Mendes y Beatriz de Luna se habían casado notoriamente al estilo católico ante el altar mayor de la catedral de Lisboa. No importaba que luego hubieran hecho gran ostentación al asistir a misa, o que su hija, llamada Brianda, como su tía, hubiera sido bautizada con todo rigor.

Informaciones

Los dominicos y los que les hacían caso —marineros, estibadores, vendedores de pasteles e indulgencias, el propio rey— seguían llamándolos a todos «judíos» y «marranos». Sea como fuere, a puerta cerrada, lejos de los grandes festejos públicos, se habría leído en voz alta y ante testigos un contrato nupcial o ketubá, escrito en arameo, como dictaban la tradición y la halajá, el conjunto de normas religiosas, el lector amortiguando discretamente su voz mientras enumeraba a toda prisa las numerosas cláusulas del contrato matrimonial.

Basado en la experiencia de varios autores, mis opiniones y recomendaciones se expresarán a continuación:

Para los que no dejaban de hacer preguntas, había excusas perfectamente inocentes para viajar a Flandes (consulte más sobre estos temas en la presente plataforma online de ciencias sociales y humanidades). Beatriz y Brianda iban acompañadas de sus sobrinos Juan [João] y Bernardo Micas, hijos de Samuel Micas, médico del difunto rey Manuel y catedrático primero de «filosofía moral» (lo que significaba teología cristiana) y luego de medicina de la Universidad de Lisboa. Con esos antecedentes impecables era harto plausible que los jóvenes se dirigieran a iniciar sus estudios en la Universidad Católica de Lovaina. Era también del todo natural que el cuñado de las hermanas, Gonçalo, fuera a Amberes para reunirse con su hermano y socio, Diego, el jefe de operaciones establecido en el puerto flamenco.Entre las Líneas En 1512 la casa Mendes había abierto su primera delegación y su primer almacén en esta ciudad. Francisco, el mayor de los hermanos, había enviado allí a Diego a dirigir el negocio de la pimienta y las especias, y había entrado provisionalmente en sociedad con un cremonés llamado Giancarlo Affaitati. Al cabo de poco tiempo, otros cristianos nuevos habían seguido los pasos de Diego en Flandes. Manuel Serrão, Gabriel Negro y muchos otros pasaron a formar parte del sindicato y se enriquecieron en poco tiempo. Las rutas de las carabelas portuguesas habían abaratado en gran medida los precios de las mercancías que hacían la ruta terrestre a través de Asia y luego por barco hasta Venecia. Los preciosos bienes eran descargados en Lisboa, pero allí mismo eran embarcados de nuevo con destino a Amberes para ser exportadas de nuevo al mundo entero, que de repente estaba ansioso por gozar de ellas.

¿Quién sabe por qué se producen las alteraciones del gusto que se convierten en hábitos, por qué en los consumidores burgueses, patricios y aristocráticos —que durante siglos habían estado acostumbrados al sabor corrompido de la carne medio podrida y a la sequedad del pan y las pastas rancias— se efectuó de repente el cambio que supuso dejar de considerar las especias exóticas un lujo culinario y hacer de ellas una necesidad indispensable? Las especias asiáticas, entre ellas la pimienta y el clavo, habían estado presentes en la dieta europea (y también en la de Oriente Próximo) durante siglos, a menudo, como la canela de Sri Lanka, comercializadas por los judíos.Si, Pero: Pero el largo tiempo que requería transportar la mercancía desde sus fuentes originarias hasta el mercado local —cruzando el océano Índico y el golfo Pérsico, para continuar por las rutas terrestres que llegaban al norte cruzando el Mediterráneo— hacía de ellas un producto carísimo, casi prohibitivo para todo el mundo excepto para la aristocracia, y las más volátiles, como la canela, eran difíciles de conservar en condiciones óptimas.Si, Pero: Pero una vez que la pimienta entró en la dieta habitual de la clase media no hubo vuelta atrás, y nadie quiso seguir comiendo platos que no estuvieran debidamente aderezados con esa especia. La gastronomía experimentó su propio renacimiento.

Los dulces, las golosinas y el pan de azúcar (pues los marranos se dedicaban también a la importación de las cosechas de las primeras plantaciones de caña establecidas en las islas del Atlántico, São Tomé, Madeira y las Azores) se convirtieron en un elemento habitual de la dieta. Pasteles y tartas, hogazas y púdines, todo se transformaría con la adición de una pizca de azúcar o de especias. Los melindres, los ponches, las natillas y los bizcochos… todo había que espolvorearlo con especias; tan apetitoso resultaba esparcir unos cuantos granos y pellas bien pulverizadas sobre la comida. Oriente se encontró con Occidente cuando los granos de comino o los clavos de olor empezaron a tachonar la masa sosa, dura y dorada del queso y la convirtieron en una delicia perfumada. Había que echar una pizca de nuez moscada hasta en un simple plato de habichuelas (como sigue haciéndose en Amberes y en Ámsterdam, donde las judías verdes del tipo que sean se denominan sperziebonen); la tortura del dolor de muelas se aliviaba de inmediato con una gota o dos de aceite de clavo.

Todos estos productos fueron introducidos en los paladares europeos por Giancarlo Affaitati y Diego Mendes, junto con otros cuantos socios con los que se sindicaron en algunas empresas específicas.Entre las Líneas En Amberes esta comunidad era llamada, como si de un nombre en clave se tratase, la «nación portuguesa». Los mercaderes que la integraban se hicieron tan ricos y su fortuna creció con tanta rapidez que en Lisboa y Amberes se reservaron calles enteras para instalar sus almacenes y sus residencias (a veces en un mismo edificio), invariablemente provistas de grandiosas fachadas de piedra. Disponían de un espacio destacado en la Bourse, el palacio de reciente construcción ricamente adornado con columnas y que albergaba la primera Bolsa del mundo. Esta abrió en 1531 con el fin de allegar capital para las empresas comerciales y comerciar en bonos, pagarés, futuros y letras de cambio. El grandioso barrio de Kipdorp —el emplazamiento de aquel reino comercial— era llamado el barrio «portugués». La casa de Diego Mendes era un palacio urbano acompañado de una serie de jardines simétricos, una corte comercial integrada por una familia de sesenta miembros, entre primos y tías, escribientes y secretarios, criados y cocineros (en su mayoría portugueses), que trabajaban con afán a todas horas en su interior. Imaginémonos sus cuadros y sus mapas, sus pavimentos de mármol, sus armarios de madera de sándalo, sus techos de artesonado, sus tapices en las paredes y sus alfombras turcas, o sus cortinajes de damasco y de brocado.

Los cristianos nuevos de Amberes, que habían creado este comercio, el primero verdaderamente global, ocupaban el centro de un perfecto bucle de retroalimentación comercial. Como los Fúcares (la familia Fugger) de Augsburgo, los Mendes había empezado tratando con la plata y el cobre del Tirol, aunque estaban establecidos muy lejos de la región en la que se encontraban las minas. Pero, a diferencia de los alemanes, disponían también de una red de proveedores asiáticos. Algunas cartas conservadas en el depósito medieval de la Genizá del Cairo muestran la imagen de que los judíos se encontraban bien asentados en la costa de Coromandel, en la India, al menos desde el siglo XII, con amplias ramificaciones en el interior del país.

Durante los siglos de la Edad Media, las rutas comerciales se extendían por el océano Índico hasta el golfo Pérsico, y luego continuaban por tierra hasta Egipto y el Mediterráneo.Si, Pero: Pero una vez que hicieron su aparición las flotas portuguesas el entramado mercantil se volvió global, y la comunidad más dispersa a lo largo y ancho del globo, pero también la más fuerte desde el punto de vista cultural, se encontraba en la mejor situación para sacar la mayor ventaja de esa coyuntura. Una vez más, para los judíos y sus descendientes conversos la desgracia de la dispersión se convirtió en una excelente oportunidad comercial. La familia Mendes en particular estaba muy bien posicionada para hacer un gran negocio de aquellos sectores en los que las finanzas se unían con el comercio. La empresa familiar estaba bien provista del capital necesario para crear flotas estacionales: la plata y el cobre en bruto, que era lo único que los mercaderes indios querían a cambio de sus especias. Cuando la pimienta de Malabar se descargaba en Lisboa, se volvía oficialmente propiedad del monopolio real, pero ¿de qué servía eso cuando se necesitaban con urgencia compradores y la corona de Portugal no había entrado en el negocio del comercio? Un imperio marítimo no salía barato, en especial si se necesitaban fuertes y almacenes para proteger sus avanzadillas en una región duramente acosada y llena de belicosos rajás hindúes y príncipes musulmanes, y la corona se veía asediada de manera crónica por la carencia de fondos.Si, Pero: Pero ahí estaban los Affaitati y los Mendes para quitarle de encima el cargamento y quedárselo ellos. A veces le ofrecían un anticipo; otras, la corona tenía que esperar a que se efectuaran las ventas en Amberes antes de recibir su parte de la factura. De un modo u otro, las ganancias provenientes del comercio de la pimienta y las especias llegaron a constituir una cuarta parte de las rentas de la corona de Portugal.Si, Pero: Pero la firma comercial que manejaba la mercancía dictaba las condiciones del trato, pagando bajos precios, trasladando el grueso de esta a Flandes, vendiendo a precios altísimos y embolsándose la cuantiosa diferencia. Puesto que otra ventaja de tratar directamente con la corona era la concesión de un monopolio, el sindicato podía manipular los precios reteniendo la mercancía y no haciéndola llegar al mercado internacional. Los beneficios se convertían luego en el dinero en metálico necesario para emprender nuevas navegaciones, y de ese modo la flota de la fortuna seguía echándose a la mar una y otra vez, rumbo a lo que parecía un perpetuo amanecer oriental.

Vistos desde las cortes y las arcas de los reinos cristianos viejos, ese sistema constituía una bendición solo a medias.

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Las inyecciones regulares de efectivo proveniente de los préstamos que concedían los cristianos nuevos permitían pagar unos ejércitos que, como había puesto dramáticamente de manifiesto el saco de Roma, de lo contrario podían servirse ellos mismos cobrándose lo que consideraban que se les debía y cometiendo de paso actos gravísimos además de bochornosos.Si, Pero: Pero al emperador, Carlos V, siempre corto de numerario, le fastidiaba mucho tener que estar siempre desnudando a un santo para vestir a otro o, dicho de otra manera, firmar contratos con los cristianos nuevos para saldar sus cuentas con los alemanes. Una cosa iba ligada a la otra en una cadena infinita de deudas que de un modo u otro siempre remitía a esos cristianos nuevos, a sus gigantescas mansiones y almacenes, a sus barcos, a sus montones de plata, oro y perlas, y a sus despachos llenos de pagarés. El poder que ostentaban era, a juicio de los cristianos viejos, una necesidad perentoria, pero constituía al mismo tiempo una amenaza insoportable.

Atrapados en este laberinto de ambiciones y gastos, acreedores y deudores eran poderosos y, al mismo tiempo, carecían de poder, viéndose obligados en todo momento a unirse y a separarse todo lo que pudieran. La codicia obligaba a los príncipes a hacer la vista gorda con las prácticas sospechosas de los cristianos nuevos, pero los ataques de piedad y las imprecaciones de los frailes los obligaban cada tanto a volver a adoptar una postura combativa. Luego vendrían las acusaciones, las detenciones, las confiscaciones y las amenazas veladas o no tan veladas, pese a que en los Países Bajos no existía la Inquisición. (Tal vez sea de interés más investigación sobre el concepto).Si, Pero: Pero siempre había algún modo de hacer que la vida de aquellos presuntuosos plutócratas judíos se volviera tan difícil que tuvieran que soltar una nueva carretada de oro para poder dedicarse de nuevo a sus negocios como si no hubiera pasado nada. Aquello no era más que extorsión pura y dura disfrazada de celo religioso.

En Portugal, el cuñado de Carlos, Juan III, pretendió empujar toda esta situación hasta sus lógicas consecuencias. Si conseguía persuadir por fin al papa Farnesio, Paulo III (no demasiado proclive a semejante idea), de que le permitiera introducir la Inquisición en su reino, los riquísimos cristianos nuevos portugueses serían desenmascarados, se demostraría que eran herejes judaizantes y perderían por ende sus bienes y sus personas. Al mismo tiempo, Juan era del todo consciente de que se trataba de un golpe irrepetible, por lo que sufría a causa de no saber qué era lo que le convendría más, si confiscar la fortuna de los Mendes o si continuar obligándolos a ponerla perpetuamente a su servicio. Sin ellos, su erario, siempre abrumado de cargas, quedaría a merced de los alemanes y los italianos, mucho más exigentes (consulte más sobre estos temas en la presente plataforma online de ciencias sociales y humanidades). Bien mirado, quizá resultara más útil mantenerlos cerca y vigilarlos con atención. (Tal vez sea de interés más investigación sobre el concepto). De ese modo, en 1532 se promulgó un edicto real por el que se prohibía a los cristianos nuevos abandonar el reino, so pena de muerte, incluso para viajar a las Azores o a cualquiera de las islas situadas frente a las costas atlánticas de África. Cualquier cristiano que colaborara con ellos en su salida, en especial los capitanes de barco, podía ser también condenado a muerte en caso de ser descubierto.

Cinco años después, Carlos y su hermana María, antigua reina de Hungría y en aquellos momentos gobernadora de los Países Bajos, propiedad de los Habsburgo, en uno de sus periódicos bandazos entre la línea dura y la actitud más blanda a la hora de abordar la cuestión de los marranos, permitieron que se reanudara la emigración desde Portugal a Flandes.Si, Pero: Pero los líderes de la comunidad de cristianos nuevos no eran tan ingenuos como para suponer que el redescubrimiento de ese pragmatismo (definido en términos generales, se refiere a las disputas metafísicas que buscan aclarar el significado de los conceptos e hipótesis identificando sus consecuencias prácticas; las ventajas del pragmatismo en la política son que permite un comportamiento de las políticas y las afirmaciones políticas que se configura de acuerdo con las circunstancias y los objetivos prácticos, más que con los principios u objetivos ideológicos) fuese a durar mucho tiempo. Había, por tanto, que aprovechar la ocasión. (Tal vez sea de interés más investigación sobre el concepto). Era preciso que las jóvenes hermanas salieran de Lisboa antes de que el emperador o el rey cambiaran de idea o, peor aún, de que ellos mismos y su enorme fortuna cayeran en manos de la Inquisición.

▷ Noticias internacionales de hoy (abril, 2024) por nuestros amigos de la vanguardia:

La renovación del permiso de los cristianos nuevos portugueses para viajar a Amberes fue concedida solo con la condición de que ni se les pasara por la cabeza la idea de trasladarse a ellos o sus mercancías más al este, esto es, al reino enemigo de los turcos otomanos. La sola posibilidad de que llegara a ocurrir algo así sacaba de quicio a Carlos. Pero, por supuesto, ese era exactamente el destino que planeaban los hermanos Mendes cuando se dieron cuenta de que la Inquisición iba acorralándolos poco a poco. Lo único que pudieron hacer Carlos y María para calmar la ansiedad de la comunidad mercantil flamenca de religión cristiana (dedicada al comercio del paño y de otros productos a granel, sector para el que los cristianos nuevos no suponían competencia alguna) fue decir que la pérdida del imperio de la pimienta, las especias y el azúcar iba a suponer una auténtica catástrofe económica. Los reyes no podían soslayar su obligación de atender a sus deberes de cristianos, sobre todo si los mercaderes que se dedicaban al comercio de la pimienta eran herejes judíos y los dejaban sueltos. Como solía ocurrir, la espada que pendía sobre las cabezas notoriamente rígidas de estos últimos no se apartaría hasta que llegara una oferta de dinero lo bastante atractiva. Aquello era una extorsión, sí, pero se trataba de un chantaje real por la gracia de Dios.

Cada cierto tiempo los soberanos cristianos gustaban de repetir aquella situación. (Tal vez sea de interés más investigación sobre el concepto). Tal vez fuera cuando el ridículo e insolente «emisario» judío David Ha-Reuveni y el autoproclamado mesías Salomón Molkho se presentaron ante Carlos en el momento en que este se hallaba presidiendo la Dieta Imperial de Ratisbona, cuando el emperador decidió que estaba ya harto de la desvergonzada presencia de los «falsos cristianos». Se efectuó un registro en la casa de Diego Mendes, donde se encontró literatura hebrea, en concreto una obra identificada como un libro de salmos. Los cargos que se le imputaron no podían ser más graves: práctica del judaísmo en secreto; actividades de proselitismo para convencer a otros de que abandonaran el cristianismo con el fin de volver a la fe judaica; delito de «lesa majestad contra Dios y el emperador»; y monopolio comercial, actividad que de repente se había vuelto delictiva.Si, Pero: Pero la acusación más peligrosa era la de favorecer la fuga de judíos a Tesalónica, gobernada por los otomanos. Diego lo negó todo excepto el hecho de comerciar con los turcos y de prestar ayuda a los judíos que habían viajado a Venecia y a Ancona.

Obligado a combatir contra los protestantes y los turcos en dos frentes, Carlos V no estaba de humor para casuísticas.Si, Pero: Pero si las protestas de inocencia de Diego no surtieron mucho efecto, las alarmas que empezaron a sonar en Portugal, el reino de su cuñado, indujeron a Carlos a pensarse mejor las cosas. Diego había sido detenido antes de que los cargamentos de especias de aquel año se hubieran vendido en Amberes, y por lo tanto antes también de que la corona portuguesa, que vivía al día, pudiera recibir la parte de los beneficios del comercio ultramarino que le correspondía. El suministro de dinero había quedado congelado con drásticas consecuencias inmediatas para el propio Carlos, cuya capacidad de hacer la guerra se vería comprometida ante cualquier incapacidad de cumplir a tiempo con sus obligaciones para con los Fúcares. La repercusión de la detención de un mercader cristiano nuevo tan poderoso como Diego Mendes podía suponer el desarme de todo el imperio.

Los familiares de Carlos vieron este peligro con más claridad que el propio emperador, entre otras cosas porque ellos serían los primeros en sentir cómo se cerraba el grifo del dinero. Tanto Juan III como su esposa, la reina Catalina, otra de las hermanas de Carlos, elevaron ante él airadas protestas. Lo hicieron en primera instancia a ruegos del hermano mayor y socio de Diego en Lisboa, Francisco, que hizo todo lo posible para conseguir la liberación de su hermano en Amberes. Juan escribió una carta al emperador en la que calificaba a Francisco, su marrano favorito, el «más importante, más considerable y mejor surtido mercader conocido hoy en día», quien «a todos los respectos ha servido siempre tan satisfactoriamente que le estoy agradecidísimo y tengo muchos motivos para alegrarme de otorgarle mi gracia y mis favores».

Tanto el rey como la reina rogaron al emperador que usase su influencia para conseguir que Diego y sus «derechos» fueran tratados con respeto y equidad, y que se llevara a cabo una investigación adecuada e imparcial. Lo que se deducía era que los cargos de judaización carecían de fundamento, cosa que por una parte era verdad, aunque por otra no. La situación era de lo más sorprendente: el rey de Portugal, cuyo afán de introducir la Inquisición en su reino era bien conocida, hacía todo lo posible por favorecer a un marrano acusado (persona contra la que se dirige un procedimiento penal; véase más sobre su significado en el diccionario y compárese con el acusador, público o privado) de judaizar y al que en estas cartas no solo le daba su nombre de cristiano nuevo, sino también el de Benveniste, su antiguo apellido judío. Juan sabía todo lo necesario sobre Diego Mendes, pero ante la falta de efectivo se imponía la necesidad. También intervinieron otros miembros de la real cofradía de los sin blanca, en particular Enrique VIII de Inglaterra, que en 1532 era todavía un buen católico y cuyo gobierno dependía también de los préstamos regulares del negocio bancario de la casa Mendes. Thomas Cromwell, que había coincidido con Diego y con la «nación portuguesa» durante el tiempo que estuvo en Amberes, fue nombrado canciller de Hacienda en 1533 y participó de la consternación general provocada por el potencial hundimiento de la empresa.

De este modo, Carlos cedió. El precio que se cobraron María y el emperador (tan rapaz como santurrón) por liberar a Diego fue ni más ni menos que cincuenta mil ducados de oro, pagados por adelantado. Se trataba de un chantaje puro y duro, pero funcionó. Diego fue puesto en libertad y no pisó la cárcel, pero el impacto de su detención —la sensación de que el más poderoso de todos ellos podía ser fulminado en un instante, convertido en un pordiosero de la noche a la mañana, quizá puesto en manos del verdugo o enviado a la hoguera— no se olvidaría nunca dentro del círculo familiar.Entre las Líneas En Lisboa, Francisco empezó a pensar en lo impensable: ¿no sería quizá más prudente para la empresa y para la familia ir trasladando poco a poco sus activos y a las propias personas a un lugar más seguro, Venecia quizá, o (sin decirlo siquiera, debido a los riesgos fatales que una cosa así conllevaba) incluso más al este, fuera completamente del mundo cristiano? Semejante proyecto, aunque provisional, era peligrosísimo.

El cargo más grave que podía imputarse a los cristianos nuevos, peor que el de judaización, era el de ayudar y favorecer a los turcos. Y ¿qué ayuda más eficaz podía haber que la migración a Oriente de una de las mayores fortunas del mundo? Pero, pese a la prudencia de sus cavilaciones, en su mente Francisco se encontraba ya en tránsito. Corría ya 1534 y sentía (y con razón, como no tardaría en demostrarse) que la muerte se acercaba a toda velocidad. Era preciso tomar disposiciones muy precisas. Tal como permitían las leyes portuguesas, la mitad de su inmenso patrimonio sería legado a su viuda, de solo veinticuatro años; otros dos tercios del resto irían a parar a su hija Brianda. Lo que quedara sería utilizado para un funeral en consonancia con la riqueza y el poder de Francisco.Entre las Líneas En el momento en que tuvo lugar ese funeral, unos meses más tarde, todo estaba ya dispuesto para el traslado en caso de que sucediera lo peor y de que el rey Juan III, recién provisto de fondos, se viera libre de la obligación de mendigar ayuda a los marranos y reanudara sus esfuerzos con vistas a introducir la Inquisición en Portugal.

Que esto último sucediera o no dependía de la presión que Carlos V lograra ejercer sobre el papa Paulo III. Como Clemente VII, Paulo no tenía ninguna prisa por poner más presión sobre los cristianos nuevos que tan útiles habían resultado para él y para su tesoro.Si, Pero: Pero un emperador impaciente era un emperador amenazante, y la imagen que tenía Carlos de sí mismo como campeón universal de la cristiandad iba engrandeciéndose con cada campaña que emprendía.Entre las Líneas En 1535 había obtenido una gran victoria naval frente a las costas del norte de África sobre la armada de Hayreddin Barbarroja, hasta ese momento una formidable marina de guerra construida por encargo del sultán en los astilleros de Constantinopla. El espectacular botín (véase qué es, su concepto; y también su definición como “booty” en el derecho anglosajón, en inglés) que supuso la captura de Túnez, o lo que quedó de este país tras su saqueo, se lo llevaron los cristianos, y la consiguiente euforia insufló en el emperador nuevos ánimos de cruzada. Se despertó en su interior la perspectiva de inaugurar la edad de oro del cristianismo, quizá incluso de reconquistar Jerusalén. Se reanudó la presión imperial sobre Roma para que esta entregara a los cristianos nuevos portugueses. El 23 de mayo de 1536, el Santo Oficio de la Inquisición fue establecido oficialmente en Portugal. Cuatro años después Lisboa asistiría, con el entusiasmo festivo habitual, a su primer auto de fe. La quema de la carne de los vivos, de los huesos de los muertos, e incluso de las efigies de los condenados in absentia tendría lugar a intervalos regulares hasta bien entrado el siglo XVIII. La quema en efigie habría sido considerada una mascarada absurda de no ser porque comportaba además la confiscación de los bienes de los reos.

El plan de emigración precautoria de los Mendes ya se había puesto en marcha cuando llegó otra alarmante noticia del todo distinta, que no vino más que a precipitarlo. Para asegurarse de que, al margen de lo que pudiera suceder a la familia Mendes en manos de la Inquisición portuguesa, sus bienes permanecieran a su alcance, Juan III propuso en términos concluyentes a la viuda de Francisco, Beatriz, que su hija, la pequeña heredera Brianda, fuera llevada a la corte para que la reina Catalina la criara como tutora y la casara con algún caballero de impecable raigambre cristiana vieja y de noble cuna. De ese modo, la mancha de su origen que pudiera seguir afectando a la dinastía quedaría por fin lavada. Aunque fingiera sentirse halagada, la familia Mendes estaba terriblemente preocupada. Aparte de la aversión a aquella cristianización irreversible, había que considerar la faceta material del asunto. Los casamientos dentro del propio clan habían sido siempre la mejor estrategia para controlar la fortuna que compartían todos sus miembros. Una cosa era que un Mendes se casara con otro cristiano nuevo en la iglesia para guardar las apariencias, y otra del todo distinta ir al altar de la mano de un cristiano viejo de familia de rancio abolengo. Ahora sí que no había más remedio. La niña, su madre y su tía —todas las Mendes— tenían que salir de Portugal. Y rápido.

En alta mar, empujadas por los vientos estivales de 1537, las dos hermanas de origen marrano fueron cambiando de puertos y de identidad. Cuando estaban en compañía de terceros eran Beatriz y Brianda de Luna; pero bajo cubierta, cuando no había intrusos a su alrededor que pudieran oírlas, se llamaban a sí mismas por los nombres judíos que acabarían por asumir: Gracia y Reyna. La fidelidad a los nombres, por bien disfrazados que estuvieran, importaba mucho en el mundo de los marranos. Lo mismo que el hecho de que antes de ser bautizados y de convertirse en Mendes en España, los antepasados de la familia Benveniste habían ejercido también de rabinos, el más grande de los cuales había sido Sheshet ben Isaac ben Yosef —sinónimo de piedad y erudición—, arabista, médico, intérprete del Talmud y de la Torá y filósofo. El bisabuelo de Francisco, Diego y Gonçalo, Abraham Benveniste, había ascendido hasta convertirse en rab de la corte (o rabino mayor de Castilla), responsable ante la corona de las comunidades judías del reino, encargado de asignar y cobrar los tributos y de gestionar las finanzas de todo el país. Su descendiente, Beatriz de Luna, tal vez recibiera su nombre en recuerdo del gran noble toledano don Álvaro de Luna, que había sido un importante protector y benefactor de los judíos y que después caería en desgracia.

El prestigio de los Benveniste supuso que en 1492, el año de la expulsión, fueran una de las seiscientas familias destacadas a las que les fueron concedidas unas generosas condiciones para su establecimiento en Portugal (mientras que a más de cien mil correligionarios suyos solo se les permitió permanecer seis meses en el reino). Esta circunstancia no los libró de la conversión forzosa impuesta en Portugal en 1497, pero el propio hecho de la coerción, junto con la promesa que hizo el rey Manuel I de dejar en paz a los cristianos nuevos durante veinte años, demuestra que la doble lealtad religiosa de los marranos continuaba. Una salchicha elaborada con carne blanca de pollo podía pasar por ser de cerdo (lo que todavía sigue llamándose en Lisboa «salchicha de marrano»). Quizá efectuaran minuciosos cambios de vestido el viernes por la noche. Los más atrevidos quizá encontraran la forma de celebrar la fiesta de Purim, la celebración de Ester, con dulces y canciones en judeoespañol (ladino).

Autor: Simon /Schama

Tribunal del Santo oficio en la Enciclopedia Jurídica Omeba

Véase:

Procedimientos de la Inquisición

Nota: no confundir con el procedimiento o proceso inquisitorial, denominado en inglés inquisitorial procedure.

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Notas y Referencias

  1. Basado en la información sobre el santo oficio de la Enciclopedia Encarta

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Véase También

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