Este término, en el contexto legal, no solamente se refiere a información falsa o errónea, sino también al abuso intencional ante la falta de suministro de información al que debería recibirla. En comunicación no siempe es así. El engaño suele definirse como el hecho de engañar intencionadamente, o al menos a sabiendas, a otra persona. El engaño implica hacer creer a alguien, a propósito, algo que el engañador sabe que es falso. Definir el engaño de esta manera tiene varias implicaciones. Para empezar, la verdad y el engaño no son polos opuestos, y el engaño y la falsedad están lejos de ser sinónimos. Por ejemplo, un supuesto error honesto, es decir, decir algo que uno cree incorrectamente que es verdad, no es un engaño. O decir algo que se sabe que es falso no es engaño si se dice de tal manera que el oyente debería saber que es falso. El sarcasmo es un ejemplo obvio. En ninguno de estos casos hay intención de engañar. Sin embargo, decir algo que es literalmente cierto de forma sarcástica para que el oyente infiera algo falso puede ser engañoso. En resumen, lo que es literalmente cierto puede ser engañoso, y decir algo falso no tiene por qué ser una mentira. Siguiendo esta línea de pensamiento, se pueden hacer distinciones útiles entre los engaños reales, los intentos de engaño, los mensajes percibidos como engañosos y los mensajes que son funcionalmente engañosos. El engaño real está destinado a engañar y consigue este fin. La persona a la que se dirige es engañada a propósito. En las tentativas de engaño, alguien intenta engañar, y hay intención de engañar, pero el objetivo no es realmente engañado. Esta situación puede considerarse un engaño fallido. En el engaño percibido, la persona destinataria piensa que alguien ha intentado engañarla, aunque pueda haber o no intención de engaño. Por último, los mensajes que son funcionalmente engañosos inducen a error a los demás, independientemente de la intención o la percepción de la misma. Los mensajes funcionalmente engañosos conducen al mismo resultado que el engaño sin meterse en la cabeza de las personas para determinar la intención. Así que los errores honestos pueden ser percibidos como engaño, funcionalmente engañosos, o ambos.