En los años entre las dos guerras mundiales, una fuerza radical incipiente que hoy llamamos “fascismo” se transformó de un diminuto movimiento marginal en un paradigma (modelo, patrón o marco conceptual, o teoría que sirve de modelo a seguir para resolver alguna situación determinada) político internacional dominante que desafió los valores liberales “dominantes” e invirtió violentamente décadas de cambio progresivo. El espectacular y devastador éxito del fascismo subrayó cuán limitado, resentido y reversible era el supuesto consenso liberal en gran parte de Europa durante los años de entreguerras; y cuánta demanda de alternativas ultranacionalistas y autoritarias radicales había justo debajo del frágil barniz de la corriente dominante liberal-democrática. La crisis económica mundial (o global) fue un catalizador, y no la causa principal, de esta transformación, revelando y legitimando fuertes preocupaciones y resentimientos preexistentes, tanto entre las élites como entre la opinión pública. Esta entrada considera los movimientos “fascistas” o “nacionalsocialistas” que aparecieron en toda Europa, las Américas y en los países colonizados durante los años de entreguerras. Los movimientos extranjeros interpretaron el fascismo según sus propios propósitos, tomando prestadas algunas características y modificando otras. Los nacionalistas anticoloniales estaban interesados en regímenes que amenazaban a los gobernantes coloniales y parecían ofrecer una ideología de construcción nacional. Sin embargo, al igual que en Europa, el racismo y el expansionismo son obstáculos importantes para la difusión del fascismo. Los movimientos explícitamente fascistas generalmente lucharon para convertirse en regímenes. El fascismo funcionó mejor cuando combinó la influencia en el parlamento con la acción en la calle, como lo había hecho en Italia y Alemania, y en menor medida en Hungría.