La práctica insidiosa de la corrupción paraliza las instituciones, consume comunidades y afecta profundamente la estructura misma de la vida de las personas. Destruye a las naciones y socava su fibra moral. La corrupción es invasiva e implacable, degradando el gobierno, distorsionando y criminalizando las prioridades nacionales, y privilegiando la búsqueda adquisitiva de rentas, el robo patrimonial y las ganancias personales sobre la preocupación por el bien común. También cuesta aproximadamente un billón de dólares al año, aproximadamente una pérdida del 2 por ciento del PIB mundial, y afecta desproporcionadamente a los países más necesitados y sus pueblos. Esta entrada muestra que no es necesario que ocurran estos resultados funestos: la batalla contra las prácticas corruptas se puede ganar, como sucedió en varios países contemporáneos y a lo largo de la historia. El universalismo (la creencia de que es posible descubrir ciertos valores y principios que son aplicables a todas las personas y a todas las sociedades, independientemente de las diferencias históricas, culturales y otras) ético puede sustituir al particularismo. Dado que los patrones de comportamiento colectivo y las formas existentes de cultura política deben modificarse, los esfuerzos anticorrupción deben guiarse desde la cima de la sociedad. La voluntad política consumada hace una diferencia crítica. Los éxitos anticorrupción son difíciles de conseguir y difíciles de sostener. Esta entrada muestra lo que puede y debe hacerse.