La interrelación entre la política y la geografía ha sido reconocida por los estudiosos y comentaristas desde los tiempos de Aristóteles (c. 384 A.C – 322 A.C.). Sus teorías incluían numerosas evaluaciones de la naturaleza de la relación que tiende a existir entre el medio ambiente (tanto el natural como el alterado por la actividad humana) y los procesos y el comportamiento político humano. Como filósofo cuyas experiencias fueron moldeadas por su vida en la ciudad estado de Atenas, Aristóteles sugirió que había un equilibrio óptimo que debía ser alcanzado por el estado entre el tamaño de su población y la extensión de sus territorios. De esta manera se alcanzarían los objetivos clave de autosuficiencia económica y defensa militar. Además, Aristóteles afirmó que el ejército más eficaz sería el compuesto únicamente por ciudadanos del Estado, ya que era más probable que estuvieran imbuidos del espíritu nacional y el patriotismo que se derivaba de su conexión fundamental con el territorio que defendían. Este temprano tejido de ciudadano, estado y tierra proporciona la base de la ciencia moderna. La política y la historia están inextricablemente unidas. En un sentido simple, la política es la historia del presente, mientras que la historia es la política del pasado. La comprensión de la historia tiene, por tanto, dos ventajas para los estudiantes de política. En primer lugar, el pasado, y sobre todo el reciente, nos ayuda a dar sentido al presente, al proporcionarle un contexto o un fondo necesario. En segundo lugar, la historia puede proporcionar una visión de las circunstancias actuales (y quizás incluso orientar a los líderes políticos), en la medida en que los acontecimientos del pasado se asemejan a los del presente. La historia, en ese sentido, “enseña lecciones”.
El filósofo árabe Ibn-Khaldūn (1332-1406) hizo varias contribuciones importantes a la comprensión de cómo el medio ambiente moldea la actividad humana. Su afirmación de que el color de la piel de los pueblos africanos negros está determinado por generaciones de exposición prolongada a la luz del sol, en contraposición a una maldición divina impuesta por un enojado Dios del Antiguo Testamento, es un ejemplo de determinismo ambiental. Esta teoría avanza la proposición de que la organización política y social está en gran medida determinada por el medio ambiente, especialmente las fuerzas del clima y la topografía. El determinismo ambiental siguió siendo una fuerza dominante en los estudios geográficos hasta principios del siglo XX. Los orígenes de la geografía política se hallan en los de la propia geografía humana, como instrumento del colonialismo y de la expansión económica. A principios de la década de 1980, la geografía política estaba saliendo claramente de su antigua situación de marginación. Tras desprenderse de su orientación positivista, la política volvía a formar parte de la agenda de la geografía en su conjunto, por lo que la geografía política ya no podía ser descartada como algo periférico de la disciplina. Además, los nuevos trabajos sobre temas urbanos, regionales y electorales estaban atrayendo una mayor atención a la geografía política y conectándola con cuestiones y preocupaciones que estaban siendo abordadas por otras ciencias sociales. Incluso los temas más tradicionales estaban cobrando nueva vida, con un creciente interés por los cambios en las relaciones geopolíticas de la guerra fría y la aparición de nuevos regímenes de control en los océanos del mundo.