Durante la Edad Media, la parada general del desarrollo cultural y científico se reflejó en el estudio y la utilización de las aguas termales, aunque se percibió un cierto avance en el periodo de las Cruzadas (1096 – 1270) y durante la Guerra de los Cien Años (1337 – 1453). El interés por las aguas minerales y termales creció durante los siglos XVI y XVII en Europa Occidental. En el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX se llevaron a cabo numerosas y variadas investigaciones sobre las aguas termales, principalmente con fines curativos. Las aguas termales de los balnearios populares se estudiaron con especial atención, y el aumento del número de análisis químicos del agua fue especialmente rápido. A partir de 1920 en los Estados Unidos y predominantemente en los años 50 y 60 del siglo XX en muchos otros países (la Unión Soviética, Nueva Zelanda, Japón, México, Kenia, Italia, Francia, Yugoslavia, etc.), se iniciaron perforaciones exploratorias con el fin de descubrir recursos geotérmicos en muchas localidades marcadas por la aparición de fuentes termales. A principios de 1970, estas perforaciones en Estados Unidos se habían realizado en más de 35 regiones y permitieron descubrir seis campos geotérmicos productivos. Diez años más tarde, 16 centrales geotérmicas estaban ya en funcionamiento en este territorio.