Este texto se ocupa de la explosión demográfica en el mundo. La población del noroeste de Europa comenzó a aumentar en el siglo XVII y esto fue la primera señal, según los demógrafos, de la tormenta que se avecinaba. Al principio, el movimiento ascendente fue un lento deslizamiento, con muchos frenos y retrocesos temporales. Luego, en el siglo XIX, el gráfico se hizo más pronunciado y suave a medida que las condiciones de vida mejoraban, la prosperidad material aumentaba y los avances arrolladores de la ciencia médica, especialmente en la prevención y el control de las enfermedades infecciosas, venían a ayudar a estos otros factores en la batalla contra la muerte prematura. La esperanza de vida de un bebé inglés al nacer -tomamos Inglaterra como ejemplo de la historia que se desarrolla, con variaciones, en todos los países europeos en desarrollo- era de unos cuarenta años a principios del siglo XIX, de casi cincuenta en 1900 y de unos setenta en 1965. A partir de los años 50, en gran parte bajo los auspicios de Estados Unidos, se han desarrollado variedades de arroz de alto rendimiento en Filipinas y de trigo en México, y están empezando a tener un impacto espectacular en la agricultura mundial. Como proyecto a largo plazo, la producción de alimentos en los océanos (que cubren el 70% del globo pero sólo aportan una pequeña fracción de la alimentación humana) podría aumentar enormemente con sólo removerlos, para acercar las aguas ociosas de las profundidades, ricas en sales nutritivas no utilizadas, a la superficie, donde hay luz suficiente para el crecimiento de las plantas que, en última instancia, sostienen toda la vida marina. Se puede disponer de fuentes completamente nuevas de proteínas esenciales