La tercera guerra de la independencia -o mejor dicho, el conflicto austro-prusiano y austro-italiano- fue la última ocasión en la que pudo manifestarse la ambivalente sinergia entre la dinastía de los Saboya y el voluntariado nacional, que es el tema principal de los acontecimientos reseñados en estas páginas. La toma de Roma en 1870 despertó naturalmente un gran entusiasmo en lo que quedaba de una generación de italianos que, sobre todo desde 1848, había vinculado su vida al sueño de la «nación del Risorgimento» (Banti 2000). Pero fueron sólo las tropas regulares del ejército real las que abrieron la brecha de Porta Pia, que el 20 de septiembre fue el acto simbólico no sólo de la unión de Roma con Italia, sino también de la reducción al mínimo del poder temporal de un papado considerado por algunos como el enemigo secular de la unidad italiana, que la ruinosa derrota francesa contemporánea en el conflicto con Prusia les puso en situación de escapar de la engorrosa tutela de Napoleón III, el estadista que desde mediados de los años 50 había despertado de vez en cuando las expectativas y enfriado las pretensiones extremas del nacionalismo italiano. Prusia desempeñaba ahora un papel audazmente subversivo con respecto a los equilibrios anteriores, dispuesta a recoger el testigo que hasta entonces había tomado Francia, país que en los años cincuenta había desempeñado un papel decisivo para que la política de Cavour llevara a la dinastía de los Saboya a ceñir la corona del Reino de Italia. También se narra el importante papel de Camillo Benso, conde de Cavour. En 1858 estableció una alianza secreta con el emperador francés Napoleón III, en la que éste asumía ayudar a Cerdeña en caso de que Austria atacara a los sardos.