La cuestión nacionalista se complicó por factores económicos. A mediados de la década de 1960 estaba claro que el sistema económico necesitaba una reforma. Esto se debía, en parte, a que la primera etapa de la construcción socialista, basada en el desarrollo extensivo y la construcción de una base industrial pesada, estaba a punto de concluir. La siguiente se basaría más en la innovación tecnológica y en la satisfacción de las necesidades de los consumidores. En 1965, los yugoslavos pusieron en marcha un programa de reforma radical que pretendía llevar la economía hacia el “socialismo de mercado”, permitiendo la propiedad privada de las pequeñas empresas, suprimiendo muchos controles de precios y exigiendo a las empresas más grandes que compitieran más directamente entre sí y con las empresas extranjeras. Mientras tanto, los rumanos buscaban formas de hacerse menos dependientes del resto del bloque soviético, y los búlgaros iniciaron una serie de cambios, sólo para ser espantados por el clima conservador que siguió a la supresión de la Primavera de Praga -un período de reformas sociales y económicas liberales- en 1968. A finales de los años setenta y principios de los ochenta siguieron otros programas de reforma. En todos los Estados postcomunistas, excepto Serbia, se esperaba que las soluciones a los problemas económicos se encontraran en una economía de mercado y en una eventual asociación con la UE. Organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional prometieron ayuda financiera a los nuevos regímenes balcánicos, pero exigieron una transformación económica. El conflicto serbio no ayudó. Aunque la tregua empezó a romperse poco a poco, en diciembre de 1995 se redactó un acuerdo de paz que creaba una Bosnia-Herzegovina vagamente federalizada, dividida aproximadamente entre la Federación de Bosnia-Herzegovina (una federación descentralizada de croatas y bosnios) y la Republika Srpska (República Serbia de Bosnia).