Se cree que el grupo terrorista judío de la década de 1940 conocido como Lehi (el acrónimo hebreo de Lohamei Herut Yisrael, los Combatientes de la Libertad de Israel, más popularmente conocido simplemente como la Pandilla Stern, en honor a su fundador y primer líder, Abraham Stern) es uno de los últimos grupos terroristas en describirse públicamente como tal. Echados perpetuamente a la defensiva y obligados a tomar las armas para protegerse a sí mismos y a sus constituyentes reales o imaginarios solamente, los terroristas se perciben a sí mismos como guerreros reacios, impulsados por la desesperación – y sin ninguna alternativa viable – a la violencia contra un estado represivo, un grupo étnico o nacionalista rival depredador, o un orden internacional que no responde. Aunque la mayoría de los estados miembros de la ONU apoyaron al Secretario General, una minoría discutible -entre ellos muchos estados árabes y varios países africanos y asiáticos- desbarató la discusión, argumentando (de manera muy parecida a como lo haría Arafat dos años después en su propio discurso ante la Asamblea General) que `la gente que lucha por liberarse de la opresión y explotación extranjeras tiene el derecho de usar todos los métodos a su disposición, incluyendo la fuerza’. El informe final del Subcomité de Terrorismo de la Asamblea del Atlántico Norte de 1989 dice: `Los asesinatos, secuestros, incendios y otros actos criminales constituyen una conducta criminal, pero muchas naciones no occidentales se han mostrado reacias a condenar como actos terroristas lo que consideran luchas de liberación nacional'”. En este razonamiento, la característica que define al terrorismo es el acto de violencia en sí mismo, no las motivaciones o la justificación o las razones que lo sustentan. Por lo tanto, le hace el juego a los terroristas y a sus apologistas, quienes sostienen que no hay diferencia entre la bomba de tubo terrorista de `baja tecnología’ colocada en el basurero de un mercado lleno de gente que mata o mutila indiscriminadamente a todos los que están en un radio de 10 pies y la artillería de precisión de `alta tecnología’ lanzada por cazabombarderos de la fuerza aérea desde una altura de 20,000 pies o más que logra los mismos efectos indiscriminados y sin sentido en el abarrotado mercado que se encuentra muy por debajo. Este razonamiento iguala así la violencia aleatoria infligida a los centros de población enemigos por las fuerzas militares, como las incursiones de la Luftwaffe en Varsovia y Coventry, los bombardeos aliados de Dresde y Tokio, y las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial, y, de hecho, la estrategia de contravalor de la política nuclear estratégica de las superpotencias de la posguerra, que apuntaba deliberadamente a la población civil del enemigo -con la violencia cometida por entidades subestatales calificadas de “terroristas”, ya que ambas implican infligir muertos y heridos a los no combatientes. De hecho, este fue precisamente el punto señalado durante los mencionados debates de la ONU por el representante cubano, quien argumentó que “los métodos de combate utilizados por los movimientos de liberación nacional no pueden ser declarados ilegales mientras que la política de terrorismo desatada contra ciertos pueblos [por las fuerzas armadas de los estados establecidos] se declara legítima”.