La legislación francesa no consagra literalmente la “libertad de expresión”: la ley de 1881 se refiere a la libertad de prensa. Otros textos se refieren a la libertad de opinión o de conciencia. Pero la “libertad de expresión” va más allá, incluye todos los temas y medios posibles, al tiempo que adquiere una dimensión más individual. Sus contornos son tan indefinidos que es casi un sinónimo de libertad en absoluto. Como atestiguan las bases de datos de vocabulario francés recopiladas a partir de los millones de textos impresos desde 1730, la “libertad de expresión” sólo despegó en el vocabulario jurídico y cotidiano después de la Segunda Guerra Mundial. Era desconocido bajo la Tercera República: se utilizaba en un sentido estético (“pintar un tema con gran libertad de expresión”). El concepto apareció por primera vez en la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), junto con la libertad de opinión: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. El texto fue preparado por el canadiense John Peters Humphrey, jefe de la División de Derechos Humanos de la ONU, y revisado por el francés René Cassin, vicepresidente del comité de redacción de la declaración. “Liberté d’expression” es la versión francesa de la libertad de expresión. No fue hasta 1950, en el artículo 10 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, cuando la expresión “libertad de expresión” apareció por sí sola, en la plenitud de su significado actual.