Las mujeres de la antigüedad no eran un grupo indiferenciado. Las mujeres consideradas en este texto eran individuos privilegiados, que se distinguían de los demás por su clase, su situación económica o ambas. Las fuentes antiguas tienden a ser más abundantes para los estratos superiores de la sociedad que para los demás y, en el caso de los sacerdotes griegos, el pedigrí, la riqueza o ambos eran requisitos básicos para acceder al cargo. Nuestras sacerdotisas pueden haber tenido más en común con los hombres de su misma posición social y económica que con las mujeres de los rangos inferiores. Debemos tener esto en cuenta al considerar las fuerzas que definieron sus identidades e impulsaron su actuación. Estas fuerzas pueden encontrarse en su capital social, cultural y simbólico. Las mujeres sacerdotales disponían de importantes recursos basados en la pertenencia a grupos, relaciones y redes de influencia y apoyo. El parentesco, incluido el genos, y la unidad familiar, así como las agrupaciones colectivas, incluidos los coros y las bandas rituales de edad, dotaron a las mujeres griegas de un capital social que les resultó muy útil. El conocimiento de las prácticas rituales, los mitos locales y las tradiciones ancestrales dotaban a las mujeres sacerdotales de un capital cultural que las hacía valiosas para sus comunidades. Por último, el prestigio acumulado por las sacerdotisas al encabezar procesiones públicas, supervisar los festivales de las polis, sentarse en asientos reservados en el teatro y hacer que sus imágenes se erigieran en santuarios, les garantizaba un capital simbólico que no debe subestimarse en un mundo en el que el estatus conllevaba un poder duradero.