Cervantes (1547-1616) se apoderó de los humores y absurdos de un conflicto entre la tradición medieval de la caballería en posesión de la imaginación de un caballero magro, pobre y medio loco, y las necesidades e impulsos de la vida vulgar. Su Don Quijote y Sancho Panza, al igual que el Sir John Falstaff de Shakespeare, la Esposa de Bath de Chaucer y el Gargantúa de Rabelais, rompen la dignidad y la heroicidad de la literatura formal para dar paso a la libertad y la risa. Rompen como Roger Bacon y los hombres de ciencia rompieron la ciencia libresca de los eruditos, y como los pintores y escultores de los que vamos a hablar rompieron las restricciones decorativas y el decoro religioso del arte medieval. El hecho fundamental del Renacimiento no fue el clasicismo sino la liberación. El renacimiento del saber latino y griego sólo contribuyó a los valores positivos del Renacimiento por su influencia corrosiva sobre las tradiciones católica, gótica e imperial. En Alemania y Países Bajos, los nuevos impulsos intelectuales fueron casi simultáneos a las inmensas tensiones políticas y religiosas de la Reforma, y produjeron formas menos puramente artísticas. Ya existía en Francia una literatura de canciones alegres en latín medieval, canciones de taberna y de camino (la poesía goliárdica del siglo XIII), y el espíritu de esta escritura auténtica vivía en versos tan verdaderos y autóctonos como los de Villon (1431-1463), pero el renacimiento de los estudios latinos llegó desde Italia e impuso la artificialidad a todas las mentes, excepto a las más robustas. Se estableció un estilo elaborado, con algo de la dignidad de la mampostería monumental, y se erigieron espléndidos poemas y obras de teatro clásicas para la admiración más que para el placer de la posteridad. Sin embargo, el genio de la vida francesa no se limitó del todo a estos nobles ejercicios; apareció una prosa fina y flexible. Montaigne (1533-1592), el primero de los ensayistas, escribía agradablemente sobre la vida y desagradablemente sobre lo leal, y Rabelais (1490?-1553), como un torrente de lava ardiente, gritona y risueña, irrumpió en todas las dignidades y decencias de los pedantes.