A mediados del siglo XX, en las naciones nuevas y antiguas, los cambios sociales y económicos habían impuesto a todos los regímenes nuevas demandas que resultaron en un gran aumento del poder de los líderes políticos. Se pidió a los primeros ministros y presidentes, no a los legisladores, que suministraran la innovación y la integración que estas situaciones exigían.
En los regímenes democráticos, el poder ejecutivo ya no es simplemente un brazo de gobierno sino que se ha convertido en el centro organizador del sistema político en sí. Un régimen parlamentario en Francia se transformó en el gobierno ejecutivo de Charles de Gaulle. La política de Alemania Occidental se estabilizó con el astuto equilibrio de Konrad Adenauer. La política británica, en opinión de algunos, se ha transformado de gobierno de gabinete a gobierno de primer ministro. En los Estados Unidos, el presidente y el cuerpo presidencial se han convertido en el punto de apoyo de la política.
En muchas naciones emergentes, las formas democráticas de gobierno, que se han instituido recientemente, son sostenidas precariamente por dramáticos líderes del poder ejecutivos que gobiernan por llamamiento masivo y por el ejercicio de amplios poderes políticos. Las identificaciones frágiles con las nuevas entidades nacionales se nutren de la lealtad masiva al líder. Al personificar los nuevos valores nacionales y dar un impulso implacable al desarrollo, los líderes del poder ejecutivo llenan de energía el avance, movilizándolas, de estas sociedades.