El tremendo poder político y administrativo de la iglesia cristiana en la Europa medieval tendió a marginar a las comunidades judías europeas. Especialmente después del comienzo de las Cruzadas (1095), se produjeron periódicas persecuciones a los judíos. Una gran población judía floreció en España durante el período musulmán temprano (siglo VIII-XII); sin embargo, bajo los almohades, y más tarde, cuando se estableció el dominio cristiano en la mayor parte del país en el siglo XIII, la posición de los judíos se deterioró. Alfonso X de Castilla (r. 1252-64) emitió Las Siete Partidas; este código de ley se hizo eco de la actitud oficial de la iglesia hacia los judíos y los excluyó de los cargos públicos. En 1278 una bula del Papa Nicolás III decretó que los esfuerzos misioneros se dirigieran a todos los judíos europeos. A finales del siglo XV, la Inquisición sometió a juicio a los judíos y otros inconformes en España, culminando con la expulsión de los judíos del país. Varios judíos se convirtieron en cristianos para poder permanecer en España, algunos de los cuales continuaron practicando el judaísmo en secreto. Otros españoles los llamaban “marranos”, un término peyorativo que significa “cerdos”. En los siglos XIII y XIV, medidas opresivas similares se aplicaron en Inglaterra, Francia y Alemania. Los judíos también fueron forzados a vivir en guetos amurallados. A finales del siglo XIX, especialmente en Alemania y en Francia, surgieron movimientos hostiles a los judíos que se designaron con el nombre de antisemitismo, porque sus seguidores no basaban su oposición en la religión.