El modo dominante de la economía tiene cuatro defectos principales: (i) ignora la moral; (ii) fetichiza la racionalidad y el interés propio; (iii) trata a los individuos como unidades discretas que se relacionan sólo a través del comercio y el consumo; (iv) subestima la incertidumbre. La actual crisis económica ha puesto en duda la ortodoxia de que la política económica promueve el crecimiento a través de los mercados y garantiza una asignación eficiente de los recursos. Ha demostrado que los mercados no evalúan bien el riesgo, no asignan los recursos de forma eficiente y, cuando no se les pone freno, tienden al desequilibrio inestable de los auges y las crisis. Se puede aprender mucho de la moral y la psicología humana sobre el funcionamiento del mercado. Una cuestión clave es la relación entre el interés propio de los comerciantes, que según Adam Smith beneficiaba inadvertidamente al conjunto de la sociedad, y la “simpatía” por los demás, el deseo de ayudar a los que están en apuros. El concepto de confianza (y desconfianza) debería estar en el centro del estudio de la economía. Explica mejor el comportamiento humano que el supuesto de la racionalidad y el interés propio. Ofrece una manera de que los seres humanos tomen decisiones y actúen juntos, en lugar de hacerlo como meros individuos. Nos ayuda a explicar cómo los agentes económicos toman decisiones cuando tienen una información menos que perfecta. Utilizar el concepto de confianza facilita mucho la explicación de lo que ha dado lugar a la crisis actual. Ha sido causada tanto por la confianza equivocada como por el abuso de confianza. En otoño de 2008, lo que precipitó la experiencia casi mortal de los bancos estadounidenses y británicos fue un colapso de la confianza mutua. No sabían lo suficiente sobre la exposición de la otra parte a la deuda como para comprometerse incluso con los préstamos rutinarios a un día. Tenemos que reforzar la confianza. La clave debe ser hacer que las instituciones financieras sean más fiables. Restaurar la confianza implica encontrar mejores formas de gestionar el riesgo. Los bancos deben ser regulados por el gobierno y las instituciones financieras internacionales. Debe haber una mayor transparencia en torno al funcionamiento de los fondos de cobertura y el comercio de derivados. Las grandes empresas financieras deberían tener sistemas de incentivos que recompensen la actividad realmente productiva. Tenemos que repensar e idear métodos de financiación de actividades rutinarias pero vitales, como los servicios sanitarios, la educación, el transporte, la vivienda y los servicios públicos; algunos países tienen una rica historia de sociedades de socorro mutuo, cooperativas y fondos mutuos a los que recurrir en este sentido.