Al final de la segunda guerra mundial, las potencias coloniales -Gran Bretaña, Francia, los Países Bajos, Portugal y Bélgica- tenían la intención de mantener y restablecer, por la fuerza si era necesario, los regímenes coloniales de Asia y África. Con ese fin, participaron en guerras de reconquista colonial en Indochina, Indonesia, Malasia y Filipinas, o en la brutal represión de las protestas populares en las colonias y países dependientes, como en el caso de Argelia en 1945; Egipto en 1946; Madagascar en 1947; Kenia en la supresión del Mau Mau durante el decenio de 1950; y los cameruneses en la supresión de la Unión de Poblaciones del Camerún (UPC), también en el decenio de 1950. Sin embargo, las potencias coloniales tuvieron que tener en cuenta importantes cambios en el desarrollo de los movimientos de liberación nacional, tanto si se remontaban a finales del siglo XIX como si se trataba del caso de Asia y Egipto, o se había cristalizado inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, como ocurrió en la mayoría de los países africanos. Ante el tamaño de la India, Gran Bretaña tuvo que descartar la intervención militar y se vio obligada a negociar seriamente por primera vez, dedicando sus energías a la división de la India. En otros lugares, sin embargo, la solución de mano dura siempre se consideró una posible alternativa. El neocolonialismo significa, hasta cierto punto, que en ella todos los gastos y responsabilidades administrativas recaen sobre la ex-colonia, mientras se desvanecen las expectativas de verdadera independencia.