Como se ha demostrado por varios estudios sobre el cerebro del adolescente, este etapa del ser humano es una época de cambios sustanciales en el cerebro, y las investigaciones sobre neuroimágenes sugieren que los desequilibrios o las alteraciones en el momento en que se producen estos acontecimientos aumentan el riesgo para la psicopatología. Aunque el estrés se menciona comunmente con otros ámbitos relacionados, vuelve aquí como un tema importante en la salud mental de los adolescentes. Los estudiosos sugieren que los factores biopsicosociales (desde el medio ambiente hasta la epigenética y las hormonas) pueden afectar a la reactividad del estrés y, por lo tanto, aumentar el riesgo de que algunos adolescentes, pero no todos, desarrollen un trastorno psiquiátrico. Hay muchos aspectos del entorno social de los adolescentes, como el sueño inadecuado y la exposición a la victimización (en una o más circunstancias de la vida), y el riesgo genético, como los antecedentes familiares de psicopatología, que cuando se combinan con un reclutamiento límbico o cortical desequilibrado pueden contribuir a que se preste más atención a los efectos negativos y a los factores de estrés, a una respuesta de estrés desregulada (ya sea demasiado o demasiado poco activa) a través del eje HPA, y a una capacidad de adaptación menor y recursos conexos para reducir una respuesta de estrés. El aumento de la reactividad al estrés y los entornos que siguen perpetuando las respuestas al estrés pueden ser cíclicos y contribuir a las vías de inadaptación. (Tal vez sea de interés más investigación sobre el concepto). Recientemente, en estudios de neuroimagen se han examinado algunos de los correlatos neuronales de la depresión, y se ha descubierto que la depresión no tratada se asocia con un menor volumen del hipocampo (recordemos que el cortisol es neurotóxico en niveles altos) en adultos y adolescentes, y que las adolescentes con riesgo de padecer depresión muestran una mayor excitación fisiológica (respuestas al estrés), menor activación de la recompensa, mayores posibilidades de interpretar una información ambigua como negativa, y menor calidad del sueño. Sin embargo, es importante tener en cuenta que el cerebro puede aprender a valorar las experiencias negativas o neutras como positivas, lo que puede ayudar a conferir cierta protección a los adolescentes que corren el riesgo de padecer depresión grave o trastornos de ansiedad en función de los antecedentes familiares.