La enseñanza superior europea se enfrenta a grandes retos para mejorar su competitividad en el mercado mundial. Desde hace varios años se encuentra a la zaga de EE.UU., Japón y Australia, y se enfrenta a nuevos retos procedentes de Asia, en particular de China. Para superar sus deficiencias y mejorar la calidad, se han tomado varias iniciativas en los últimos cinco años, en particular el Proceso de Bolonia y la Estrategia de Lisboa, con el objetivo de crear un Espacio Europeo de Educación Superior y un Espacio Europeo de Investigación e Innovación, y convertir a Europa en una de las principales, si no la principal, economía y sociedad del conocimiento del mundo. El Proceso de Bolonia está mostrando avances sustanciales en la consecución de sus objetivos. El apoyo y el seguimiento combinados del proceso por parte de las diferentes partes interesadas (gobiernos, universidades y sus asociaciones, y estudiantes) crean un entorno positivo para los cambios necesarios. En este sentido, el Proceso de Bolonia también proporciona un nuevo enfoque de la reforma a nivel macro, utilizando la cooperación en lugar del conflicto como base del cambio. En el pasado, en países importantes como Francia, Italia, España y Alemania, los esfuerzos de los políticos por reformar la enseñanza superior fracasaron porque no fueron capaces de implicar y comprometer a la comunidad de la enseñanza superior. En comparación, la Estrategia de Lisboa parece más retórica que real. Sus grandes ambiciones, sin un plan de acción concreto, ya dieron lugar a una adaptación en 2005, dejando el proceso a medias. Aunque no todo es negativo – la creación de un Consejo Europeo de Investigación, por ejemplo – , no hay suficientes indicios de que se vayan a producir avances sustanciales en los próximos cinco años en el ámbito de la investigación y la innovación. En otros ámbitos, como el de las tasas académicas, el mapa ya está cambiando rápidamente. Europa ha llegado a un punto de “mentalidad” colectiva -pero no debe entenderse como una aceptación- de que, si bien la enseñanza superior desempeña un papel decisivo en una economía y una sociedad basadas en el conocimiento, existe un desfase entre la necesidad de seguir avanzando en materia de matriculación de estudiantes y la disponibilidad de financiación pública. En esta situación es alentador que el debate en curso pase de ser el de público versus privado al más realista de público y privado. Es innegable que la enseñanza superior europea está cambiando y aspira a estar mejor preparada para la competencia mundial.