En la actual coyuntura mundial, la continua primacía de los intereses del Estado-nación y de la economía neoliberal, apuntalada por una forma de familia jerárquica, nos está poniendo en peligro a todos. El calentamiento global continúa, está en marcha una nueva carrera armamentística, el fanatismo y el odio de la derecha se extienden, los controles democráticos se tambalean, los estados de excepción se han convertido en algo habitual y la protección de las fronteras se ha vuelto más brutal y anárquica. Los Estados están tomando medidas sin precedentes para afirmar su soberanía y asegurarse de que se entienda que estamos divididos y separados por líneas nacionales. La familia acumulativa, heteronormativa y reproductiva, privilegiada por el DIDH y la regulación estatal y del mercado, proporciona una base normalizadora para este desastroso estado de cosas. Las comunidades basadas en los lazos de parentesco queer nos ofrecen la esperanza de que las solidaridades y lealtades humanas puedan liberarse de las ataduras del Estado-nación y de las prescripciones de la economía neoliberal, y extenderse para incluir a otros, especialmente a los más desfavorecidos por el ordenamiento familiar disciplinario que se nos impone a todos. Tenemos que fomentar y valorar los conjuntos de pertenencia humana queer que puedan resistir la colonización, el patriarcado, la domesticación y la sujeción a los imperativos económicos neoliberales, y ayudar a descentrar el estado-nación, y el mercado como árbitros de la libertad. Las familias heteronormativas son constitutivas del Estado-nación moderno y, por consiguiente, del sistema “normal” de derecho internacional centrado en el Estado. Este sistema y sus leyes sustentan la (des)conexión humana que nos pone en peligro a todos.