Las ideologías pueden considerarse como un conjunto de recursos de los que se nutre una sociedad, un banco de ideas que se ha acumulado a lo largo del tiempo y que puede cobrarse en casi cualquier permutación, sujeto únicamente a las restricciones de la lógica (lo universal) y de lo culturalmente permisible (lo local, incluso cuando aparece bajo una apariencia universalista). Por supuesto, pueden añadirse y construirse nuevos activos, y algunos de los billetes y monedas más antiguos pueden ser retirados de la circulación. La continuidad no es ininterrumpida, y conjuntos de ideas totalmente diferentes pueden extraerse del mismo fondo y enfrentarse con inmensa hostilidad. Pero todo esto es el tejido mismo de la política, al igual que la filosofía política contribuye a suministrar el tejido mismo de los valores cualitativos y las justificaciones que una sociedad puede necesitar para su salud moral. Solemos encontrarnos con ideologías más o menos diferenciadas y preestructuradas, como el liberalismo, el conservadurismo, el socialismo, el feminismo o el fascismo. Esto se debe a que ciertos movimientos políticos o sistemas de creencias han generado un enorme apoyo de grupos sociales significativos que se han suscrito a una de las “grandes” familias ideológicas dominantes. Proporcionan a sus seguidores una identidad social y política y funcionan como uno de los principales factores para la realización de los objetivos políticos. Según Edmund Burke, un partido político es un grupo de hombres unidos para promover el bien común de acuerdo con un principio que comparten. Ese principio, o conjunto de principios, es la ideología política.