La religión es prácticamente tan antigua como el propio escenario humano. Sin embargo, cuándo, dónde y cómo surgió la religión en su origen son conjeturas. Los descubrimientos de los arqueólogos son la principal fuente de datos, pero la dificultad radica en que, en su mayor parte, estos datos se limitan estrictamente a descubrimientos o hallazgos que han escapado a las fuerzas destructivas del tiempo. A partir del Paleolítico Superior, los enterramientos muestran ajuares funerarios más ricos, pero esto no indica un cambio en las creencias religiosas. Lo mismo ocurre con la adopción de otras prácticas funerarias, como los enterramientos secundarios, en los que se dejaba que los cadáveres se descompusieran completamente antes de enterrar los huesos, o la incineración de cadáveres (evidente a partir del Neolítico). De estos hechos no es posible deducir la existencia de una creencia definida en el alma, ni es posible determinar la aparición de tales conceptos a partir de pruebas arqueológicas. Incluso el aumento del descubrimiento de ajuares funerarios, que a veces incluyen otros restos humanos, no es prueba de un cambio en los conceptos religiosos, sino del aumento de las necesidades de los muertos en la otra vida, es decir, necesidades que dependen del estatus económico y social en vida. Las analogías con fenómenos más recientes (primitivos) demuestran que no es posible asociar determinadas costumbres funerarias con ideas particulares sobre la vida después de la muerte o con otras ideas religiosas.