Platón retrata la belleza absoluta en el Fedón, donde Sócrates ve su forma celestial. Sócrates rechaza además la idea de que la belleza es lo que funciona correctamente: un objeto puede funcionar bien, pero si su propósito es malo, el objeto no es bello. Tampoco está de acuerdo con que la belleza se defina como causa de deleite. El bien, argumenta Sócrates, también causa deleite, y ambos deben mantenerse separados. Sócrates concluye en el Gran Hipias que la belleza es difícil de definir. Voltaire (1694-1778) va más allá y sostiene que la belleza, debido a su naturaleza relativista, no sólo es difícil sino imposible de definir. Immanuel Kant (1724-1804), considerado la figura más influyente de la filosofía moderna, trató de tender un puente entre el racionalismo y el empirismo. Su exposición de la belleza en la “Crítica del Juicio” (1790) es el primer análisis sistemático del fenómeno estético en la filosofía moderna. Kant rechaza la visión de Baumgarten de la estética como ciencia y sostiene que los auténticos juicios de belleza no transmiten conocimiento; son juicios individuales que no pueden generalizarse. Al igual que Burke, distingue entre lo bello y lo sublime: la belleza complace mediante el libre juego de la imaginación y el entendimiento y sostiene la mente en la contemplación reposada. Lo sublime presenta una desarmonía entre las capacidades sensuales y la razón. Así, el sentimiento de lo sublime lleva consigo una agitación mental: es un placer compuesto de displacer.