El desarrollo ulterior de la estructura que hoy conocemos como “el estado” fue posible gracias a dos fenómenos interconectados que se produjeron en el seno de las sociedades-templo, en parte agrícolas y en parte comerciales, descritas anteriormente: el desarrollo de nuevos sistemas de escritura -por ejemplo, también los cretenses idearon su propia escritura, conocida como “lineal A”, que aún no ha sido descifrada- y la extensión gradual del comercio a gran escala, junto con la introducción de la moneda. Lo primero permitió la elaboración y, lo que es más importante, la codificación del derecho para regular las disputas, inevitablemente crecientes, sobre la propiedad y la herencia. Lo segundo exigió pronto la creación de facilidades contables y crediticias. En conjunto, formaron la base de un sistema fiscal-administrativo capaz de sostener grandes ejércitos que, ayudados por buenos sistemas de comunicación y una logística adecuada, ayudaron a los estados a aumentar su poder, tanto interno como externo, y por tanto a expandirse. De hecho, bajo Tutmosis III (r. 1479-1425 a.C.), Egipto se convirtió en un auténtico imperio, conquistando tanto Sudán como Palestina y Siria. Pero tanto el Egipto faraónico como las ciudades-estado de Mesopotamia y el Egeo, por su creciente poder y riqueza atrajeron cada vez más la atención no deseada de forasteros de Eurasia Central, ya fuera por hambre o por codicia.